Nací en Extremadura, tierra áspera, "extremadamente dura" -como dijo Cadalso, dando con este alfilerazo una sensación cabal y sintética de la tierra extremeña-, me llamo Andrés Osorio; friso en los cuarenta años, y entre los papeles olvidados en los arcones de mi casa solariega, escóndase el título de licenciado en Filosofía y Letras. No llegue a conocer a mi padre, don Fidel Osorio y Ruiz, de quien sus contemporáneos cuentan sucedidos y anécdotas curiosísimos…

Mi rebeldía, pujante, arrolladora, anulábase ante la inquebrantable convicción de mi madre. No podía desentenderme del respeto que sentía por ella. Una mirada de sus ojos, mezcla de dulzura y austeridad; un gesto, una mueca, un movimiento de desagrado, bastaban para convencerme de la inutilidad de mis esfuerzos. Pero dentro del alma, donde la influencia sugestiva de la señora desvanecíase ante la idealidad, la pureza de mis pensamientos, libre de todo lastre mundano, ¡qué batallas, que enconadas y titánicas luchas, qué forcejeo, qué pugilato de ideas antípodas!… A fin de escapar a la tortura de estas contiendas íntimas, que me dejaban fatigado y triste, salía al campo, a este anchuroso campo de Extremadura, cuya dureza es un rasgo vivo en las vidas heróicas de Cortés y Pizarro……

La casa donde vivimos es vieja y destartalada, como la mayor parte de las viviendas aldeanas; pero es cómoda, limpia, amplia, señoríl, y dentro de su aspecto austero, hay como un matiz agradable y simpático. No es de esos caserones enhiestos y arrogantes, que han sufrido con inquebrantable apostura las audacias de los vientos; que han salido de las tempestades huracanadas e inclementes sin un gesto de dolor, denotando en el empaque granítico o de su contextura, la resistencia y firmeza de los cimientos. Es una casa vieja, construida hace luengos años sin el propósito de desafiar a los elementos, pero con la seguridad de aguantarlos.

Para llegar al pórtico es necesario subir una escalinata de piedra. A cada lado de la puerta -de madera de roble, en cuya superficie hay gran cantidad de clavos de acero, que son como estrellas de inusitada brillantez- dos amplios ventanales, de sencillo enrejado. Sobre el pórtico un escudo, que los latigazos del agua y el aliento del aire en las invernadas, han ido gastando, y que es preciso verlo de cerca si pretendemos enterarnos de su significación heráldica. También en la fachada principal, correspondiendo a cada uno de los ventanales, hay cuatro balcones, que dominan el horizonte, y absorben, como gigantes ojos ansiosos de luz, las ráfagas de sol …

Después de haber corrido por el mundo; de haber sangrado muchas veces el corazón -que en su sed insaciable de aventuras ha perdido el tesoro de la juventud- ¿qué nos cabe sino recluirnos en la paz bendita y adorable del rincón extremeño donde nacimos; a vivir tranquilamente los últimos instantes de nuestra existencia?¿No recobramos en esta calma maravillosa del terruño parte del caudal de nuestra vida?...

Esta indolencia, esta indiferencia con qué acabé por ver arar las tierras, sembrar la semilla, segar los trigos, amontonar los haces de cebada en los carros de mulas, no significaban falta de apego al campo, a la labranza -que siempre tiene un cierto valor poético y primitivo-; por el contrario, cada día iba sintiendo más placer, más gozo, en mi contacto con la naturaleza. Buscaba ansioso la sombra bienhechora de las encinas; el barbotar de las fuentes escondidas en el regazo de los valles; las yuntas de bueyes arando en las faldas de los oteros relucientes de sol; los mozos con la mano hirsuta en la esteva; los carros cargados de avena, camino de la casa; y si todas estas cosas producían en mi espíritu oleadas de entusiasmo,¿qué decir del goce que provocaba en mi ánimo la conversación de las mozas, con su lenguaje bárbaro y sonoro; mezclando en sus dichos la bondad y la ironía, esa ironía intuitiva de los campesinos, que tanto gusta a los hombres de la ciudad?...

Al día siguiente llovió. Esa lluvia fina y sutil de la primavera, que reverdece la esmeralda de los prados y cubre de diamantes las hojas de los árboles. No pude salir de casa y pasé todo el día en el despacho, leyendo. Teniamos invitado a comer al tío Casimiro, y su conversación jugosa y amena, salpicada de graciosos chascarrillos, alivióme del lento pasar de las horas.

Antes de sentarnos a la mesa, acompañamos a mi madre a la corraliza, donde esperaban impacientes las gallinas. Era costumbre de la señora espaciar por el suelo los menudos granos de trigo, imitando el cacareo alborotador de las gallinas, que acudían pizpiretas y presurosas. Mientras los animalitos comían, mi madre, seguida de la vieja Justa, examinaba los rincones del gallinero en busca de los codiciados huevos…

Repuesto de la sorpresa, examiné a Marina -detenido examen que me embelesó y aturdió de nuevo-. Vestía una falda azul y blusa blanca con líneas violetas. Las botas de campo llegábanle hasta cerca de la falda, y en este visible trecho descubríase la pantorrilla firme y redonda. De los lóbulos rosas de las orejas pendían arillos de oro. El pelo negro, excesivamente negro, resplandecía bajo la luz, como el azabache, lustroso y duro. Los ojos negros al igual que el pelo; los dientes menudos y blancos, de transparencia de nácar, asomábanse a los labios de un rojo vivo y sangrante; esbelto el talle, ancha la espalda; y a través de los pliegues de la blusa, que disimulaban la floración del pecho, dos palomas prisioneras….

El último día que estuve en el Soto hablé un momento a solas con Marina. Llevaba el mismo traje del primer día en que salió entre los árboles, junto al río: la falda azul; la blusa blanca, de listas violetas; las botas de campo, que ocultaban el nacimiento de la pantorrilla. Parecióme, dentro de la elegancia de sus líneas, más firme y opulenta. El seno, disimulado bajo el flojo corpiño, era de formas anfóricas. Los ojos, negros, brillaban como luciérnagas. La ancha espalda, y los costados, cuyas curvaturas acentuábanse al llegar al talle, esbelto y airoso, denotaban una fuerte constitución ofrecida de nuevo en la redondez de los nalgatorios… ¿Para qué seguir? ¡Líbreme Dios de esa morbosa delectación que nos invade cuando describimos el cuerpo de una mujer codiciable; pero pasar por alto -ante el temor de ajenas mojigaterías- los primores de la hija de don Alonso, sería descabellado empeño…

Además de ser una excelente cocinera que conocía, no solo la manera de condimentar los guisos extremeños, sino la de aquellos condumios que complacen las exigencias de un gastrónomo, ayudaba a mi madre en las tareas diversas de la casa. Bien es cierto que abusaba de las grasas -verdaderas cataratas- de la pimienta, perejil, laurel, clavos, tomillo, mostaza, canela, azafrán, comino, nuez moscada, orégano, cilantro y cuantas demás especias sirven de aderezo y condimentación a guisados y manjares. En repostería no tenía que envidiar las aptitudes de la sobrina del párroco. ¡Qué dulzainas, peroles de fruta almibarada, roscas de alfajor, pasteles de liebre, tocinillos del cielo, flanes, bizcochos borrachos, arroz con leche, compotas, perrunillas, flores, huesos de difuntos, sopas de almendra, croquetas de castañas cocidas, rebozadas en huevo y leche, piñonates, rizos, coquillos, natillas de maicena, huevos hilados, suspiros, pestiños, mazapanes, cabello de ángel… ¡Para qué seguir¡…

-Ya llegó, señoritu Andrés -me dijo Cristobalón, a principio del otoño, refiriéndose al día de su enlace con Rosario, la hija del guarda del Pizarral.

-No se que me pareces con esa ropa nueva…Acostumbrado a verte en los tragines del campo vestido de cualquier manera…

-Parecemus muñecus, señoritu. Esta ropa dominguera mos ata y oprimi… Asina mesmu como estoy, ya podía usté llamalme pa que le aparejara el caballu, o pa que le echara piensu, o lavara en la pila del pozu… Ca uno nace pa su cosa… Yo estoy mejor con la ropa de faena… Asina no pues estal mucho tiempo. Me suben por la espalda comu calorinas y suo a cualquier movimiento que hagu… Si alevantu los brazus paice que me estrujan las sobaqueras; que me va a estallal la chaqueta por la espalda. ¡Pero miusté lo que son las cosas!… Yo torpi, aturdiu comu un palominu; deseando desnualme; colgal esta ropita de la percha o mítela en un baúl baju siete llaves… Rosario es to al revés, paíce como nueva, mismamente. Ahí la tié usté, tal cual una reina, espabilá, atenta a to. Ella se ha preparau sola. Quisieron vestila y diju que ninguna pusiá las manus en la ropa, que se bastaba y sobraba… Ya usté ve, señoritu, a mi pa ponelme este vestíu tuvierun que cerrar la puerta del cuartu, porque arrejuía comu uun corzu…

Aprovechamos las plácidas noches de junio. Sólo podíamos disponer de unos instantes en la terraza, cuando se retiraba don Alonso y acompañábale Eulalia para ayudarle a desnudarse. La penumbra nos desleía, borraba los contornos de nuestras figuras, y esta obscuridad acogedora era como un dulcísimo hostal…Las manos de Marina, ingrávidas como dos pétalos, temblaban entre las mías. La conversación parecía un susurro, un sollozo desgarrador. A veces las palabras se nos antojaban indiscretas y preferíamos devorarnos con los ojos, fulgurantes en la noche como dos luciérnagas…

EPÍLOGO (Canto a Extremadura)

Todos los hombres tenemos un fondo de poetas y cantores. He aquí por qué al divisar desde la ventanilla del tren la tierra donde nací, exclamé con el alma encaramada en los labios:¡Salve Extremadura¡…Tu ancho y fecundo seno parió ante la faz del mundo a filósofos, polígrafos, conquistadores, poetas, santos y estadistas. Fuiste fértil y pródiga, de firme y robusta enjundia. Tus llanuras son como un amplio tórax..Por entre los vericuetos de tus campos ondula el Tajo, arrogante y fiero. Otro álveo sirve de lecho al Guadiana, de más plácida y gentil hechura, y ambas corrientes susurran en la calma tibia de los atardeceres estivales y gruñen en el invierno,bajo el aire indómito y bravo. Tiene planicies pardas, como la Mancha, que en su día adórnanse con el oro de las mieses; ingentes montañas, altivas sierras, hoscos oteros, pelados altozanos, montículos, cerros, jorobas, verrugas, recovecos y pedregales…Bajo tus bosques de pinos y castaños, duermes como un gladiador, tumbado a la sombra de sus victorias. Eres señorial en tus ciudades, cuyos castillos y murallas derruidos, son como un gesto de cansancio, como una mueca dolorosa de haber vivido y haber sufrido mucho… Están colmados tus hórreos; pletóricas tus bodegas; llenas de acite tus alcuzas; los perniles penden de los clavos de tus despensas; las hogazas amontónanse en los peroles; crepita la leña bajo el humero, y la puchera hierve, al medio día, en el hogar…

¿Qué más quieres?... ¿No pariste a los héroes que tejieron tu gesta gloriosa? ¿Te faltaron plectros de poetas que rimaran en versos sonoros tus singulares gracias?... Zurbarán y Morales, el divino, salieron de tu vientre, puro como el de María, porque también como Ella, sin coyuntura sexual, lanzaste al mundo a tus hijos…Necesitaste un santo y Pedro de Alcántara subió a los altares. Arias Montano, te llevó triunfalmente de ámbito en ámbito. Entre tus héroes olvidados, esperando una mano que los exhume y glorifique, está don Alonso de Monroy y Sotomayor, clavero de Alcántara… Tienes un cielo eternamente azul, y las cúpulas de tus templos se alzan en una súplica de infinito. El sol, pujante y torvo, diluida su fuerza en oro derretido, escanciase sobre tus campos, que son ánforas sedientas de luz. Eres pródiga, fértil, abundante; ancha y fecunda; dulce y arisca; adusta y suave; serena y dócil; altiva y campechana; dura, varonil, seca, enjuta, ardiente y fruncida; tienes arrullos de paloma y rugidos de fiera…

Tu espíritu codicioso abrió en tus entrañas un hondo surco de dolor. Blandiste las armas sobre los árabes, que tejieron leyendas amorosas en el alféizar de los ajímeces; y las luchas intestinas, de que fuiste objeto, obligaron a los Reyes Católicos a derrocar tus airosas y gallardas torres… Presumes con razón, y tu historia merece, de página, el pergamino, y de cubierta, la vitela; y al margen, como paradoja, como antifrasis, las miniaturas de tus héroes, de tus conquistadores…

¡Salve Extremadura!… Mérida, aún conserva sus mármoles, su estatuaria, los templos de Marte y Júpiter. Cáceres, dibuja en sus callejas sombrosas, donde se oyeron tantas frases de amor, el perfil de doncellas gentiles y caballeros cortejadores…Aún suenan en las noches claras de luna, las lisonjas que unos labios mesalinescos deslizan en los oídos de una dama desfallecida de amor…Y como la luz estorbe nuestros anhelos retrospectivos… ¿quién al pasar por los Adarves, impregnados de misterioso encanto, no oye el chirriar de unos goznes indiscretos; no ve una puerta que se abre, un quinqué, una vieja y un caballero, con la espada de curvilíneos gavilanes en el cinto, que traspasa el umbral,sediendo de pecado?...Badajoz, advierte su silueta en las márgenes del Guadiana. Hervás y Guadalupe, se embriagan con el aroma del cantueso, y se desdibujan en la sombra que tejen los árboles copudos. La Vera, es un mar de hierba, un toldo, un esenciero; el aire sabe a fruta; y la proximidad del Trampal nos permite oír sus rugidos; cual un nuevo Polifemo. Hay lechuzas en lo alto de tus torres, que aún les parece poco tu silencio, y te mandan callar con un Chiii… frío, estremecedor… En el regazo de la sombra álzanse los campanarios de las mansiones conventuales, y por entre el enrejado de las celosías, fluye el incienso, en una oleada de calor. De mañana, de tarde y de noche, con distintos tonos, tu cielo es azul; y es exquisita complacencia, solaz y divertimiento, espaciar la mirada en esta bóveda alta y solemne, donde el sol, como recuerdo espléndido, ha prendido la más rica y deslumbrante pedrería…Bajo las losas de tus templos, duermen los Golfines, los Ovandos, Riveros y Balboas; y en las noches largas del invierno, para desentumecer sus huesos ateridos, alzan las piedras de sus sepulcros y dialogan, como los antiguos peripatéticos…