PENSAMIENTOS Y DIVAGACIONES (Primera parte)

(El autor falleció en 1969 sin haber podido corregir ni el manuscrito, ni las pruebas de imprenta de esta obra. Sus hijos -responsables de su publicación- desean que sus lectores lo tengan en cuenta al juzgarla, y nos atribuyan a nosotros y solo a nosotros las incorrecciones que en ella puedan haberse producido.)

II
El origen del triunfo

No desesperemos si en una tarea trascendental nos sobreviene un fracaso. Puede ser el origen de una gran victoria. El notable matemático Cantor debió a una derrota discursiva su portentoso descubrimiento.

III
Las dos lejanías

La lejanía física nos entristece profundamente cuando tal distancia impide el contacto con los seres queridos. El hombre, auque no lo parezca a ratos, es sociable necesariamente, por imperativo de su propia existencia. Aceptada esta necesidad biológica respecto de la especie, tal sociabilidad adquiere matices o tonos fuertemente afectivos, cuando entre los seres existen vínculos de familia o amistad. El hombre ama o quiere, y es amado o querido. Lo terrible es que la lejanía entre los seres no sea rica, sino moral; que no estemos tristes porque físicamente estemos lejos entre sí, sino porque estando al lado unos de otros, vivamos en mundos aparte.

La lejanía de las almas, los abismos que las separan engendran la más tremenda angustia respecto de cada una. Vivir juntos y estar separados espiritualmente es el camino de la soledad. Amargo camino en el que no hay flores, ni pájaros, en el que el aire huele a podrido y la luz es sombría.

VI
Primum vivere…

No porfiemos demasiado. Hay posiciones que no por imperativo de la razón, sino por un instinto vital hemos de conservar como sea. Y en tal caso sobran los razonamientos. Primum vivere deinde filosofare.

XI
Corolario

Todas las miopías intelectuales traen como consecuencia la desconfianza.

XIII
Los políticos

Ningún Estado puede prescindir de la política, porque la política es la propia vida del Estado. Como no puede renunciar tampoco el pulmón al aire, el ojo a la luz, el estómago a los jugos que segregan sus glándulas. Ahora bien, es necesario que el aire sea puro o lo más puro posible; la luz clara y los jugos que contengan, debidamente dosificados, los elementos que convienen a la digestión.

Cuando un país padece tremendas vicisitudes, la palabra "política" suena mal en los oídos del pueblo. Entonces los nuevos gobernantes enmascaran sus actividades con otro nombre, pero en el fondo es lo mismo. Los Estados no pueden desentenderse de la política como Tartarín no pudo desentenderse del camello. Lo que hay que pedir a Dios es que los políticos sean honrados, o al menos que no sean más que dúctiles, pero no cínicos. Sin embargo, el político honrado tiene una vigencia limitada. La maleabilidad que le rodea exacerba el sistema defensivo de sus principios, y su rigidez se hace dogmática. Frustradas todas sus tentativas no le queda otro remedio que tornar a casa. El político dúctil piensa que la honradez no es un dogma, y se pliega a los relieves del suelo que pisa. Estos hombres constituyen un mal menor. No están dentro de lo ideal, pero tampoco están dentro del Código Penal. Quizá nuestra conformidad respecto de tales sujetos, dada la imposibilidad de lo impecable, fuese una juiciosa decisión. Y no se crea por cuanto va dicho que comparto el pensamiento de Maquiavelo. ¡Abomino de El Príncipe! Los políticos cínicos son fatales para un país. No hacen más que idear pillerías y ponerlas en práctica. Yo he preferido siempre un hombre honrado aunque torpón, que un desaprensivo, inteligente. La vida no es tan difícil como se cree. Una buena intención puede salvar los obstáculos más grandes. He visto triunfar muchas veces a verdaderas medianías que tenían los bolsillos llenos del plomo de la honradez. ¡Adorable peso que nos hace andar despacio y con firmeza!

XVII
Sátira

Las medicinas en su mayoría, solo producen los efectos apetecidos en las personas sanas.

XIX
La vanidad

Encontrábame yo una noche en el teatro cuando un caballero que había a mi lado protestó airadamente contra los que entraban en la sala haciendo ruido.

-No se moleste V., caballero, es inútil -le advertí-. Todo esto no es otra cosa sino una forma más de la vanidad. Los que no son capaces de llamar la atención de la gente de otra manera, la llama así: metiendo ruido.

XXI
El soldado de una batalla perdida

El hombre que no siendo simpático pretende serlo a los demás, a cuyo fin pone en juego todas las habilidades y destrezas posibles, es el soldado de una batalla perdida.

XXIII
Sátira

El hombre es un animal racional, que debido a lo dúctil de su espinazo no siempre se mantiene erguido, es decir, en la posición vertical que le corresponde.

Los reyes y magnates, y sobre todo la ambición desmedida, han contribuido enormemente a que este bípedo pierda algunas veces el empaque de su verticalidad.

XXV
Olvidar

Olvidar es sepultar en el corazón un sentimiento.
¡Dios quiera que no aparezca al poco rato removida la tierra de la sepultura¡

XXVII
La bondad

No hay nada que tanto desarme al enemigo como nuestra propia bondad.

XXIX
El guante y la mano

Detesto la finura formal, externa, de los ademanes, de las actitudes, de las palabras estudiadas. Los hombres de mundo son maestros en todo esto, pero a través de su cortesía hay un corazón seco, egoísta, endurecido. Preferimos la rusticidad campesina, llena de una innata delicadeza afectiva. El guante se adquiere en las tiendas, pero la mano forma parte de nuestro cuerpo

XXXI
Consejo

No admires más que lo que verdaderamente sea digno de admiración, que hay un servilismo habitual del espíritu que tiene más que ver con las formulas sociales de convivencia que con el legítimo mérito de las cosas.

XXXII
Poesía

Los astros que giran en el éter son el regalo de nuestros ojos, la curiosidad de nuestra mente insatisfecha y el testimonio de la grandeza de Dios.

XXXIV
Lo fundamental y específico

Las rectificaciones ideológicas si tocan a lo fundamental y específico son siempre peligrosas.

XXXVI
La atmósfera que nos envuelve

En el subsuelo la raíz se alimenta, pero también el tallo y las hojas toman del aire los elementos nutritivos que contiene. Hagamos nosotros lo mismo. La tradición es como el subsuelo de nuestro espíritu, pero debemos también tomar de la atmósfera que nos envuelve-las ideas y los sentimientos de los demás pueblos-sus elementos más asimilables.

XXXVII
Juicio sobre la lectura

Quizás leamos demasiado. Los libros nos dan un conocimiento indirecto de la vida, de las personas, de las cosas. Rousseau abominaba de la cultura libresca y nuestro arriscado doctor Villarroel decía que tan sólo una mínima parte de los libros es aprovechable.

Más profundo y verdadero será nuestro conocimiento de las cosas si sabemos enfrentarnos valientemente con ellas. Los grandes creadores de la literatura-Shakespeare, Cervantes, Juan Ruiz-leyeron muy poco. El libro viene en muchos casos a suplir propios pensamientos, y a la larga nos hace insolentes, perezosos para discurrir.

No sabemos hasta que punto será razonable lo que decimos y hasta es posible que esté todo esto en contradicción con lo que hemos pensado otras veces respecto de este mismo punto. Dante, Schiller, Goethe fueron verdaderos eruditos. Pero ¿no habrá excesiva ponderación, excesivo equilibrio, excesivo orden en sus obras maestras? Preferimos bostezar a ratos y sentir de pronto la honda lanzada de la emoción estética.

XXXIX
Chanza

"Cuando alguien llama a mi puerta, puedo abrirle tranquilamente, porqué sé que no ha de ser ningún acreedor "esto decía Kant. ¡Como se conoce que no era padre de familia numerosa, pues murió casto!

XLIII
Filosofía moral

Que no tengas nunca nada de qué avergonzarte; que tengas siempre la conciencia como el agua dormida; que tengas todas las mañanas un dulce sabor de espíritu.

He aquí tres maneras diferentes de decir una misma cosa: la filosofía moral de toda alma buena.

XLIV
Reproche

En un mundo como éste en que todos se creen personajes importantes,¡qué admirable es pasar inadvertido.

XLV
Parecer

Los pensamientos y amarguras que nos han atormentado en el pasado,si consiguen sobrevivirle serán los mejores reconstituyentes de nuestra salud moral.

XLIX
"Así hablaba Zaratrusta"

La primera vez que leí Así hablaba Zaratrusta, fue en un café, entre el ruido de los vasos, y las voces de los parroquianos, y los golpes de las fichas de dominó sobre las mesas de mármol.

Después he vuelto a leer esta obra en el campo, bajo una corpulenta encina y en dos o tres tardes de primavera, con el ambiente cargado de tibios perfumes y de dulces sonoridades lejanas.

Si me admite un consejo quien intente leer Así hablaba Zaratrusta, le diré que debe leer esta obra como yo la primera vez que la leí, en un café, pues con el ruido de los vasos, de los parroquianos y de las fichas de dominó, le pasarán inadvertidas muchas cosas.

LII
El hombre bueno y el hombre de talento

No admito más que dos clases de superioridad: la del hombre bueno o la del hombre de talento. Todos los demás podemos llamarnos de tú.

LVII
Consejo

No nos acerquemos demasiado a las cosas. Si las colocamos en una perspectiva no muy lejana, las veremos envueltas como en un halo poético, que desaparecerá tan pronto nos acerquemos.

Toda posesión directa y material requiere contigüidad o aproximación, al menos, de la cosa poseída; y no hay posesión que no lleve en sí el germen, cuando no la flor ya de la desilusión o del hastío.

LVIII
Repudiación de la memoria

Si la memoria no ha de servirme más que para recordar el pasado, para nada necesito la memoria.

LX
El pensamiento activo

El aburrimiento es propio de la mente ociosa. Una persona de pensamiento activo no se aburre nunca.

LXIII
El Estado

"El Estado soy yo" ha dicho Luis XIV. He aquí una manera demasiado subjetiva de ver el Estado. Pasan muchos años, siglos incluso; aparecen los regímenes totalitarios y exclaman:"El Estado lo somos todos".Otro subjetivismo que por su universalidad, por su carácter colectivo constituye casi una manera casi objetiva de considerar al Estado.

¡Cuando llegará el día que se pueda decir: "El Estado no existe"!
No habrá ministros, ni contribuciones, ni ejercito, ni derechos reales, ni Ley hipotecaria. Seguiremos llamándonos Pedros, Juanes, Carlos, Luises; pero en realidad todos seremos Ángeles.

De cuanto antecede se colige fácilmente que el Estado es un atraso en la evolución espiritual de los pueblos.

LXIV
El tren en marcha

La audacia es buena si va precedida de la reflexión. Un hombre reflexivo sin audacia es como un vagón en una vía muerta; en cambio, un hombre reflexivo, pero audaz, es un tren en marcha.

LXV
Las cuestiones más difíciles

Hay letras, como decía Nietzsche, que hacen ver a los ciegos y voces que oyen los más sordos. Sin embargo, no abusemos demasiado de tales procedimientos. Muchas veces las cuestiones más difíciles se resuelven escribiendo con minúsculas y hablando soto voce.

LXVII
Los caracteres

No son los corazones los que en el matrimonio dicen la última palabra, sino los caracteres.

LXVIII
El cadáver de mentirijillas

En las grandes ciudades se vive muy deprisa. El automóvil, el tranvía, el "Metro"…En las poblaciones pequeñas, por el contrario, el ritmo de la vida es muy lento. Si en una ciudad populosa una persona muere atropellada, se la lleva al cementerio. En las poblaciones pequeñas, las personas atropelladas van por sus pies a casa, a la oficina, al taller, al casino, porque como no hay automóviles apenas, ni tranvías ni "Metro" son tan solo atropelladas por las lenguas de los demás. El atropellado de una ciudad pequeña es un cadáver de mentirijillas, insepulto. ¡Desdichado!


LXXI
Las ficciones jurídicas

Hay principios tan ambiciosos que son impracticables. He aquí uno de ellos: Todo ciudadano viene obligado a conocer las leyes. Afirmación estrechamente relacionada con esta otra: La ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento.

Pues bien, que me presenten un solo hombre que lleve metido en la cabeza el frondoso árbol de la legislación.

Los pueblos que mantienen estas ficciones jurídicas están abocados a la bancarrota, pues la verdad no concede trato de favor a quienes se burlan de ella.

LXXIV
Castigo al vanidoso

La vanidad precisa siempre de alguien que nos oiga o nos mire. El peor castigo que se puede imponer a un vanidoso es rodearle de ciegos y sordos.

LXXV
Los autodidactos

Seamos discípulos de cuantos puedan enseñarnos algo. He aquí la única manera de que lleguemos a ser verdaderos maestros.

No olvidemos esto los autodidactos, que sentimos quizá excesivamente el orgullo de nuestro esfuerzo. Porque todo autodidacto no es otra cosa que un Robinsón abandonado a sus propios medios.

LXXVII
La poesía y la ciencia

Si en los pueblos la poesía va detrás de la ciencia, malo y malo. Antiguamente, cuando las ciencias estaban, como si dijésemos en mantillas, los hombres de ciencia eran los poetas. Hoy que las ciencias han adelantado tanto, los hombres de ciencia son poetas también o no son nada.

LXXIX
Sátira

El "poesía… eres tú",de Becker, es un modo un poco irreflexivo o imperfecto de definir la poesía; porque después de ese "tú",esto es, de la mujer amada, suele venir su madre y el madrigal se convierte en epigrama.

LXXX
Lírica

Hay días otoñales en que una atmósfera azulada y fría envuelve las cosas. No se sabe si estos días son tristes o alegres. El frío me incita a andar y si nadie me acompaña-las almas solitarias como la mía no rechazan a la gente, pero tampoco la buscan-inicio conmigo mismo un diálogo sobre cualquier tema que a mi me parece interesante. Monologar es ensoberbecerse, pues desarrollamos, sin contradictor, la actividad de nuestro pensamiento. Aunque sea un artificio el dialogar una persona, pues el alma es tan indivisible como los números primos, es una forma más democrática de conducirse. El número dos fue siempre más democrático que el número uno. Los diunviros y triunviros están ya muy lejos de nosotros, y el autoritarismo, que es fenómeno reciente o incluso coetáneo, se manifiesta en todo instante de un modo individual. Proyectar internamente el propio yo a través del debate entablado por nuestra conciencia, es, sin duda, una manera más liberal de comportarse. Pero no nos desviemos del marco que nos rodea.

En la lejanía hay cumbres con nieve. Son quizá las avanzadillas del invierno. Los árboles están despojándose de su vestidura. Prefiero la vereda al camino. Unos vellones sucios han quedado prendidos en las zarzas que tengo junto a mí. He estado a punto de hacerme daño en ellas. La naturaleza adopta a veces formas hostiles, y nos hiere si nos tiene a mano. Además estas incisivas famas traen a nuestra memoria otras que los hombres manejan hábilmente: la burla, la ironía, la maledicencia, y con las que nos hieren sin piedad alguna.

Hoy no suena la sinfonía del campo. Los pájaros están callados; no se oyen lejanas las esquilas, ni el rumor del viento. El hechizo de la tarde, que está ya empezando a declinar, es esa atmósfera azul que nos envuelve. Una idealidad más presentida que poseída. Algo que es esencialmente físico y que a pesar de todo se me mete en el alma, como una idea o un sentimiento.

LXXXI
La ciencia y la democracia

En las tertulias corrientes, en las que los temas de conversación están de ordinario al alcance de todos: la caza de la perdiz, los toros, la sementera, la recogida de la aceituna, los borregos, etc., no suele dogmatizarse. Cada uno expone su parecer y es escuchado por los demás con más o menos atención, pero es escuchado. En cambio, en las tertulias en que hay un sabio, el diálogo se convierte en monólogo, como una opera en que no hubiera concertante ni cuartetos, ni tercetos, ni dúos; solo un aria muy larga, con ligeras intervenciones del coro. De todo esto deducimos una cosa; que la ciencia no tiene nada de democrática.

LXXXII
La felicidad

De los estoicos hemos aprendido que la felicidad nace de la conformidad nuestra con las cosas. Ceder es ser feliz. Epicteto cedió en lo de dejarse romper una pierna por su brutal amo Epafrodito. Sabia doctrina la de los estoicos, digna de imitarse en un mundo como éste en el que todos preferimos ser Epafroditos.

LXXXII
Estética

La belleza es la luz ideal que despiden placenteramente los objetos del mundo físico, y en el moral, las ideas y los sentimientos, cuando los elementos de que se componen unos y otros concuerdan puntual y exactamente entre sí, hasta determinar un orden o unidad perfectos.

LXXXV
Las Constituciones

Una Constitución, por hermosa y perfecta que sea, es un papel mojado si no está previamente en la conciencia del pueblo. Como el mejor libro-pongamos por caso El Quijote nada vale, ni nada representa si está en manos de uno que no sabe leer. Procuremos, que las gentes aprendan a leer y pongamos después en sus manos los mejores libros del mundo. Hagamos también buenos ciudadanos, es decir, eduquemos cívicamente al pueblo, y ya pueden encargarse de hacer las Constituciones los filósofos e incluso los ángeles.

LXXXVII
Concepto de la multitud

La multitud no oye más que las voces

LXXXVIII
Pregunta

¡Quién me dará una verdad, por pequeña que sea, que satisfaga la ardiente curiosidad de mi espíritu!

XC
Los demás

Nuestra fuerza no estará en nuestro talento, ni en nuestro valor, ni en nuestra virtud, ni en nuestra honradez, sino en la ayuda que nos presten los demás y en la simpatía con que vean todas nuestras actividades. Si ellos nos ayudan, seremos fuertes, aunque seamos tontos; pero si nos vuelven la espalada, ni nuestro talento, ni nuestro valor, ni nuestra virtud, ni nuestra honradez influirá lo más mínimo en el concierto general de la vida.

XCI
La avaricia y la Aritmética

La avaricia es torpeza, porque no todos los sumandos son positivos.

XCII
El símil de la reja

La Dictaduras nos recuerdan a esos chicos que sin saber lo que hacen, meten la cabeza entre los barrotes de una reja. ¡Qué fácil es meter la cabeza; pero qué difícil es sacarla! También es fácil entrar en la Dictadura; pero que difícil es salir de ella.

XCIX
Elogio de Platón

¡Qué grande Napoleón en Austerlitz y qué pequeño en Santa Elena! Estas grandezas que pasan de lo épico a lo ridículo, ¿son en verdad tales grandezas o una apariencia de lo grande? En cambio, ¡que grande Platón en la lejanía del siglo de Pericles y qué grande también hoy, a pesar del tiempo y de las mudanzas filosóficas!

CIV
La ejemplaridad de la pena de muerte

No creo en la ejemplaridad de la pena de muerte. ¿No fue Victor Hugo quien dijo que un cadáver no sirve para nada? Y así es efectivamente. El último gesto de un ahorcado, será todo lo patético que se quiera, pero es un gesto de burla. Al sacar la lengua parece como si se riese de esos tratadistas de Derecho penal, que propugnan la ejemplaridad de la pena de muerte.

CVI
La cáscara y el fruto

Hay quienes recuerdan con mucha facilidad los títulos de las obras, pero nada de su contenido.

Esto es lo mismo que quien se contenta con la cáscara y no aprovecha el fruto.

CVII
Elegía del escritor de provincia

Debe de haber una diferencia notable entre el escritor de Madrid y el de provincia. Y digo que debe de haber, porque estoy siempre un poco reacio a las afirmaciones rotundas. Cuando en un rincón de España aparece un escritor, si lo es verdaderamente verémosle hacer su atillo o equipaje y dirigirse a Madrid. ¿No es éste el caso de Alarcón, García Gutiérrez, Bécker-desgajados del árbol de la familia para seguir el camino de su vocación artística?

Madrid da un aire de superioridad a las personas. Las mujeres de Madrid son más elegantes y desenfadadas. Los hombres, más mundanos e ingeniosos; visten mejor y tienen un profundo conocimiento de la vida. El escritor que no abandona su tierra nativa, ha de ser, por fuerza, mediano y oscuro. Pero esta mediocridad es llevada con especial resignación. ¿Quién se aventura, pues, en condiciones tan adversas, a publicar un libro? ¿Quién intenta aumentar, más allá de los límites locales, el número de sus admiradores? Ha de conformarse con el periódico de mil quinientas suscripciones, aproximadamente. El Ateneo, hosco y destartalado, de provincia, que tiene la cerril animosidad del ambiente en que vive, y la mortal indiferencia de cuanto está más allá de sus pequeñas fronteras, brinda también un asilo a las inquietudes espirituales del escritor. Y nada más. A esto se reduce el ámbito donde puede desenvolver toda su actividad el pensamiento provinciano.

Frente a este panorama, quizá un poco desconsolador, cada literato reacciona según su psicología. El escritor que siente la hidalguía de la pobreza de su fama, como sentían la pecuniaria los antiguos hidalgos españoles, procura ir aseadito y decente, dando a sus escritos un aire de honrosa miseria. Estos escritores tienen el orgullo de su indigencia artística. Si alguna vez ha florecido en sus almas la ilusión de penetrar en el mundo ruidoso y triunfal del escritor de Madrid, con sus grandes periódicos y sus doctas revistas, y sus cenáculos literarios, es un sueño vaporoso e irrealizable. Este hidalgo de la literatura, si por efecto de ese espejismo de su alma a que hemos aludido, ha escrito una carta muy breve y digna, pidiendo a un periódico de Madrid acogida para sus versos, la ha roto inmediatamente, como rompía el cogotudo hidalgo del siglo XVI cualquier memorial que la mente alucinada hubiera concebido en días de terrible penuria. ¡Antes roeríase sus propios huesos o moriría de hambre que pedir una limosna, aunque fuese bajo el disfraz de una suplica razonada y justa! También el escritor prefiere vivir en la oscuridad a exponerse al desaire olímpico de la prensa madrileña.

Pero hay otro escritor o poeta, que menos pagado de sí mismo y a estímulos de su animosidad, apenas acaba de cicatrizarse la herida del último desdén, está ya dando otro aldabonazo a la puerta del gran periódico de Madrid. A este escritor no le arredran las adversidades, ni las negativas, ni los desprecios. ¿Es que tiene fe en su destino? ¿Es que piensa que un aldabonazo y otro pueden ser como la gota de agua, que con su persistencia concluye por horadar la roca?

Si no se echase a mala parte -porque un escritor de provincia no debe admirarse de sí mismo- diría que siento por ti, ¡oh escritor honesto y sufrido!, la más grande admiración.

Vives en un elemento poco inclinado a las actividades del espíritu. Has de luchar con la indiferencia de todo el mundo, cuando no con su hostilidad. Nadie te comprende. Ni el artesano, ni el hombre de carrera. Habrá quien te mire como a un ser raro, inconcebible en un siglo como éste, tan dinámico, tan lleno de preocupaciones materiales. Se te considera, si alguien se detiene a considerarte, como una fuerza negativa, divorciada de todo bien social. Efectivamente, tu esfuerzo íntimo y aislado, no equivale a nada práctico. Las personas que te conocen, creen que pierdes el tiempo de un modo lastimoso. Sin el sastre, o el zapatero, o el médico, o el fabricante, no se podría vivir. En cambio, sin tus artículos o tus poesías, sí. Y menos mal cuando el veredicto del público se reduce a tenerte por un trasto inútil, que sino hace bien, tampoco hace daño. Peor será que se te tenga por indigesto, por irreconciliable enemigo del sentido común y de la naturalidad, y que lluevan por tu pobre alma, dolorida e indefensa, los epítetos con que la dicacidaz y el desprecio de los demás, porfían por llevarse la palma.

Mucho más feliz que tú es el redactor del periódico donde colaboras gratis et amore.

¡Ay, nadie se resigna a tener callado el alumbramiento de su mujer, o el bautizo del recién nacido, o el viajecito que piensa emprender por el extranjero, o la boda del hijo, o el resultado brillante de unas oposiciones, o el té dado el día anterior con motivo de un cumpleaños, o simplemente la temporadita de campo!… ¿Quién ha de decir todo esto en un periódico sino su redactor? ¡Admirable institución la de este puntal de la prensa, que con liberalidad de sus adjetivos en el curso de una gacetilla lapidaria, sostiene el negocio del periódico, cuando no aumenta, sobre todo en la fecha de emigración a las playas, el número de suscriptores! Tú no puedes ni debes descender a estos quehaceres que te parecerán insignificantes, e incluso risibles, desde el pequeño Olimpo de tu verbo creador. Tú cumples un fin estético. Eres la parte ornamental o didáctica del periódico, cuando no ambas cosas a la vez: utile dulci. Pero vele con estas cosas al propietario que compra la prensa local para saber si se ha resuelto ya la cuestión del trigo, o al pescadero que quiere enterarse de si ha amainado el temporal en el Atlántico, pues lleva dos días sin recibir la pesca, y que satisfecha esta curiosidad, se servirá del periódico para envolver la pescadilla.¡Aquellos versos en que pusiste tu corazón y tu pensamiento, que cincelaste cuidadosamente en una noche de estío bajo la luz temblorosa de los astros, o aquel artículo de atildada y enjundiosa prosa, tienen destino tan triste y prosaico como éste, sin que la fama ni una modesta retribución pecuniaria siquiera, te compensen del empleo que dieron a tus lucubraciones o a tus lirismos! ¡Como no he de admirar tu perseverancia, tu firme vocación, a prueba de adversidades! ¿Qué fuerza hay en ti que te empuja hacia adelante, aunque sangre tu corazón y esté tu alma como atravesada por un clavo ardiendo?

Vas por la calle desafiando el espíritu burlón y satírico de la gente, con tu libro abierto. Te sientas en el banco de piedra del paseo público, y ajeno a la gárrula gritería de los niños que juegan en torno tuyo, lees a tus autores favoritos. Apartas los ojos de las páginas para meditar una frase honda, estimuladora de tu razón, que la coge con invisibles pinzas, y la examina y desmenuza, hasta, penetrar sus senos más recónditos. A lo mejor subrayas con el lápiz un párrafo, o pones un breve comentario en la margen del libro. Nada turba el plácido regusto de la lectura. Ni los ruidos del tránsito, ni las voces de las amas tras los chiquillos, ni las palabrotas soeces del carrero que pasa a tus espaldas. Alguien al verte tan absorto y embebido, te ha saludado así: "¡Siempre con el libro en la mano!… Debe de ser Vd. un pozo de ciencia" Sin embargo, tú sabes muy bien que nadie cree en tu ciencia y que bajo esa hiperbólica lisonja se esconde la ironía más cruel. Tienes un gran corazón. Has reflexionado muchas veces sobre el peligro de llegar a cierta edad sin otro hogar que el de tus padres. La idea de casarte ha surgido en tu mente con acuciadora perentoriedad. Tus versos impregnados de la dulce melancolía del crepúsculo, o tu conversación grave y discreta, te ha ganado el corazón de una mujer. Amores a hurtadillas, desde luego, porque tu fama de inútil, dado a la ociosidad de la literatura, ha opuesto una barrera infranqueable a los designios de tu voluntad. ¡Qué pensamientos tan tristes se apoderan de ti! En un momentote de legítimo arrebato, empuñas la pluma como si fuera una lanza. Las ideas acuden presurosas. Les das forma rítmica. ¡Admirable sátira! Intención, mordacidad, estro, desenfado, imagines brillantes. Pero… ¿no habrá algo de ficticio, de convencional, en este entusiasmo que sientes? ¿No será todo obra de los nervios, de la sensibilidad, que vibra la cuerda de un instrumento cuando alguien la pulsa con rabia? Tienes la experiencia de otras ocasiones parecidas. Sabes que cuando se serena tu ánimo y la torrentera se convierte en remanso, todo lo que has escrito te parece desatinado y hasta ridículo. Optas, pues por romper las cuartillas o aherrojarlas en el cajón de la mesa de trabajo.¡Cómo no pensar ahora en la tremenda equivocación de tu vida¡ ¿No tenían razón los que sostenían que eres inútil a la sociedad? Tu desmedido orgullo atribuyó a envidia o a incomprensión, o a espiritual distanciamiento, el juicio unánime de cuantos te conocen. Estabas seguro de tu destino; veías en ti un mérito que nadie reconocía o que nadie quería reconocer, y ahora asistes mohino, abatido, transido de dolor, al derrumbamiento de tu personalidad, de esa personalidad que levantaste, según parece con los materiales suministrados por tu propia soberbia.¿Cómo no vas a pensar en estos momentos que podías haber sido un buen corredor de comercio, un agente de seguros o un excelente tenedor de libros? Engranado en la gran máquina de la sociedad, tu personal esfuerzo tendría una equivalencia efectiva, de fácil cotización y esta circunstancia te dispensaría el respeto de todo el mundo. Pero estás ahí, sólo, corroido por una hurañía enfermiza, sin una ocupación bien mirada por la gente, malgastando el tiempo en estériles coloquios con las musas.

Sin embargo… Tú espíritu es más fuerte de lo que tu supones. Con sorprendente perennidad sigue encendida el ascua de tu vocación. Ya se dará maña tu ingenio a poner hábiles sutilezas dialécticas a la razón demoledora. Los fracasos, los desaires, las privaciones, las adversidades, nada podrán contra tu erguida voluntad. ¡Oh heroico esfuerzo, empapado en lágrimas, desgarrado en jirones del espíritu, ungido en las hieles de la desventura¡ Buscarás razones con que resistir a las recias razones de los demás. Y a través de las tinieblas en que forcejea tu alma, como espléndida trasfloración de luz, amanecerá para ti una nueva esperanza. Pensarás en que tus compañeros de Madrid están también muy distantes de haber conseguido sus aspiraciones. La gloria deslumbra y atrae, pero no proporciona, ni con mucho todo lo que anhelamos. Es posible que los escritores de Madrid dieran su fama a cambio de ciertas comodidades. Un hermoso coche, una mesa bien abastada, un hotel soleado y confortable. ¿No reniegan asimismo del desvío de los gobernantes, que rara vez les reservan un par de gobiernos civiles, una dirección general o una subsecretaría? ¿Cuántos escritores de Madrid, esto es, del cogollo de la intelectualidad española, se sientan en los escaños del Congreso? ¡Cómo te animas a perseverar en tus devociones literarias cuando se te vienen estos hechos a las mientes¡ El optimismo se te ha metido de nuevo en el alma. Estás otra vez ahíto de entusiasmo. Has creído morir y nunca te sentiste tan fuerte, tan jocundo, tan dueño de ti mismo. Reverdece tu ilusión, como los prados se cubren de florecillas silvestres cuando llega la primavera. Has cogido la pluma y en un santiamén se han llenado de bellos pensamientos las cuartillas. Escribes sin premiosidad, como quien abre una espita por donde fluyera tu espíritu. Multitud de ideas, de imágenes, de afectos acude a ti de súbito.¡Qué de extraño tiene que este robustecimiento de tu personalidad te vuelva incluso vanidoso.¡Impelido por tu entusiasmo, has llegado a pensar que no es tan grande la distancia que te separa del escritor de Madrid.¿Acaso no eres más respetuoso que él con la Gramática, y más castizo también, porque estás más apegado al genio literario de tu país? ¿No tienes más tiempo que él -solicitada su atención por mil diversos quehaceres- para reflexionar profundamente sobre las cosas?

Tu profusa lectura -¡en qué has de invertir el tiempo sino en leer!- te permite estar alerta respecto del desenfado con que algunos escritores de Madrid atribuyen frases de un autor a otro. ¡Qué íntima voluptuosidad te proporcionan estos descuidos¡ Tal verso que se atribuyó a Horacio, es de Virgilio. No fue Aristóteles quien dijo tal cosa, sino Platón. Y este "inconsútil", o este "cohonostar" tan mal empleados… Nonadas, simplezas, boberías ¿verdad?, pero que tú ahora saboreas con regalado placer.

¡Oh seráfica puerilidad la tuya, que desahuciado de la fama preterido en un oscuro rincón de provincia, olvidado de los que pudieran auparte y mal visto de cuantos te rodean, sigues con la pluma en la mano, erguida, como un mástil la voluntad, e inclinado el corazón a perdonar todos los agravios recibidos!


CVIII
La puerta abierta

Cuando el bien común es perturbado por una mala interpretación y aplicación de la soberanía, queda abierta la puerta a la violencia.

CIX
Pensamiento

Todo deseo satisfecho es una ilusión perdida

CX
La literatura y la política

Lo peor que puede ocurrirnos es que vinculemos la literatura a la política. El arte en sus diversas modalidades aspira siempre a perpetuarse. La Iliada, el Moisés de Miguel Angel, Los Borrachos, de Velásquez y la Quinta Sinfonía de Beethoven, son testimonios irrebatibles de esta continuidad universal. Cualesquiera que sean nuestros puntos de vista en el orden estético, reconoceremos el valor de tales obras. En cambio, La República, de Platón, como las otras utopías de Moro y Campanella, y los hermanos Moravos y los falansterios, o cualquier sistema político de nuestros días, ensayado o de mera especulación, ya son simples curiosidades históricas, ya ideas de una vigencia determinada. La política puramente doctrinal tiene un valor bibliográfico, y la realista positiva, debiendo entenderse por esto todo grupo de ideas sistematizado, puesto en práctica, como el liberalismo, la democracia, las dictaduras, etc. apenas perduran.

Siendo la política el ejercicio del derecho, que hace posible la convivencia de los hombres, debería gozar de una altísima estimación. Sin tal régimen jurídico fallaría el entendimiento entre los individuos y los pueblos. Las ideas políticas son, pues, la panacea recién descubierta, que facilita el orden social. Si el hombre tiende a ser feliz como todos los cuerpos al reposo, es innegable que la política de un pueblo cualquiera, instrumento suyo para alcanzar la dicha anhelada, debe ser de un valor auténtico, como los metales preciosos y los diamantes de Golconda. Sin embargo, la realidad de ayer y de hoy, nos dice que no es así. No me voy a detener a enumerar las gravísimas máculas de cualquier sistema político aplicado. La cínica desaprensión de una buena parte de sus servidores. Pero lo cierto es que el concepto "política", es un concepto desprestigiado; que nadie cree en su eficacia; que inspira en torno suyo una actitud escéptica, cuando no de franca repulsa. Por mucho que hagamos por revalorizarlo, como la famosa hidra de Lerna, apenas extirpado un mal, aparecerán otros muchos idénticos o peores.

En mi modesta opinión La Bodega, El Intruso y La Catedral, de Blasco Ibáñez, desmerecen enormemente de La Barraca y Cañas y barro. Cuando la literatura se pone al servicio de ciertas doctrinas políticas y sociales, se avillana y sólo en rarísimos casos, el vigor del arte triunfa y su luz resplandece

Menos mal si la vinculación de la literatura a la política es desinteresada. Hay escritores que especulan con su talento literario-cuando lo tienen; que a veces es moneda falsa admitida por decreto, como legítima-y escalan de este modo altos puestos en la gobernación del Estado. Y a veces existe demasiada liberalidad por parte de este, cuando liquida sus cuentas con la literatura. La mediocridad no puede resistir el esfuerzo que se le pide. Y en tales ajustes de cuentas resultan demasiadamente favorecidos los acreedores.

Se me dirá que esta divagación carece de altura. No es culpa mía, sino del tema elegido.

CXI
La centella y el trueno

¡Qué pena me da del sonido¡ Con la lengua fuera detrás de la luz y siempre llega tarde.

CXV
El punto de vista estético

Un día me dijo mi mujer al observar que me quedaba mirando a una joven muy bonita que había pasado junto a nosotros:

Te vas haciendo un viejo verde.

-Nada de eso -le contesté- miro a las mujeres desde un punto de vista exclusivamente estético. Como quien contempla un cuadro de Ticiano o una columna del Partenón.

Y uno de nuestros hijos, que iba con nosotros y que es muy dado a las bromas, me dijo al oído:

-Vamos papá, que si pudieras abrazarte a esa columna…

CXXXI
Pesimismo

¡Ah, si yo encontrase en mi pensamiento y en mi memoria zonas de luz y de alegría a las que dirigirme!

CLVIII
Antes y ahora

Antes para cantar había que tener voz. Ahora no es necesario.
Antes para componer una poesía se necesitaba tener inspiración y conocer la técnica del verso. Ahora no.

Antes los instrumentos músicos habían de reunir determinadas condiciones líricas, sin las cuales no era posible la emoción estética. Ahora no.

Antes la filosofía había de demostrar cierta euritmia conceptual, cierto patrón lógico para que la razón, el logos no se considerase defraudado. Ahora no hay orden, ni equilibrio, ni cohesión entre los elementos especulativos.

Antes el arte para cumplir sus fines había de observarse ciertos postulados, al parecer indeclinables, de la razón y del sentimiento, y merced a los cuales comprendíamos y sentíamos el acto creador. Ahora no es necesario.

El hombre se ha tirado de cabeza al pozo de la irracionalidad y del subconsciente. Ha preferido al agua cristalina de la superficie, la encenagada del fondo, con su pequeña flora viscosa y maloliente.

¡Dios mío haz el milagro de devolvernos a nosotros mismos y sácanos de entre las pezuñas de este Lucifer pseudointelectualizado que nos tiene presos!

CLXIII
Lo maravilloso

Detesto lo maravilloso. Esta afirmación tan rotunda me indispondrá con los espíritus soñadores que se alimentan del misterio y de lo sobrenatural. Pero si consideramos despacio esta cuestión, veremos que tal actitud o postura de la conciencia adversa proviene de una deficiente búsqueda de la verdad.

Admito lo sobrenatural religioso.¡Cómo no admitirlo si es imperativo de la razón, su más firme soporte ¡Despojad al hombre de sus creencias religiosas y le veréis girar en torno de sí mismo, de su propia insatisfacción devoradora, como las partículas que flotan en torno de un sumidero y que acaban siendo tragadas por éste irremisiblemente.

Pero bajad a lo profano y lo maravilloso será un testimonio inequívoco de nuestra ignorancia. No le demos vueltas. Cuando no descubrimos la verdad y en el lugar de ella ponemos una ficción, por maravillosa que sea hemos proclamado nuestra impotencia.

La ignorancia es un déficit de posibilidades que sume al alma en la mayor orfandad.

Un conjunto de misterios y sobrenaturalidades ha atraído siempre, en lo primitivo, la pueril curiosidad de los pueblos. Pero ¿qué queda de todo esto? La civilización ha barrido lo maravilloso, porque en el fondo de toda maravilla hay una engañosa actitud. La ignorancia del Dios verdadero teje el cúmulo de fábulas del politeísmo. El Olimpo se llena de dioses y semidioses. No se distinguen de los seres humanos más que en la inmortalidad. Piensan, respiran, se mueven al impulso ciego de las pasiones más violentas; aman, luchan, se metamorfosean; incluso incurren en la liviandades más reprensibles o en las ligerezas más ridículas. Asombran por su credulidad y se sirven del absurdo como de un arma poderosa de convicción.

No se puede negar el soberano instinto poético que forjó estos mitos.Pero en la raíz de tanta inventiva estaba la claudicación del espíritu creador que prefería lo fingido a lo verdadero.

La verdad es oceánica y universal. No se constriñe a la ciencia, a la filosofía, a la historia, etc. sino que pertenece también al mundo del arte. Cuando una verdad no nos sirve, porque era una verdad aparente y hemos descubierto la ficticia integración de su estructura, la echamos por la borda de nuestra conciencia analítica y la vemos hundirse y desaparecer.

Por esa borda salieron las mitologías, los libros sagrados-exceptuada la Biblia-que se redujeron a simples obras literarias más o menos brillantes; el saber de Ptolomeo, la alquimia, la astrología, los sistemas filosóficos, los evangelios apócrifos y los cronicones, la teosofía, el psicoanálisis y la buenaventura. Las pitonisas, desde las que en el templo délfico transmitía los oráculos, hasta la Catalina Theos que veía en Robespierre a un nuevo Mesías de casaca y escarapela tricolor; los mistagogos o hierofantes de las religiones orientales; los magos, y las hadas y los enanos, y las sílfides, ondinas, náyades, peris, apsaras, valkyrias, dragones, endriagos, hechiceros, nigro-mantes, brujos y quirománticos.

¡Ejemplar trailla que llenó de supersticiones, maleficios y encantamientos la literatura!

¿A quién se le ocurriría hoy echar mano de las maravillas del Ramayana, de la épica griega o de los mitos escandinavos que explotó Wagner hasta lo exhaustivo? ¿Quién se acuerda hoy de Weisshaupt, Bregasse y Swedemborg, de Elena Blavatsky y de nuestro Roso de Luna? En las espeluncas ya no hay gnomos, ni geniecillos. Al menos, los que bajan a ellas para descubrir sus secretos naturales más íntimos, no los encuentran.

Las ficciones por poéticas que sean, tienen una vigencia muy breve si se compara su duración con el infinito pasar del tiempo. A medida que avanza el hombre y va encendiendo con su mano temblorosa las luces de la verdad, lo maravilloso desaparece como las sombras de la noche con la aurora. Tan pronto se iluminan las cosas, abandonan su aspecto fantasmal y se nos muestran con la belleza de sus formas auténticas. Los pájaros no cantan de noche. Se despiden del día en el crepúsculo y lo celebran en el alba. Los noctámbulos son los menos simpáticos y atrayentes, como por ejemplo el buho, pese a la alta significación que se le atribuye: símbolo, en Minerva, de la sabiduría.

La verdad ocupa el primer puesto en la jerarquía de los valores.Siempre preferiré Los Campesinos, de Reymond a las narraciones de Poe o de Kafka, y lo patético verídico de El embargo, de Gabriel y Galán a la espectral inspiración de El cementerio marino, de Valery.

En el arte son los caracteres, como salidos de las manos de un cíclope, los que lo estabilizan y perpetúan en la memoria de las gentes. La vaguedad es agua o arena que de la mano cerrada se nos escapa. Pero el carácter, el temple, la faz interior de las personas, que se muestra a cada paso en todos sus actos, es lo que atrae a la conciencia estética, lo que hiere nuestra sensibilidad. En el Alcalde de Zalamea, la indomable entereza de Pedro Crespo y en el Quijote la rectilínea proyección del ideal caballeresco.

Ya sé que la verdad de lo bello nada tiene que ver con la verdad científica o la verdad histórica. Aquí todo pasa. En el arte pasa o puede pasar, ya que en la última instancia al poeta, al novelista, al autor dramático sólo se le exige la verosimilitud, pero las posibilidades de un hecho están en razón directa de la belleza, porque la verdad, por serlo, es siempre bella.

Las civilizaciones destierran los misterios, jubilan los ritos de las falsas creencias y desvalorizan lo maravilloso. Cuando las tinieblas sucumben en el piélago inexorable de la luz, la naturaleza lanza un grito de júbilo. No lo oyen desgraciadamente los que se apegan a lo oscuro, los que ¡almas femeninas¡ se asustan de la verdad, y tornan al antro de sus supersticiones, al crepúsculo promisorio de las tinieblas, donde lo falso, vestido con el manto señorial de los sueños, se erige en campeón de la belleza. No hay tal apoteosis. Lo maravilloso en pugna con la verdad nunca sobrevive a ésta.

CLXV
Anécdota

Durante nuestro viaje de novios recorrimos la Costa Azul. Un día nos trasladamos de Marsella a Niza en un coche turístico. Como el tiempo estaba lluvioso y desapacible, subimos al vehículo cuatro viajeros: un matrimonio francés y mi mujer y yo.

Los franceses se colocaron delante y nosotros detrás. Tan pronto emprendió el coche la marcha nuestros compañeros de viaje, que debían de ser recién casados, empezaron a hacerse carantoñas y arrumacos excesivos.

En Mentón nos detuvimos a refrescar, y cuando tornamos al coche, dije a los recién casados, en un francés muy deficiente, pero lo bastante claro para que me entendieran:

-Ahora, mi mujer y yo nos vamos a colocar delante y ustedes detrás ¡y van a ver lo que es bueno!

CLXXIV
Lírica

Los caminos que conducen a alguna parte no sirven para nuestros sueños.

Soñar es desear aquello tan remoto y oculto que está fuera de todos los caminos imaginables.

¿No hay caminos azules? Grita el corazón exasperado por tales palabras. Pues esos son los que nos llevan al fin de nuestros deseos. Mira la atmósfera azulada que envuelve a las lejanías; el añil del cielo en una noche estival; la misteriosa masa azul del agua marina; ahí tienes unos cuantos caminos que pueden llevarte a la realización de tus sueños.

¡Bah! pensamos un poco escépticamente. Esos caminos tampoco van a ninguna parte. Los sueños no tienen caminos; si los tuvieran y condujesen a algún lado, dejarían de ser sueños.

Soñar es morirse de toda realidad circundante. Cerrar los ojos y vivir dentro de uno mismo ¡ay! donde tampoco hay caminos, porque las nieves de la desilusión los borraron.

CLXXV
El saber y la bondad

El saber ha sido siempre petulante. Lo contrario de lo que ocurre con la bondad, que cuanto más ignora más subyuga.

CLXXXII
La locuacidad

En España, de todos los países del mundo, es, seguro donde más se habla. Quizá los árabes nos aventajan o igualen, al menos. Lo contemplativo es propio de los pueblos del Norte, que tienen por fondo la nieve, y por vestido ideal la bruma, y ambos elementos naturales suscitan el idealismo y el ensueño. Ibsen con su Peer Gyint y Selma Lagerlof, con su Leyenda de Gosta Barlens, acreditan tal propensión a lo fabuloso y como ensoñado. Pero en nuestras latitudes la brillante luminosidad mediterránea e incluso ibérica, cancela todo compromiso con lo maravilloso y enigmático, y nos presenta la faz de las cosas tal como es, sin la sublime deformación ideal de lo sobrehumano y extraterreno.

Entre nosotros lo contemplativo se da por excepción, es una violencia del alma hacia sí misma. Somos más externos que introspectivos; nos atrae más la luz que la umbría del pensamiento analítico. La mística surge como un contraste de los pícaros del siglo XVII, y de los Borrachos de Velázquez, y de los aguafuertes de Goya. Esta es nuestra cara auténtica la de la Corte de los Milagros, y el patio de Monipodio y las cuentas del Gran Capitán.

Ni Balmes, ni Ortega, ni Unamuno fueron verdaderos filósofos. Hablar de filosofía española, es como hablar de pintura rusa y de música inglesa. Nuestros pensadores carecen de autonomía porque generalmente se mueven en ámbito ajeno. Somos más actores, traginantes, aventureros, que extáticos contempladores. Nos gusta más la envoltura de las cosas que su meollo. Y un pueblo así tan poco concentrado y vertical, ha de ser por fuerza conversador y parlanchín. Valera fue un garboso hablante, y Fray Luís de Granada y Castelar, despilfarradores del lenguaje. El Diario de Sesiones es un mar de tinta, sin orillas. Sobran en tales páginas más de las dos terceras partes de las palabras. Los discursos forenses, son, por lo común, dilatorios y plúmbeos. Don Juan de la Cierva necesitaba varias horas para informar, y don Segismundo Moret invirtió días, con objeto de dar tiempo para que se realizase determinada circunstancia. Nuestra lengua es copiosa en sinónimos, lo cual pone de resalto la multitud de nuestras posibilidades léxicas. Recuérdese la escena de Le bourgeois gentilhomme, de Moliere, con que se demuestra la variedad de formas en que puede decirse una misma cosa. Volviendo a España, los barberos y las porteras en nada tienen que envidiar a Isión;el gran charlatán de la mitología griega. Quizá un poco de premiosidad hubiera convenido al proceso de nuestras ideas, que, con ventaja para su elaboración definitiva, se habrían retraído en la mente.

¿De donde proviene la locuacidad? ¿De la fantasía o imaginativa? ¿Del temperamento meridional, pese a la austera meseta castellana ¿Del saber, que aun dado su modesto bagaje, rompe a manifestarse por todos los poros de nuestra alma? Más me inclino yo a creer que procede de la ociosidad. En pocos países se pierde tanto el tiempo como en España, donde ríos de gente desocupada, malgastadora de las horas, deambula sin rumbo fijo en las grandes ciudades o se detiene-verdaderos meandros-en los círculos, de amplios ventanales a la calle y cómodos butacones de acolchonada tapicería. Las plazas, y las esquinas, y los cafés, están llenos de público heterogéneo e incluso espectacular, que se dispara sus ocurrencias y habladurías. Se calumnia, se injuria y se engaña, porque tales acciones casi siempre punibles, se sirven del instrumento de la palabra.

Nuestro romanticismo fue palabrero y vacuo, y hoy que tan distantes estamos de aquella técnica literaria, y en que se hace alarde de horror a la retórica -monstruo de numerosas cabezas como la hidra de Lerna- se siguen poblando los libros, y los periódicos, y la radio, de metáforas y tropos. Hay locutores cuya verborrea acongoja y deprime al oyente.

¡Qué lejos estamos, pues, del multa paucis de los latinos¡

CXCI
Aristóteles y Platón

Aristóteles repugnó de su maestro lo que había en él de retórico y palabrero. Y es verdad que un filósofo poeta es un ser híbrido, de dos hemisferios, que en vez de completarse se destruyen recíprocamente.

El secreto de la especulación es huir de la magia lírica. Allí donde se juntan la llama devoradora de la poesía y el estilete del análisis, se produce el fenómeno de un punta incendiada, que quema lo que toca, cuando lo más bello y admirable de la filosofía es el gélido ámbito en que se mueve.

CXCIII
La celebridad

Detesto la celebridad porque nos hipoteca el futuro. La celebridad es la garantía con que respondemos a los demás de las posibilidades de nuestro espíritu. Pero no caemos en la cuenta de que la gloria en vez de estimularnos, cohíbe los movimientos de la mente y del corazón: esto es, del acto de crear.

El hombre célebre desearía cancelar su fama con tal de reduplicar el esfuerzo para volver a conseguirla.

Esto que a primera vista parece un círculo vicioso o una paradoja, no es ninguna de ambas cosas si lo consideramos bien, sino el impulso más trascendental de nuestra conciencia estética.

CC
"La generación del 98"

Como siempre la cosa es ver lo que no han visto los demás.¿Por ceguera?¿Porque no existía? No se puede negar que "la generación del 98" sentía el prurito de un Colón: descubrir nuevos continentes, pero como todos estaban ya descubiertos, habían de contentarse con hacer creer que el más modesto archipiélago era un mundo.

CCII
Anécdota

Un día le dijo mi hija Emilia a mi hijo Pedro Luís:
-Anda despierta y levántate pronto. Mira que si no de despiertas y levantas en seguida, no vas a tener tiempo de dormir la siesta.

CCV
Lírica

Me gusta mucho andar por los caminos solitarios. Entre las bardas de las pequeñas heredades. Bajo los árboles que extienden sus ramas acogedoras. Aquí canta un gallo. Allá ladra un perro. Salto un regatillo que discurre sin bulla, ni prisa. A través de un almendro, a medio florecer, divísanse las crestas apoteósicas de Gredos, vestidas de primera comunión.

De tarde en tarde me cruzo con algún labrantín que, con "aire lento y cansino" como los hacheros de Enrique de Mesa, vuelve del trabajo. Cantan tonadas populares de la región o coplas andaluzas, pero, naturalmente, sin estilo, ni garbo flamencos.

¿Cómo arrancar de estas mentalidades y de estos sensorios tales gustos? "Pero que pretende usted -se me dirá- que canten un trozo de la Pastoral, de Beethoven o de la Sinfonía alpina, de Straus: "¿Y qué mal habría en ello? replicaría yo.

La incultura, el analfabetismo no son imputables, sino en una mínima parte, a los que lo padecen. Los estímulos que se les aplican son poco eficaces. El maestro está mal retribuido, y quizá por esto su preparación no responda al trascendental cometido que se les asigna. Los ingleses pagan muy bien a los maestros y a los jueces, porque se dan cuenta de la importancia de tales profesiones. ¡Ah, la enseñanza y la justicia son los cimientos más poderosos de toda organización social!

Si yo hubiera sido alguna vez presidente de la Diputación -pero que títulos de esos que se cotizan para ocupar tales cargos, tenía yo- uno de mis primeros proyectos habría sido crear una orquesta sinfónica, encargada de satisfacer gustos o de promoverlos, es decir, de complacer las inclinaciones ya bien cultivadas de los amantes de la música o de suscitarlas. "¡Qué soñador es usted!" "¡Pero si los sueños -respondería- son las razones del corazón, y no hay razones mejores que estas!"

Las bibliotecas públicas vacías, las tabernas llenas. Los chicos en mitad de la calle, como el cerdo, la gallina, la cabra y el asno. ¡Cuanto tiempo perdido inútilmente! "¿Sabe usted leer y escribir?" "Apenas" o bien "no señor" son de ordinario las respuestas. Y sin embargo, hay por ahí, aunque abandonadas a su propia indolencia o a la de los demás obligados a cuidar de ellas, inteligencias clarísimas y brillantes educaciones sentimentales nativas.

A mi me va sonando ahora por dentro algunas frases musicales, que son como dardos luminosos disparados al corazón. La tarde, en ricos cendales de oro pálido; con dulces sonoridades campesinas y un tibio olor a juncia y helechos, se me va haciendo el poniente. Es un atardecer lleno de majestad. Aquí, en un árbol cercano u pajarillo asustadizo huye de mí, sin que consiga detenerlo la ternura con que lo miro. En las hondonadas que forman los montes contiguos las sombras se hacen más espesas y plomizas. La hierba está húmeda aun y la luz apenas brilla en los aguazales que surgen al paso.

¡Con qué dulce emoción recuerdo esta estrofa lírica!

Cuando la sombra avanza en torno mío,
¡qué tristeza me da!
también la luz del corazón se ausenta,
pero no vuelve más

En un recodo del camino me cruzo con un labrador que trae la azada colgada del hombro y va cantando esta copla:

Que vaya, dile a mi suegra,
preparando el equipaje,
que como la tope en casa,
con el hocino he de darle

CCXXI
Lírica

Hoy, como otras tantas veces, he salido al campo. Cada día me seducen más estas andaduras por los caminos solitarios y a través de los montes. Hay no se qué hechizo en el inmenso escenario de la naturaleza en el que cada cosa representa maravillosamente su papel: las rocas, el agua, los árboles, el viento. Compadezco al hombre de la ciudad, con sus problemas, sus pretensiones, sus angustias a cuesta. Es un fracasado, un impotente, sin agallas para romper con cuanto le rodea, y va, con paso lento y cansino, de un lado a otro, que es como no ir a ninguna parte.

Aquí, en cambio, todo se nos da de un modo espontáneo. La luz que nos hiere dulcemente, con su callado verterse sobre las cosas. El viento, que parece que salta de un árbol a otro y les arranca la melodía de sus trémulas ramas. La hierba húmeda y fragante. Los senderos, cuya arena crepita bajo nuestros pies, con un quejido casi inaudible. El agua de los regatos, las hojas, los pájaros, el cielo, como un cristal sin azogue. ¡Maravilloso coro de la naturaleza, de voces radiantes, comprometidas en un himno que nunca nos cansamos de oír!

Lo humano se ha desvanecido allá lejos, en la ciudad. No fatiga la ascensión a través del abrupto terreno: canchos sueltos o roquedales y pedrizas; ni la empinada cuesta del camino o vereda, a cuya orilla crece el tomillo y discurre sosegadamente el agua.

Las cornejas chillan a nuestro paso, nos disputan la posesión del suelo que pisamos. Y una atmósfera teñida del oro del crepúsculo se ciñe a nuestro cuerpo, como una túnica sutil y temblorosa. Por el ancho boquete que forman dos montes cercanos, divísase el enorme murallón de Gredos. La nieve, que aun perdura en las cumbres, tiene un color rosáceo a esta hora de la tarde en que ha declinado el sol tras unas nubes ligeramente incendiadas.

En medio de esta naturaleza tan acogedora y entrañable, pienso que el hombre es un animal dañino, que no tiene garras en las manos, ni en los pies, pero sí en la voz, en las palabras, en los actos.

¡Qué contraste entre el hermano sol, y el hermano lobo, y las hermanas aves, de San Francisco de Asís y el Homo homini lupus del poeta latino¡ Frase que después fue adoptada por Hobbes como fundamento de su filosofía. Pero, ¿para qué empañar la cristalina transparencia que tengo ahora en torno mio, con estas reflexiones?

Al borde del atajo hay una casucha medio en ruinas, de tejas musgosas y renegridas, costurones y resquebrajaduras en las paredes y el postigo roto sobre la tenebrosa oscuridad interior. Un olor a estiércol y humedad me sale al paso cuando me sitúo frente a ella. Está deshabitada, sin que rescoldo alguno de lumbre o ceniza denote la presencia más o menos mediata de alguien.

¡Qué sosiego, qué soledad y qué silencio de tarde en tarde interrumpido por el graznar de algún cuervo o el ladrido de un perro! Las aguanieves también cancelan momentáneamente esta ausencia de sonidos. Picotean el suelo y acaban alzándose en el aire.

Allá abajo y a la orilla del ancho valle, queda el pueblo, como recostado en su propia indolencia; con sus corralizas y huertos, sus cuadras y tinados: Las paredes de cal blanca o de rojizos ladrillos. Varias venas de agua lo atraviesan del Sur al Norte, y en los aledaños unas lagunillas o pequeñas charcas impregnan de humedad la atmósfera.

A mi izquierda y en el horizonte, el puerto de Miravete como una sinfonía azul de color.

La luz se despide de las matas de menta, de las campánulas y de los lirios.

En la paz y quietud de esta hora en que muere la tarde, sentado sobre una piedra de cómodo respaldo, se me han venido a la memoria unos versos que recito por lo bajo:

¿Qué será la tristeza?
me preguntaste un día.
Un sudario, te dije,
ceñido a nuestra vida.

Crepúsculo sin luz,
todo melancolía.
Espectro o sombra acaso
de la ilusión perdida.
Un ascua que se apaga
y convierte en ceniza.
Eso es ¡ay! la tristeza,
adorada hija mía.

Después en mi tremenda vanidad literaria, he creído que las piedras se movían, los árboles se inclinaban y el regatillo detenía su corriente.

PENSAMIENTOS Y DIVAGACIONES (Segunda parte)

XVIII
Dos clases de erudición

Hay dos modos de saber: uno verdadero y otro falso.
No es más sabio el que, al escribir, dice más cosas, sino el que se sabe todo lo que dice. De aquí se infiere fácil que existen dos clases de erudición: la que uno se sabe, que es la verdadera, y la que no se sabe, que es la de los demás.

XXI
La crítica constructiva y la negativa

Todo autor desea respecto de sí mismo una crítica constructiva, porque con tal crítica constructiva él se salva; más detestará toda crítica negativa, porque entre los escombros de ésta él perece.

XLVI
Sísifo y las Danaides

Las civilizaciones son, como ha dicho Paul Valéry, edificios encantadores. ¡Nos brindan tantos atractivos! ¡Están tan bien dispuestas para nuestro placer, para nuestra comodidad, para nuestras necesidades¡ Pero ¿quién responde de la firmeza de los cimientos? Desengañémonos. La civilización, exceptuadas algunas verdades que quizá podrían contarse con los dedos de la mano y sobrarían dedos, es una serie de convenciones universalmente aceptadas. Lo mismo que a las palabras se les asigna un sentido, a las cosas se les asigna un valor. Y con tal lenguaje y tales categorías nos entendemos. Hasta que se desploman los conceptos que erigimos en dogmas. Sin embargo, no nos desanimamos, ni nos impacientamos. Seguimos como Sisfo subiendo la roca o como Danaides echando agua en el tonel.

XLVIII
Sátira

Hoy he leído un libro y lo he entendido desde el principio hasta el final.
¡Debe de ser un libro muy malo¡

L
Lo inefable

El sentimiento más íntimo del amor es aquél que queda dentro de nosotros porque no tiene palabras con que expresarse.

LII
El precio del viaje

¿Hay algún mundo donde reine el orden, la paz, la justicia, la buena fe, la caridad, el respeto mutuo, etc.?..Y oigo a la conciencia que me dice:

-Si. Pero para ir a ese mundo hacen falta dos cosas: morirse y haber sido bueno. He aquí el precio del viaje.

LXI
El mal no está en nosotros

Cuando alguien murmure de nosotros e incluso se nos injurie y calumnie, no desesperemos. Nada hay más fácil que una mentira. Basta imaginar y decir. Pero la verdad es algo que existe por sí mismo. Con que brille en nuestra conciencia y aliente en nuestro corazón,es suficiente.

Que nos vean como somos es ideal; pero si nos ven como no somos, allá ellos. El mal no está en nosotros, sino en sus ojos, y ellos serán los que tendrán que curarse de su ceguera.

LXV
Un ejercicio peligroso

Hay palabras como justicia, amor, caridad, fe, honor, lealtad, libertad, etc. que debemos reverenciar.

Cascar las palabras para ver lo que contienen ha sido siempre un ejercicio muy peligroso.

LXVII
Los matemáticos

Los hechos humanos siempre se relacionan entre sí. No son compartimientos estancos de tan absoluta dependencia que alejan de la mente la ley de los vasos comunicantes, o dicho de otro modo, islotes en el tiempo y el espacio. La Ilustración dio lugar a la Revolución inglesa; la Enciclopedia, a la francesa, el pseudo-clasicismo promovió el movimiento románico. Aun las cosas que por su naturaleza parecen más distanciadas entre sí, tienen algún vínculo soterrado y profundo. En los planes divinos de la Creación entró sin duda esta idea de la relación respecto de todo lo creado. Las nuevas formas del arte, que se agudizan en sus ismos respectivos: la poesía pura y la pintura abstracta; el flamante estilo arquitectónico de ciertas ciudades; la monstruosa configuración de los automóviles, no responden a un impulso autóctono de la propia especie. La forma del automóvil es así por que la de la poesía y la de la pintura son "así", y la arquitectura de determinadas poblaciones es "así" también.

Hay mucho papanata que al leer un libro de versos surrealistas o al mirar una pintura abstracta se admira de la originalidad creadora que representa para él tales obras. Parece que han entrado en un mundo nuevo, sin precedentes, ni relaciones. En sus mentes ha surgido la idea de la generación espontánea. Y abren de asombro la boca hasta vérseles el píloro.

Sin embargo, los movimientos espirituales de nuestros días proceden en su raíz más profunda, de un hecho trascendental; la crisis del quinto postulado de Euclides sobre las líneas paralelas.

Hasta el siglo XIX todo iba bien: de acuerdo con ese patrón que hemos dado en llamar: el sentido común. Aun cuando en filosofía se haya llegado a extremos tales de idealismo como las doctrinas de Berkeley, por ejemplo, nunca se había enfrentado el espíritu especulativo del hombre, de modo tan decidido, con el sentido común. La escuela holandesa incluso lo había adoptado como base de su actividad filosófica. Pero al llegar la centuria decimoctava, es tal el ímpetu combativo de algunos pensadores, que ciertos principios se bambolean, como si una mano mágica les hubiera desprovisto de sus fundamentos. Y a partir de ese instante todo cambia o al menos experimenta profundas modificaciones. El quinto eslabón de Euclides interrumpe, por su propia indemostrabilidad, la rígida continuidad de los elementos en que está integrado. Se han roto las cadenas que tenían esclavizada a la imaginación. Bolyai, Lobaschevsky y Riemann construyen nuevos mundos. Han abierto una brecha en la ciencia clásica. Los números y las figuras no bastan. El sentido común es un lastre insoportable. Las matemáticas no tienen porqué estar al servicio de lo práctico y utilitario. La ciencia pura, desinteresada, se convierte en un campo de experimentación de la inventiva del hombre. Veronese, Silvestre, Cayley, Möbius, Grassmann penetraron por el portillo abierto. La poesía pura, la pintura abstracta, es decir, el arte deshumanizado, tiene ese precedente fundamental. Por una vez el espíritu creador marcha a la zaga de la especulación científica. Los poetas, los pintores, los músicos, los arquitectos, los fabricantes de coches van con la lengua fuera detrás de la carroza de los matemáticos.

LXVIII
El cetro del saber

Esta divagación va a ser solamente nominativa.

Herschel "fué músico en un regimiento".Hansen "tenía una pequeña relojería en Touderu". Leverrier "era empleado del Monopolio de Tabacos de París".Hall y Newcomb "fueron carpinteros".Bruhus, "fue cerrajero".Weber "pastor y después labrador".Dollond "fue tejedor de seda".Fraceuhofer "pulidor de cristal"… (Los mundos lejanos de Bürgel).

Aun cabría añadir que Eucrates vendía estopa,Spinoza pulía vidrios,Boehm hacía zapatos y William Cowper fabricaba conejos y amaestraba liebres.

¡Oh,pueblo soberano!

El cetro del saber está en tu mano.

LXXI
Sátira

¿Por qué estarán la cabeza y los pies tan separados si en muchos actos de nuestra vida aparecen tan juntos?

LXXVI
El auditorio

Todo hombre que piensa puede ser un filósofo o un charlatán. Para saber si es una cosa u otra no será necesario que nos detengamos a escucharlo. El auditorio nos lo dirá.

LXXVIII
La verdad de nuestro destino

Nada es tuyo ni mío. Todo cuanto tenemos es prestado. El día que lleguemos a deducir de esta verdad las enseñanzas que contiene, habremos conseguido poseer algo: la verdad de nuestro destino.

XCII
La vida está en el corazón

De nada sirve el tener una cabeza maravillosamente organizada, si no se tiene también un corazón maravillosamente organizado; porque la ciencia necesita del calor de la vida y la vida está en el corazón.

CIII
El oro y la escoria

Es posible que yo hubiera sido un buen militar. En el fondo soy algo ordenancista. Y no hay nada como la disciplina, es decir, la ciega obediencia, para que todo lo predeterminado se cumpla.

Esta propensión mía a las reglas me ha frustrado en muchas ocasiones la emoción estética. Si en un bello poema encuentro un ti acentuado, o un solo, cuando es adjetivo, no dejo, naturalmente, de gozar por ello con la lectura de tal poesía, pero esta pecabilidad notoria, que pudo evitarse con una educación intelectual más esmerada, rebaja el grado de emoción. Si la acentuación y medida de los versos son imperfectas, por muy grande y hermoso que sea el contenido lírico, se ha enfriado algo mi entusiasmo.

¡Qué contrariedad ser así! A Zunzunegui -uno de nuestros mejores novelistas actuales- le estimé menos porque en una novela premiada por la real Academia Española puso la famosa frase de "Dios es grande en el Sinaí"… en labios de Donoso Cortés, cuando fue Castelar quien la dijo en su discurso de réplica al canónigo Manterola. Y otro tanto me ocurrió con Foxá -excelente cronista- cuando con ocasión de su ingreso en la ya citada docta Corporación, dijo a un periodista del ABC, que de escribir en verso su discurso de recepción sería el segundo en hacerlo así, pues el primero había sido Zorrilla. Lapsus imperdonable a raíz de ser inmortal. Zorrilla fue el segundo que contestó en verso. El primero había sido Fray Juan de la Concepción.

Ortega y Gasset -otro de mis autores predilectos, a pesar de sus paradojas y de que rara vez remataba la suerte, es decir, concluía la especulación empezada- me decepcionó al atribuir a Tántalo la propiedad que tenía el rey Midas de convertir en oro cuanto tocaban sus manos, y Aunós al hacer nacer a Júpiter de la cabeza de Minerva, cuando fue al revés: Minerva la que nació, de punta en blanco y armada de los pies a la cabeza, de la de Júpiter.

Pues y ese "Un Dios está delante de ti", "Un Dios ha entrado en tu corazón", de ciertos devocionarios. Pero, ¿no habíamos quedado en que "un" es un artículo indeterminado o indefinido? Podrá decirse "un Dios", hablando de la Mitología, porque hubo muchos, pero no del Dios verdadero, que no hay más que uno.

Y cualesquiera por cualquiera-no se dan cuenta del valor de la s que va en medio de la primera voz -;y dintel por umbral; cerúleo, por céreo; inconsútil- lo que no tiene costura, como la túnica de Jesucristo, por ultrasutil; etcétera, etcétera.

Bien sé que todo esto es de una importancia relativa. Que se puede ser un escritor y cometer más de una pifia semejante. Pero ¿quién me negará que tales máculas rebajan los quilates de un escritor por muy oro de buena ley que sea?

CXVII
Autobiográfico

La felicidad es un pájaro que rara vez se posa en el alero de mi tejado.

CXIX
El hombre es como es

Considera que el hombre no es como tú quisieras que fuese, sino como es, y atempera a esta verdad tu conducta.

CXXVI
Juicio

La prudencia es una timidez reflexiva.

CXXXIII
Pesimismo

Todo, todo, todo ha fracasado en la vida. ¿Por qué no reconocerlo así y empezar a vivir de nuevo.

CXXXVII
Lo fácil y lo difícil

Qué cosa más fácil es atribuir a los demás un defecto, un vicio, una mala acción, una torpeza.

Hagamos, pues, cosas difíciles para que esté tranquila nuestra conciencia.

CXXXVIII
Autobiográfica

El autor de este libro es recaudador de contribuciones. San Mateo cobró tributos; Cervantes fue alcabalero; Casta, la esposa de Bécker, y a quién dedicó unos versos que están entre sus Rimas, se casó en segundas nupcias con un recaudador de contribuciones; y Colette, la famosa novelista francesa, era hija de un recaudador.

Cuando en las listas cobratorias leo nombres como estos: Fausto, Virgilio, Beatriz, Lope, mi pensamiento se evade de las cárceles de esta realidad inmediata y se traslada a otros mundos más felices. Sin embargo, ni mis trabajos literarios aparecidos en periódicos y revistas, ni mis libros-y uno de ellos fue premiado por la Real Academia de la Lengua y cito tal circunstancia, no por vanidad, sino para dar mayor fuerza a mis argumentos-me produjeron tanto como mis "colaboraciones" en el Boletín Oficial.

La vida es así: un constante movernos hacia determinados fines, que están muy lejos de aquellos otros consustánciales a nuestra propia naturaleza. De aquí que haya pensado muchas veces si seré un muerto insepulto, y que hasta diera forma lírica a este modo de pensar.

Mi vida es árbol desnudo
Que azotan todos los vientos.
Aunque sueñe primaveras
Soy un cadáver por dentro.

CXLII
Crítica

Si el instinto poético, como ha dicho Valéry, debe conducirnos ciegamente a la verdad, muchos poetas actuales carecen de instinto poético

CXLIV
Estética

El mejor arte de todos es el de que no sirve para nada que no sea la realización de su propio objeto. Y como la belleza es el único fin del arte, aquél que la realiza es el mejor de todos.

CXLV
La historia

He leído la Historia de la Revolución Francesa de Thiers, y la Historia de la Revolución Francesa, de Carlyle, y la Historia de los Girondinos, de Lamartine.
¿Cómo habrá sido la Revolución Francesa?

CXLVII
La humildad tardía

Hay quienes sienten el orgullo de no haber sido comprendidos por los demás. Pero un buen día, en plena declinación vital, se dan cuenta de que ellos tampoco comprendieron su propia obra, y entonces, aunque tardíamente, el orgullo se convierte en humildad.

CXLVIII
Crítica

Pienso que pienso como tú (Valéry); pero no pienso como tú.

CL
Paradoja

La nada es lo que no es; pero lo que no es, es

CLII
El capitalismo

El capitalismo es un exabrupto social, como lo fue la esclavitud, y más tarde el feudalismo.

No hay razón alguna que justifique este proceso biológico de los pueblos.

El talento, la fuerza, la virtud, etc., son consustánciales al hombre, pero la riqueza es un accidente, todo lo significativo que se quiera, pero un accidente al fin. El talento o la fuerza, cuando no ambas cosas a la vez, pueden ser origen del capital, mas la virtud no, porque la riqueza es un privilegio social y la virtud detesta los privilegios. Ni San francisco de Asís, ni San Vicente de Paul fueron ricos.

No cabe restringir lícitamente el talento, o la fuerza-menos aun la virtud-de una persona. En cambio, la riqueza sí. Desposeamos a los hombres de la totalidad de su fortuna, bien o mal adquirida, o de la mayor parte de ella, y no habremos perturbado el cabal ejercicio de sus facultades intelectuales, ni cercenado su integridad física. El talento es una parte integrante del ser moral, como un órgano o un miembro lo es del cuerpo; pero la riqueza no es lo uno ni lo otro.

Sólo un punto de vista rutinario, carente de todo fundamento racional y moral, puede avalar el sistema capitalista.

La lenta pero constante evolución de las ideas económicas a favor de las clases peor situadas de la sociedad, evidencia la injusticia social. Las desigualdades que impone la naturaleza hay que aceptarlas, si bien los principios religiosos y especialmente la caridad, tienden a nivelar los valores humanos y nivelar el pavoroso trance de los débiles. Pero las desigualdades adventicias, y la riqueza lo es, no pueden perdurar indefinidamente en un mundo que se rija por la razón y la moral.

No dudo que en un futuro más o menos próximo habrá de producirse la crisis capitalista, a no ser que la fuerza, arbitrariamente gobernada, consolide el régimen económico actual, y lo dilate en el tiempo, contra todos los imperativos lógicos y éticos.

De no producirse este lamentable fenómeno, pidamos que el tránsito de un régimen a otro, se pacífico, incremento: obra de filósofos y legisladores.

CLV
La niebla y la tristeza

La niebla se va apoderando poco a poco de nosotros, hasta que acaba envolviéndonos del todo, e incluso sentimos la ropa húmeda.

Igual es la tristeza. Va invadiéndonos poco a poco y termina por adueñarse de nosotros completamente.

No sentimos la ropa mojada, pero sí sentimos húmedos los ojos.

CLXIV
Crítica

Nunca como ahora ha habido tantos exegetas del arte. Los cambios radicales de rumbo exacerban siempre el espíritu crítico. Y cuando el objeto de nuestra especulación se democratiza porque ha perdido quilates o porque todos se creen llamados a interpretarlo, entonces los río de tinta impresa crecen hasta desbordarse. Antes los filósofos de lo bello, desde Platón hasta Schelling, eran espíritus agudos y muy cultivados, pero ahora cualquier chiquilicuatro de la literatura se lanza a especular sobre la belleza. Bueno, sobre la belleza no, sino sobre el arte, que ya no es la belleza objetivada.

La falta de profundos conocimientos filosóficos, la suplen con las eyaculaciones del subconsciente. Freud, Joung, Kubie, etc. son sus mentores. Es posible que ni los hayan leído siquiera. Mas la ideas básicas, escandalosas y pegadizas, están a disposición de todos en la atmósfera literaria que nos circunda.

El subconsciente, el inconsciente y el preconsciente, como cualquier impulso físico ajeno a nuestra persona, son irresponsables. ¿A quién se le ocurre pedirle cuentas a la naturaleza por el rayo, el terremoto o el huracán? Y tal incontinencia -empleemos este eufemismo- ha llenado de extravagantes doctrinas las páginas de libros y revistas. Lo vedado del saber estético se ha convertido en terreno comunal. Si lo distintivo del arte contemporáneo es su incomunicabilidad, sus exegetas o hierofantes no vienen obligados a ser inteligibles. Beber mucho y no emborracharse; caminar a través de la niebla y no sentir húmeda la ropa, es tan difícil, como no tropezar con los ojos cerrados.

Hasta ahora no he podido descargarme de mis "viejas" ideas estéticas. Ni volverme de espaldas ante un cuadro de Velázquez o del Ticiano para contemplar, entusiasmado, una pintura de Tapies, a pesar del sentido telúrico e incluso cósmico que se le atribuya. Como no he comprendido nunca el Don Juan, de Azorín, relacionándose con un Presidente de la Diputación y un Gobernador Civil. Ni aceptaría a unos siete infantes de Lara gotosos y valetudinarios y a una Semíramis con sendas cataratas seniles. La originalidad no puede vulnerar la naturaleza de las cosas, ni sustituir lo fundamental por lo episódico, ya que la firmeza de los caracteres ha sido siempre esencial en la obra de arte. Una verdad del derecho es más estética que una verdad del revés.

Entendemos que la verdad puede ser superada; pero la verosimilitud no, pues repugnaría a la razón. Si un novelista, por ejemplo, nos describiese a un personaje tragándose el Palacio de Oriente y bebiéndose el estanque del Retiro, cerraríamos el libro y desistiríamos de seguir leyendo.

Hay una cuestión en el arte a la que parece no dársele importancia alguna: la probidad, y consiguientemente la responsabilidad de los actos estéticos. Aunque no sean exigibles esta clase de responsabilidades, como puede serlo la dañosa interpretación de un precepto o la maliciosa liquidación de una cuenta, lo cierto es que la conciencia individual, ni la colectiva son ajenas a tales situaciones. Un arte fraudulento, será siempre reprensible, aunque no exista tal figura de delito en la legislación penal.

Es muy cómodo atribuir al subconsciente, como hacen los surrealistas, pongo por caso, todas esas audacias del pensamiento y del corazón que llenan las páginas, los lienzos, los pentagramas y que moldean el bronce y esculpen el mármol.

Tal fenómeno surge de la irresponsabilidad del arte. A un maquinista no se le ocurre, cediendo a un impulso ciego del subconsciente, abrir el regulador de manera que entre el tren en una curva peligrosa a más de ciento por hora. Ni el magistrado cuando juzga, ni el cirujano cuando opera, ni el arquitecto cuanto levanta una casa o el ingeniero un puente, dejarse llevar por esas fuerzas ciegas e incoercibles que los psicoanalistas han situado en el hemisferio oscuro del alma.

La falta de probidad artística trae consigo el fenómeno-dicho sea sin la menor ironía-del arte actual. Romper los cánones clásicos, avalados por toda una tradición ejemplar, es más fácil que prescribir otros. Lo malo es que cuando turquesas y moldes nuevos inician su vigencia frente a la caducidad de viejas doctrinas, lo que se nos pone delante de los ojos o nos entra por los oídos, es un arte ficticio y fraudulento, que sin valores esenciales de ninguna clase nos exige las concesiones más terribles. Es algo así como la costosísima conquista de un Eldorado que no fuera tal Eldorado.

CLXVIII
Caminos

¿Conducen los caminos a alguna parte? La pregunta tiene toda la apariencia de una paradoja. Los caminos nos llevan siempre a algún sitio. No hay senda que no acabe porque todo lo humano es limitado. Pero este límite o fin, que representa la consecución de un objeto, ¿puede satisfacer nuestros anhelos, aquietar los impulsos posesivos del corazón?

Solo hay un camino, de una blancura impoluta, reguero de luz que en lugar de llevarnos a las cosas nos aparta de ellas, pero ése son muy pocos los que lo andan.

CLXL
Las eminencias

Los entendimientos poderosos suelen ser poco amigos del diálogo: Como individualidades señeras proyectan su luz sobre cuantos están en torno y no aceptan el saber de los demás. La cultura así entendida no es moneda contable, sino única. De este estilo fueron Ortega y Unamuno Ambos excelentes conversadores pero malísimos oyentes recíprocos. El lenguaje de Ortega era insoportable para Unamuno, y el lenguaje de Unamuno era intelectualmente insoportable para Ortega. Y es que no hay monolito semejante sobre la conciencia de cada uno como el monólogo permanente, sin portillo abierto a la réplica del interlocutor.

A Goethe se le llamaba el Júpiter de Weimar, por la olímpica dictadura intelectual que ejercía sobre los que estaban en torno suyo. También Voltaire, aunque de un modo quizás menos eficiente, la ejerció en Prusia, al lado de Federico II.

En todos los pueblos suele haber un Júpiter de verdad o de pacotilla, que pretende imprimir la huella de su espíritu en los demás. Yo he sido poco partidario de las eminencias. Me gustó siempre pasar el rasero por ellas y establecer, con tal sistema, un acogedor y amable nivel medio de cultura.

CLXLIV
Cavar la fosa

Cuando se llega a cierta edad todos los actos se transmutan en uno solo: cavar la fosa.

Sin embargo, la propia imaginación, el sentimiento, la voluntad forcejean constantemente por evadirse de la prisión de esta verdad inexorable.

CLXLV
En nuestra casa siempre nos hemos sentado muchos a la mesa y todos han tenido un excelente apetito.

Un día, viéndoles comer, les dije:

-Da gusto veros comer. Tenéis todos muy buen apetito. Que Dios os lo conserve; pero ¡cáspita! que no os lo aumente.

CLXLVII
Sátira

Como reiteradamente me devolviera el redactor -jefe de un popular diario madrileño, en nombre del director, los trabajos que le había enviado para su publicación, les dirigí una carta concebida en estos términos:

"No les sorprenda a Vds., que a pesar de haberme devuelto, en diversas ocasiones, mis cuartillas, les mande de vez en cuando otras nuevas. Pero es que tales negativas me estimulan a depurar mi estilo y a aquilatar más las ideas, con la esperanza de que algún día consiga sobrepasar, respecto de Vds., la barrera del sentido.

CLXLVIII
Autobiográfica

Soy un alma autocrucificada, con los ojos estáticos ante el dolor y la muerte.
Me falta el cariño de los demás, el respeto y sobretodo esa acogedora simpatía que hace felices a los hombres, pues no hay talismán más prodigioso que éste.La sombras de la duda descogen su túnica en torno mio y entenebrecen mi pobre corazón.

Carezco de esas convicciones profundas que rinden sus armas dialécticas sin el menor esfuerzo.

¿Qué espectros o fantasmas de ideas se han metido en mi mente? Días sin luz; noches abrasadas de angustia. Insomnios durante los cuales un largo proceso vital, mi pasado, va proyectándose sombriamente en la conciencia.

El ritmo del corazón es descompasado, sin que pueda librarme de esta observación impuesta por la naturaleza, pues los latidos audibles incluso, denotan la irregularidad con que se producen.

Estoy casi solo, ensimismado en mi propia contemplación y pocas veces como ahora tuve tal despego de mi mismo.

Todo me tienta y nada me satisface. Los recuerdos constituyen una onerosa carga respecto de mi conciencia y de mi sensibilidad. Envidio el cósmico optimismo de algunos, la sencillez de sus almas, la reciura de sus creencias, el semblante les delata. ¡Cuanto sosiego hay en sus corazones!

Todo lo que me pasa a mi ¿será el lastre de una lectura inacabable, de un festín de libros de los más variados condimentos? San Juan de la Cruz y Leopardo, San Agustín y Nietzsche, Santo Tomás y Renán.

Las cosas que me rodean tienen un gesto torvo. ¡Hasta la música -el lenguaje de la verdad inefable- si no me defrauda tampoco me colma de delicia como antes!

Presiento la muerte, esa gran niveladora que todo lo cancela.

Un día compuse estas dos estrofillas que me retratan de cuerpo entero:

En la mente un clavo ardiendo
taladrándola,
una rueda de molino
sobre el alma.
Para saber de una vida
¿no te basta?
Mi vida es árbol desnudo
que azotan todos los vientos.
Aunque sueñe primaveras
soy un cadáver por dentro

¡Yo que abominé en verso también, de la cuerda y el pozo porque no eran decisiones bellas!

CLXXXVI
La Mitología y la Historia

No será difícil establecer cierto paralelismo entre la Mitología y la Historia. Hay un instante en la vida de los pueblos en que la fábula se convierte en acontecer verdadero, y el hecho histórico en mito. Es un fenómeno de metamorfosis y previene de nuestro instinto político o de nuestra indiferencia.

¿Qué importa al hombre contemporáneo que Perseo no haya existido y Jerjes o Darío sí? ¿Habría cambiado el destino de la humanidad con la existencia o inexistencia de tales personajes? El curso de la vida no depende de una fábula o de la verdad histórica, sino de la repercusión moral que en los hombres pueda tener un mito o un hecho auténtico. Hay muchas verdades que por carecer de ascendencia educativa quedan como petrificadas o esterilizadas, sin que trasciendan al concierto universal de la vida. En cambio, existen apócrifos acontecimientos, de cuya influencia sobre los hombres no cabe dudar. El héroe no es siempre de carne y hueso. Una ficción vale por una verdad, si nos aprovechamos de su enseñanza. El valor, la audacia, la combatividad le deben mucho más al Cid de la leyenda, a Rolando, a Oliveros, a Roger, que a Julio César o Carlomagno. El idealismo de Don Quijote sobrepasa cualquier otro de contrastada realidad. Los pueblos se nutren más apetitosamente de la mentira si es rica en contenido y beneficiosa, que de todo acontecer verdadero si apenas tiene resonancia moral.

¿Dónde acaba la fábula y dónde comienza la Historia?

CCXXXV
Lírica

Cada día que pasa me siento más atraído por el campo, por la naturaleza. Es una devoción desinteresada, llena de entusiasmo lírico. Quizás hubiera sido un buen agricultor o ganadero, o ambas cosas. Pero lo cierto es que ningún producto de la tierra, ni animal alguno han aumentado o disminuido mi economía. Viene todo esto a cuento porque quiero que quede bien patente mi desinterés por el campo.

La belleza -lo he dicho muchas veces- se dirige a nuestra sensibilidad. El arte es la realización de lo bello, y cuantos menos elementos utilitarios intervengan en tal realización, más limpio y alquitarado será el gozo estético.

Me gusta contemplar el cielo desde las cumbres y contar las estrellas, como Juan, el poeta, que van apareciendo poco después del crepúsculo. Pisar los caminos enarenados y cubiertos a trozos de una hierba húmeda y fragante. Tocar con la punta de los dedos las jaras florecidas, las bayas de los robles o los mamoncillos de los olivos. Hundir los pies en el heno que crece en los altos valles. Cruzar los arroyos sobre las piedras lisas que emergen del cauce y rompen el sosegado curso del agua. Saltar por encima de los charcos en los que traviesa la luz del sol. Oír el capacho, al atardecer, el chasquido de cristal de los sapos y el croar de las ranas en las tierras pantanosas. Detenerme a mirar las aguas quietas y verdosas de las cisternas y de los estanques, y el fondo misterioso de los pozos, de rústico brocal, en los que levemente penetra la luz. Oler el tomillo, la menta, la salvia y el mastranzo.

De la lejanía llega el ladrido de un perro. Es un ladrido como lleno de melancolía, de tristeza. En los sembrados, de espigas nutridas y doradas, la codorniz reclama con un canto cálido y entusiasta la presencia del macho y los patos silvestres, no hostigados por el hombre cruzan la laguna o espolvorean sus alas a la orilla. Los pinos proyectan su sombra en el suelo seco y arenoso, y un regatillo lleno de espadañas y lirios discurre plácidamente, con un susurro dulce y monótono. En las laderas de los montes hay unas casuchas de rústica o primitiva construcción, que huelen a heno recién segado o a estiércol. Por las puertas y las ventanas rotas penetran delgadas ráfagas de luz. Cerca está el abrevadero o la pila de lavar la ropa. Un cuco, en la espesura del monte, se despide del día y a cierta distancia unos cuervos picotean el suelo. La retina se llena de estas imágenes del campo y la memoria se complace en recordarlas.

Por los caminos que atraviesan el valle tornan al pueblo los labrantines, como diría Azorín, a horcajadas en una caballería mayor o a pie y tirando, con el cabestro, de la yunta. Unos van callados y como ensimismados, bajo los sombreros de paja, de anchas alas protectoras, y otros cantan alguna tonada o coplilla popular. Si oís a estos modestos colonos, veréis como sienten la nostalgia de sus tierras, hoy inundadas por el pantano. Los secaderos de cal blanca o de rojizos ladrillos, aparecen a cada paso y brillan bajo el sol, y las acequias o canales distribuyen el agua por las parcelas de terrones blancuzcos. Más arriba, en las proximidades de los altos montes, están los calveros, con alguna solitaria y robusta encina surgiendo de entre las peñas. Sobre un tocón canta una alondra y los vencejos cruzan el aire vertiginosamente y parecen que rozan con las alas el suelo.

Toda esta paz idílica se nos mete en el alma y nos sobrecoge.

En el collado y bajo los chopos, que meten sus raíces en el arroyo, pacen las vacas, y un recental o chotillo, de muy pocos días, pues denota tal circunstancia la torpeza de sus movimientos, hunde su húmedo hocico en la ubre de la madre, que volviendo el pescuezo hacia él, le lame el lomo. Una yegua baya y un mulo de enorme alzada, se enredan en la cuerda que los sujeta a un roble, y se cocean mutuamente sin piedad alguna. Entre la maleza del monte cercano cantan el pardal y la abubilla. A la caída de la tarde, cuando el horizonte se mancha de cárdenos tonos, apriétanse las ovejas en el redil. Huele a aprisco y la brisa del crepúsculo se impregna del aroma de las flores silvestres. Del valle suben las sombras hacia las cumbres, y las crestas aceradas de los roquedos se van tiñendo, poco a poco, de la melancolía del atardecer.

No es menos bello y suntuoso el amanecer. Las primeras luces del día van barriendo las tinieblas de la noche. Las formas de la naturaleza se dibujan en el seno de una casta claridad..Se borran las estrellas y en los gollizos y abajaderos desaparecen los tonos oscuros de las umbrías. Un airecillo húmedo, cargado de olores campestres, como la transpiración de la tierra, nos envuelve en una dulce sensación táctil. Los prados son como esmeraldas o como el ópalo si están cubiertos de heno. Las colinas o altozanos interrumpen la horizontalidad del valle.

En estas primeras horas del día, me gusta ascender por las veredas de cabras, a las cumbres. Algunos pájaros me amenizan, entre las escobas o las jaras, la ríspida andadura. La luz del sol va apoderándose de cuanto me rodea. Es una honesta cópula de la luz y de las cosas. Cada vez brilla más el cielo y los valles se encienden hasta deslumbrarme. Paso casi rozando unas colmenas y provoco cierta inquietud en las abejas. Penachos de humo salen de las chimeneas de los caseríos y anuncian el primer yantar de los labriegos. Después salen las yuntas y las vacas lecheras. Las ovejas abandonan el aprisco y los perros ladran en torno de ellas. El campo se llena de sonoridades, de esquilas y de balidos. Se ara, se bina o se rodriga, según las estaciones. El agua de los canales de regadío penetra en los surcos y la tierra se ablanda y fulge con destellos cegadores. La ruidosa mecánica de algunos instrumentos de trabajo contradice violentamente este hechizo lírico del campo. Pero al declinar la tarde se oye el gran concierto: la estridulación de los grillos, el croar de las ranas, los balidos de las ovejas que retornan a la majada, el limpio son de los sapos y el canto de los pájaros, que se despiden de la luz o presienten, los nocturnos, la cercanía de la noche. Es una sinfonía inolvidable.

Cuando desciendo de las alturas, apartando las jaras y los tomillos, esquivando las peñas y saltando los regatos y aguazales, llevo el alma cargada, henchida de mística ensoñación. Como fray Luís de Granada llego al conocimiento de Dios de la mano maravillosa de la Creación. Y sin que acierte a dar rítmica a mis ideas, sentimientos y sensaciones, oigo dentro de mi un canto apasionado, como un himno sin par.

CCLIX
Y pensé…

-Ha escrito usted una obra magnífica.
Di las gracias y pensé:"Ya huelo a cadáver"

CCLX
Otra vez el tiempo

La cambiabilidad de las cosas es la razón de ser del pasado y del futuro; que conspiran contra el presente y hacen de él algo fantasmal y fugitivo como el punto geométrico.

El pasado y el futuro son periodos de tiempo, conjeturalmente muy largos, porque el suceder, tanto en acto como en potencia, es dilatorio por no decir infinito. Pero el presente es inaprensible por la instantaneidad con que se manifiesta.

He aquí uno de los problemas más desconcertantes de la filosofía. No hay un solo pensador, de solvencia intelectual, que no haya tocado este tema del tiempo: San Agustín, Kant, Hegel, Clarke, Locke, Buffier, Balnes. Tiempo y espacio son dos palabras de inquietadora trascendencia. Pero lo que no sabemos aun es si se trata de meros conceptos desprovistos de resonancia objetiva o de ideas cargadas de contenido real.

Esto es el drama de la filosofía: enfrentarse con los problemas y dejarlos intactos.