I
 ¡Qué 
  pena más grande
  me da cuando pasa!
  Todos la persiguen,
  todos la maltratan.
  -Es Petra, la "Cuca"
  al cruzar exclaman.
  No hay luz en sus ojos,
  tiene su mirada,
  turbia, seca, triste,
  pesadumbre y rabia.
  Piojosa, harapienta,
  la faz arrugada,
  los cabellos lacios,
  greñosa y descalza,
  encorvado el cuerpo,
  como si tiraran 
  implacables de él,
  las terribles Parcas.
  Manos sarmentosas,
  boca desdentada,
  el semblante austero,
  cetrina la cara
  y una pena horrible
  metida en el alma,
  cuando por las calles
  la chusma, borracha
  de impiedad y de odio,
  la acosa a pedradas.
  Los chicos la injurian,
  con ira, con saña;
  al rostro la escupen
  sus viles palabras:
  -¡Qué viene la "Cuca"!...
  ¡Sarnosa! ¡Carpanta!
  le siguen a gritos
  como una bandada
  de gárrulos grajos
  en la tarde plácida.
II
¡Que 
  pena más grande
  me da cuando pasa!
  Vivió en las afueras,
  junto a la Calzada,
  en una casucha 
  de techumbre baja,
  el postigo roto,
  fea, achaparrada,
  cuatro sillas dentro,
  una dura cama,
  de torcidos hierros
  y andrajosa manta.
  La justicia, torva,
  porque no pagaba,
  la puso en la calle
  sin dolor ni lástima.
  Sacaron los trastos:
  el catre, la almohada,
  un palanguero
  con una jofaina
  amarilla y sucia,
  la sartén, el arca
  y cuatro cacharros
  de horrorosa traza.
  En torno, los chicos,
  sin piedad aullaban:
  -¡Pringosa¡ ¡Lechuza!
  ¡Sarnosa¡ ¡Borracha!
  Reían las viejas 
  desde la ventana.
  Ni una sola mano
  se tendió magnánima.
  La curia, implacable,
  remató la hazaña,
  y el catre, las sillas,
  el colchón, la manta,
  al juzgado fueron
  en rehenes, hasta
  que Petra la "Cuca"
  las costas pagara.
III
¡Qué 
  pena más grande
  me da cuando pasa!
  Los perros arrufan
  el hocico y ladran,
  se burlan los mozos
  de su triste facha,
  y la cantan coplas
  picantes y cáusticas
  que corean los chicos
  entre risotadas.
  La "Cuca", medrosa,
  su cabeza agacha,
  aligera el paso,
  entre dientes habla,
  tropieza y se cae,
  se levanta y anda,
  deprisa, azarosa,
  atemorizada...
  ¡Oh negros caminos
  de la suerte aciaga!
  ¿Por qué tal escarnio?
  ¿A qué tanta infamia?
  ¿No oyeron los hombres,
  del bien la llamada?
  ¿Qué linaje es éste
  que las uñas clava
  en la herida abierta
  de estas pobres almas?
  ¡Oh mortal angustia!
  Mi corazón sangra;
  a mis ojos secos
  acuden las lágrimas,
  y apacibles, dulces,
  por mi rostro bajan.
IV
¡Qué 
  pena más grande
  me da cuando pasa!
  Los ojos hundidos,
  la figura extraña,
  quebradiza, etérea,
  cual la de un fantasma;
  de andrajos vestida,
  mugrienta la falda,
  los pies renegridos,
  cubiertos de llagas,
  el corpiño roto
  en pecho y espalda,
  y el semblante muerto,
  como una carátula
  que a la misma muerte 
  ridiculizara.
  Un día no pude
  renunciar a hablarla.
  Caía la tarde
  y una forma vaga,
  irreal, huidiza,
  las cosas tomaban.
  Me contó sus penas
  en pocas palabras.
  ¡Qué inquietud más honda
  sentí al escucharla!
  Un cubil inmundo
  era su morada:
  sórdido abrigaño
  más bien de alimaña
  que condigno asilo
  de criatura humana.
  Compartía el techo
  con un hijo: el "Rata"
  que desde la guerra
  impedido estaba.
  En yacija innoble
  sin jergón, ni manta,
  su cuerpo tullido
  la muerte aguardaba.
  Del sobrio alimento
  que en sus caminatas
  por plazas y calles
  la "Cuca" lograba,
  dos bocas hambrientas
  razón presto daban.
  -Come tú, hijo mío,
  cuanto tengas gana.
  Toma este migote,
  úntalo en la grasa...
  Yo ya estoy tupía
  de tantas patatas...
  ¡Admirable embuste
  de una madre santa¡
  ¡Qué noche más negra¡
  ¡Qué noche más larga¡
  Los campos baldíos
  se cubren de escarcha...
  -¿Tienes frío, prenda?
  Echate mi falda,
  rézale a la Virgen,
  y la Virgen haga
  que sea tu sueño
  de paz y esperanza.
  -¡Qué vida más perra!
  el tullido exclama.
  -No blasfemes, hijo;
  duérmete y descansa.
  Ululante el viento
  franquea la entrada
  del refugio inhóspito,
  los mastines ladran,
  cruje la techumbre
  y el fuego se apaga
  tras un mortecino
  fulgor de las brasas.
V
¡Qué 
  pena más grande
  me da cuando pasa!
  Corva, pitañosa,
  cenceña, ahilada,
  lívido el semblante,
  la cabeza gacha,
  como si quisiera
  que no la miraran.
  La chiquillería
  que juega en la plaza,
  tan pronto la siente,
  contra ella se lanza:
  -¡Qué viene la "Cuca"!
  ¡Rijosa¡ ¡Tunanta¡
  ¡Que la sangre bebes
  de tu amante el "Rata"!
  No puede la vieja
  aguantar la sarta
  de tales injurias
  y les hace cara:
  -¡Bandidos! ¡Herejes!
  ¡Bribones! ¡Canallas!
  ¡Qué el cielo castigue
  villanía tanta!
  Trémula, cansina,
  reanuda su marcha
  bajo los insultos 
  de la muchachada,
  que tenaz la sigue 
  la acosa y la asalta.
  Ella se defiende,
  cruza la calzada
  como una leona,
  patalea, rabia,
  hasta que las fuerzas
  del todo le fallan
  y al suelo se tira
  exánime, exhausta.
VI
¡Qué 
  pena más grande
  me da cuando pasa!
  Ayer la siguieron
  por la cuesta Aldana,
  cruzaron el puente
  y en la Corralada
  volvieron, cobardes,
  de nuevo a la carga.
  La gente acudía
  a ver la batalla.
  ¡Una lucha insólita,
  desproporcionada!
  -Raposa! ¡Hechicera!
  ¡Ladrona! ¡Camándula!
  ¡Que tienes la bolsa
  bien llena de plata
  y el buche de vino!
  ¡Tragona! ¡Borracha!
  -Dejadme, dejadme!...
  la "Cuca" imploraba
  -Que hace cuatro días 
  que no como nada.
  -¡Dejadme, granujas!...
  Las fuerzas me faltan.
  Se sienta en el suelo
  y una tos asmática,
  cavernosa y dura,
  la deja sin habla.
  ¡Qué ajena la tarde
  a cuanto pasaba!
  Trasponía el sol
  la prócer montaña,
  y una luz cernida
  tenue, aurrirosada,
  singular hechizo
  al paisaje daba.
  Siguieron tras ella,
  feroces, aullándola.
  Un agudo canto
  la hirió en la quijada.
  -¡Dejadme, por Cristo!...
  mi vida se acaba...
  -¡Hemos de quitarte
  las perras que sacas
  con tus letanías,
  sarnosa, lagarta!
  Bajado el otero
  la senda se ensancha
  y a la orilla izquierda
  un regato canta,
  fugitivo y leve
  como una sonata.
  ¡Qué adusto el camino
  en la noche clara!
  Los duros guijarros
  herían sus plantas...
  Franqueó la "Cuca"
  del cubil, la entrada,
  atrancó la puerta,
  puso en la ventana,
  de puntal un leño
  que había en la cuadra,
  y esperó impaciente
  a que se marcharan.
  -¿No trae sobras, madre?
  -Traigo una pedrada
  en el rostro...Mira
  todavía sangra.
  ¿No oyes a esos tunos
  que bien se despachan?
  -¡Ah, si yo pudiera
  los escarmentaba
  de una vez pa siempre!
  -¡Calla, prenda, calla!
  No sea que te oigan
  y asalten la casa.
  No andaba la "Cuca"
  muy descaminada.
  Uno de los chicos,
  -estampa gitana,
  los ojos diabólicos,
  la faz atezada,-
  proclamó altanero:
  -¡Vamos a quemarla!
  Sumisos los otros
  a tanta arrogancia
  la leña acarrean en torno a la casa,
  y en un dos por tres
  arden las retamas,
  el pasto, el carrizo;
  prende en la ventana,
  seca, carcomida,
  la rojiza llama
  y el cálido viento
  el fuego propaga,
  hasta que el refugio
  es ya solo un ascua.
  -¡Socorro!...¡Valednos!-
  grita dentro el "Rata".
  -¿Nadie nos protege?
  ¿Nadie nos ampara?
  ¡Madre, que me ahogo!...
  ¡Sáqueme usté a rastras!...
  Intentó la vieja
  la suprema hazaña
  de cargarse al hijo
  sobre las espaldas.
  Desmedido esfuerzo
  para quien estaba
  sin sangre en las venas,
  transida, agotada¡...
  -¡Llegó nuestra hora,
  hijo mío, aguanta!
  Fue todo un relámpago.
  Los chicos se apartan,
  del espanto presos;
  crece la fogata
  que alimenta el aire
  y se desparrama
  en vivos destellos
  áureos, escarlata.
  -¡Salvadnos, Dios Santo!
  ¡Mis piernas se abrasan¡...
  Se oye , del tullido,
  su torpe palabra.
  La turba se aleja
  en la noche trágica.
  Los claros luceros
  su fulgor irradian
  sobre los arcanos
  de la vida humana...
  Chisporrea el fuego,
  la techumbre salta
  en un haz lumínico
  de grandeza fáustica,
  y abajo en el suelo
  dos cuerpos se abrazan
  en el fondo rojo
  de la lumbrarada.