“La obscuridad y el misterio nacen de
I N D I C E I - ¡NO ES ESTO¡ ¡NO ES ESTO¡
BIBLIOGRAFIA I ¡NO ES ESTO! ¡NO ES ESTO!
He leído los poemas en prosa de "Pasión de la tierra". ¿Habrá encontrado al fin Vicente Aleixandre " el tierno caramelo perdido"? Porque encontrar un caramelo en pleno caos, no debe ser cosa muy sencilla. El Arte actual es como un poema épico –cómico. Epico, por la grandeza del intento, y cómico, porque se han quedado muy lejos de la meta propuesta. Lo cómico, como es sabido, surge de la distancia que hay entre el objeto de nuestro pensamiento y su realización. Freud, Lange, etc., han hecho al arte un daño irreparable al teorizar sobre el subconsciente. Y si esta zona oscura de nuestro espíritu- considerado como una esfera, con un hemisferio iluminado por la razón, y el otro en tinieblas- no sabe hasta ahora manifestarse más que por medio de desatinos, incoherencias y extravagancias, mejor hubiera sido no descubrirlo. Porque así entendido el subconsciente, se convierte en una especie de bula o carta blanca para cometer toda clase de desvaríos, ya que no existe límite alguno que reprima los excesos de la mente, de la fantasía o del corazón. Cualquier exabrupto, descarrío o extravagancia, pueden convertirse en elemento estético. Y surge el problema de la legitimidad de tales factores como materia de arte. La moneda legítima es un imperativo para el que paga y para el que cobra; pero la moneda falsa a nada obliga en este mundo del toma y daca, como no sea a denunciar su ilegitimidad. La mente solo disfruta con la posesión de la verdad, y el arte tiene la dispensa de ir más allá de lo verdadero, con tal de no exceder el límite de lo verosímil. Si nos movemos dentro de estas fronteras habrán aumentado nuestras posibilidades de acertar. El arte tiene horror al vacío y propende a apoyarse en la tierra firme de la ejemplaridad creadora. Los latinos volvieron sus ojos a los griegos, y el Renacimiento a la Hélade y a Roma. ¿Quiere esto decir que propugno el estacionamiento del arte? Nada de eso. Todo espíritu creador es un viajero que camina siempre hacia adelante, pero que lleva las alforjas llenas de cosas buenas. Los "surrealistas", como los "irracionalistas", son muy consecuentes. Los irracionalistas abominan de la razón y se sirven de ella a cada paso. Los surrealistas repugnan el sentido universal de las cosas y, sin embargo, no pueden renunciar a él. Consideran el lenguaje, al igual que los demás, como una convención estipulada por lo hombres para entenderse. Cuando dicen estío, o crepúsculo, o viento, o simplemente silla, nariz o sombrero, designan cada una de estas cosas. Su audacia carece de empaque. No se rebelan contra la significación de las palabras. Se limitan a colocarlas arbitrariamente; a desvincularlas de todo patrón lógico, hermanando las voces más dispares, cambiando la naturaleza de los verbos y su régimen y contraviniendo la ley de los sentidos, esto es, atribuyendo al olfato lo que es propio del paladar, o al nervio óptico lo que corresponde al oído. En el fondo, todo esto es pueril: una niñería incompatible con la seriedad del arte, del acto creador. Tales caracteres, elevados violentamente a la categoría de factores estéticos, no pueden dar lugar a una justificación filosófica. Por eso hay que mirar con algún recelo a los críticos o ensayistas que, en vez de ser meros expositores, preconizan las excelencias de estas singularidades literarias. No es serio pretender legitimar filosóficamente una extravagancia, una incoherencia o un desatino, aunque la sutileza del discurso oculte lo pueril del objeto. Servirse, para expresar lo subconsciente, de un lenguaje cuyo proceso formativo corresponde a lo consciente, es tan absurdo como pretender que los pájaros vivan en el mar y los peces en el aire. Por muchos esfuerzos que hice para descubrir la belleza-único fin del arte-en estos modos de intentar su realización, nada logré. En el fondo de mi conciencia estética, una voz decía a cada instante: "No es esto! ¡No es esto!" Obsérvese como en periódicos y revistas ilustrados aparecen anuncios compuestos como los poemas surrealistas, en renglones desiguales. ¡Profanación!, exclamarán los partidarios de esta escuela. Yo pensaría que se trata de una expansión satírica, de carácter colectivo, pues son abundantes los ejemplos de tales prácticas. Mucho antes de que André Bretón, nacido a fines del siglo XIX, izase la bandera del surrealismo, un pensador francés, Renouvier, en Crítica filosófica había propugnado teóricamente la libertad e independencia del arte, por entender que, arrancadas las bridas a la razón, la poesía alcanzaría las cumbres de la belleza. (1) Los problemas de la estética contemporánea, por Gayau (Madrid 1902). El hombre ha soñado siempre con un mundo extraterrenal, sin tener en cuenta que, puesto tan ambicioso empeño en manos no aptas aún, se desembocará, por fuerza, en la superchería o, lo que es lo mismo, en el fracaso. Por mi condición de lector impenitente, me enfrenté más de una vez, como es lógico, con estas anormalidades de la literatura; es decir, con un desnivel considerable entre la pretensión del poeta y la realidad lograda. Y entonces he recordado el caso de Juan Moréas, que abdicó del simbolismo para volver a las formas clásicas tradicionales. Decisión que le deparó, como ya se ha observado por la crítica francesa, uno de sus mejores libros o quizás el mejor de todos: Las estancias. Sin grande esfuerzo me imaginaría una burocracia, un ejercito y una administración de justicia, de poetas. Y no será necesario decir que me refiero a una poesía que vamos a llamar tradicional, para entendernos mejor. Burócratas, soldados y jueces que escribieran en verso sus oficios, informes, dictámenes, órdenes del día, alocuciones y sentencias. ¿No escribieron en verso sus leyes los griegos? Pero lo que no puedo imaginarme es una burocracia, un ejército, una administración de justicia, de surrealistas. Porque en todo cometido humano hay que entenderse-Musset decía que el lenguaje de los versos todos lo entienden, aunque nadie lo hable-y aplicado el lenguaje de tales poetas a los informes, alocuciones y sentencias de las tres organizaciones citadas, haría impracticable la actividad de cada una. Esto quiere decir que hay un orden, un lenguaje y una realidad universales; que podrá cambiar el sobrehaz de las cosas por razón de las costumbres, carácter, cultura, clima, temperamento, etc.; pero que existe una esencialidad inmutable, merced a la cual todo tiende a unificarse y perpetuarse. Se me podrá argüir: Aceptamos el orden y el lenguaje, pero la realidad no, porque cada uno de nosotros ve la realidad de una manera distinta. Y yo redargüiré que si la realidad es distinta para cada uno, también puede serlo el orden y el lenguaje que son reales o no lo son; esto es, que tiene una realidad objetiva, propia fuera de nosotros y por tanto universal, impuesta a los demás, o simplemente subjetiva, de cada uno; en cuyo caso carece de universalidad. Pero si la realidad que ves tú no es la que yo veo, no habrá forma de entendernos. De aquí que si en el entenderse no hay estipulación de universalidad, la poesía o, en términos generales, el arte, por inaccesible a la razón, será resbaladizo y huidero y no dejará rastro alguno en nuestra sensibilidad. El problema que planteamos es tan viejo como el mundo. Nace de la fragilidad de esa pasarela que va de nosotros a las cosas y de las cosas a nosotros. Y una de dos, o la pasarela es sólida y estable, en cuyo caso todo es como lo vemos, o la pasarela es quebradiza y temporal y no nos reporta seguridad alguna respecto de nuestros conocimientos, o lo que sería peor, no existe, y todo cuanto pensamos del mundo que nos rodea, es una serie de ficciones, de artificios fabricados por nuestro espíritu. II VOLVAMOS AL MUNDO DE LA RAZON La inestabilidad de los sistemas filosóficos, la debilitación de las creencias religiosas y el avance formidable de la ciencia, que franqueó ámbitos que creíamos herméticamente cerrados, han producido una situación muy difícil, para algunos, es la aventura. Pero considero por demás peligroso volverse de espaldas a la razón y sobreestimar con exceso las intuiciones, las corazonadas, el voluntarismo. La razón es algo inherente e inalienable de la persona humana, y prescindir de ella sería lo mismo que cortarse la cabeza para discurrir mejor. Toda aventura es un azar, y el azar es una ley equívoca de la que no siempre se obtienen resultados favorables. Cuando un navegante busca las orillas del mar, ha de servirse de la brújula. Pero el hombre de hoy, instigado por panorama patético del mundo, no concibe el límite como una honesta y saludable contención, sino como privación de libertad, y pisotea toda regla, módulo, tradición, etc., que se opongan al libre ejercicio de las facultades creadoras. El pintor, por ejemplo, en vez de estudiar bien el dibujo, el color, la historia del arte, la filosofía de lo bello y de visitar los museos para aprovecharse de las enseñanzas ejemplares, se erige en legislador de sí mismo, sin tener presente que los cánones universalmente aceptados no proceden por lo general de una elaboración a priori, sino de las obras que proclaman por sí mismas, con el ejemplo de sus conquistas estéticas, la bondad de un canon determinado. Haced una cosa bien hecha, que satisfaga las apetencias de nuestra sensibilidad, y codificar después todas las fórmulas así ejemplarizadas. Pero mientras vuestras creaciones queden muy por bajo de la belleza del ideal perseguido, será inútil todo derroche teórico toda pragmática actividad. No sé si muchas de las obras actuales responden a un honesto ejercicio de la voluntad creadora, o son deslealtades del artista respecto de su propia conciencia estética. Colocado en un mundo opuesto a este otro en que se mueven hoy tantos poetas y artistas, la primera reacción de mi espíritu es suponer que no son sinceras tales concepciones. Como no creemos que el monedero falso cuando fabrica sus monedas piense que es una prolongación de la Casa de la Moneda. Más tarde o más temprano, muchos de estos furibundos innovadores muestran explícita o implícitamente su desvío respecto de su pasado. Si Gerardo Diego pudiera destruir, sin dejar huella alguna en la memoria de sus lectores, muchas de sus poesías creacionistas, quizá no fuese aventurado pensar que lo haría. Dámaso Alonso ha dejado entrever en alguna parte cómo había perdido quilates su entusiasmo por tales desdoblamientos. La originalidad es un blanco en el que todos los artistas ponen sus ojos. Pero no basta con mirar la diana. Es necesario saber disparar bien la flecha. Licofrón erró la puntería. ¿quién se dedicaría hoy a buscarle y leerle? Los poetas de la Pléyade, o Lyly, Marini, Achilline y Pretti, sin exhumados por la erudición, pero no por el universal asentimiento. La necromanía de los románticos jamás volverá a empuñar el cetro de la poesía. Strawinsky y Bartok, por muchas concesiones que les hagamos, no ocuparán nunca los primeros puestos en la jerarquía de los valores. Y la multitud de ismos que se nos viene a la memoria, desde el eufemismo inglés hasta el informalismo del arte actual, no son o serán sino sombras crepusculares, fantasmas que se desvanecen en su propia delicuescencia. Naturalmente que invocar cánones universales de belleza, frente a este fenómeno estético, sería igual, que si en plena revolución se echase a la calle un innominado ciudadano, con el código constitucional en la siniestra y el Catecismo en la diestra, y pidiese cuenta a las turbas incendiarias de sus crímenes y tropelías. Los románticos se rebelaron contra la preceptiva clásica. ¿Qué razón había para que los poemas épicos hubiera que componerlos en octavas reales; en la escena no debiera de haber más de tres personas; las tragedias tuviesen cinco actos; hubiera que respetar rigurosamente las unidades de lugar y de tiempo, y no estuviera permitido juntar lo cómico y lo dramático? Pero estas trasgresiones de la retórica al uso, puede decirse que casi carecían de importancia. No afectaban a lo fundamental del arte, no por otro lado se necesitaban grandes alientos para lanzar por la borda tales preceptos. ¿Qué acontecimientos se habían dado para que la vida social cambiase de rumbo? Ahora, por el contrario, los avances científicos, los descubrimientos sensacionales, los frecuentes fallos del orden preestablecido, la quiebra de una moral que por falta de rigor impositivo estaba llamada al fracaso, cambió profundamente la fisonomía del mundo. Tales hechos se convirtieron en trampolín de la audacia. ¡Fuera la razón; abajo la lógica, y al diablo la moral¡ Y el "anti" fue el grito de guerra de los nuevos campeones del arte. ¡Como si cupieran por la borda tales elementos básicos de la vida humana! No se crea que cuanto hemos dicho antes respecto de una burocracia, de un ejército y de una administración de justicia, de poetas, era un argumento a humo de pajas. Se nos dirá que qué falta nos hacen burócratas, soldados y jueces poetas que desenvuelvan en verso sus actividades. Que el mundo de la poesía nada tiene que ver con este otro de la organización social, de las oficinas, de los cuarteles y de los tribunales. Sin embargo, si el arte es una exaltación y conquista del hombre, un hito muy importante en la vida de los pueblos, sería magnífico que bajo ese pórtico se congregaran todos. Una civilización que llegue al ápice posible, será siempre ejemplar. Recordemos someramente a los griegos. Platón propugna un gobierno de filósofos. Perícles fue un gran político. Nadie se atreverá a poner en duda la idoneidad castrense de Temístocles. ¿Se ha superado a los trágicos y escultores griegos? El pueblo se congregaba en las plazas atenienses para oír fragmentos de la Ilíada. Se componían en verso las leyes. El peplo que vestía la mujer griega era de una elegancia inimitable. Los juegos píticos y las Panateneas no han perdido aún su resonancia. Milón de Trotona seguirá siendo un atleta no superado. Frente a este cuadro admirable imaginémonos lo que sería la sociedad si las prácticas actuales del arte, de la filosofía irracionalista y del subconsciente en plena eyaculación creadora, y "lo telúrico" y " lo ambivalente", se extendiesen a las demás zonas de la sociedad. Que el lenguaje desarticulado e incoherente del surrealismo fuese empleado también en nuestras relaciones vitales; que las leyes se deshumanizaran; que los alimentos alcanzasen el posible límite de abstracción; que cuando compráramos una jaula se nos vendiese un artefacto que sirviera para cualquier cosa, menos para meter en él un pájaro; que el sentido de la vista lo empleáramos para operaciones propias del oído, o al revés; que a las cosas más serias y trascendentales le pusiéramos un "anti". Antimoral, antijusticia, antirreligión. Que en las letras de cambio, en vez de escribir unos nombres claros y unas cifras exactas, pusiéramos unos tachones y unos números arbitrariamente colocados, y que al pagar en la ventanilla del Banco lo hiciéramos con un trozo de corcho, arrancado del árbol a punta de navaja, o con una piedra de cuarzo encontrada en el camino. Me temo que llegaríamos a una situación caótica y que exclamaríamos: "Así no podemos entendernos. Volvamos, volvamos al mundo de la razón. (...) V EL ARTE DE SUGERIR La sugestión, o dicho de otro modo, el arte de sugerir esto o aquello en el poema lírico, origina un problema cuya filiación cómica hay que admitir por fuerza. "Comment s’y prendre pour atteindre la pureté absolue- ha observado Mallarmé-sinon en obligeant le lecteur à supléer a tout ce que l’oeubre ne renferme qu’en puissance, en maintenant à l’état de virtualité tous ses prestiges, en ne les realisant pas ». El que juzga, como miembro de un tribunal literario, tales composiciones o el que las lee, como simple lector, viene obligado, si acepta la precedente teoría de Mallarmé, a poner en él o en los poemas juzgados o leídos, una parte suya, en cuyo caso, hay que reconocerle, como colaborador, la participación correspondiente en el premio, si se tratase de un concurso literario, o en las liquidaciones de los libreros con los autores, si de obras editadas. He formado parte de numerosos jurados, y cuando tuve que subvenir con mi propio ingenio y mi propia sensibilidad a la total realización del poema, renuncié a lo que pudiera corresponderme en el premio, no solo ante la duda de que mi modesta aportación fuese valorable, sino porque no es honesto ser juez y parte al mismo tiempo, y aunque lo más natural es que piensen y se comporten de igual forma los demás juzgadores de la literatura o del arte, ¿podrá ocurrir análogamente cuando sea el simple lector el que tenga que poner una parte suya en el poema o el contemplador en el cuadro o en la escultura ajenos? No respondería yo de tales actitudes, dada la variadísima especie que integran los unos y otros, y admitida en nuestros días la propensión tan evidentemente crematística, del homo aeconomicus. Si tales genialidades estéticas, por no decir extravagancias, se generalizasen más aún, los futuros legisladores tendrían que ir pensando en crear esta nueva figura del derecho de propiedad, de abrir un portillo de acceso del hombre de la calle, lector o contemplador, y más legítimamente aún al juez literario o del arte, al sistema de propiedad intelectual. ¿No sería más sensato decirle a los poetas y artistas: "Es a Vds. a quienes incumbe ejecutar totalmente el ideal estético, pues función tan subjetiva y trascendental como ésta no debe ser delegada en nadie"? Cuando una doctrina literaria como la que dejo expuesta, deriva tan fácilmente del lado de lo cómico, hay que poner en duda su solidez y perennidad. Lo que nos pareció una original sutileza, un nuevo camino abierto al espíritu, curioso y andariego, a nuestra sensibilidad acechante e insatisfecha, no es más que una ficción, que como todas las cosas falsas carece de fundamento y consistencia. Ninguna de las obras consideradas como maestras- el Quijote, por ejemplo – tiene un sentido limitado. Por provenir de una inspiración inconsciente y semidivina, más que del esfuerzo reflexivo del autor, ofrecen un ancho campo a la interpretación de los demás, que van descubriendo en ellas sus profundos abismos, llenos de significación y contenido, y los matices más íntimos y sutiles. Pero todo esto lo puso el autor a lo largo del libro, sin que la conciencia estética de los demás tuviera que aportar nada de su propio caudal. Si el poeta insinúa, sugiere y busca en el lector el complemento, convierte a éste-lo reitero- por tan pintoresco modo doctrinal, en colaborador suyo. El poema no es ya algo redondo y perfecto, sino todo lo más algo semiesférico que para alcanzar la redondez o plenitud necesita otra parte definitiva; la comprensión del lector, que previamente habrá tenido que poner de su cosecha lo que faltaba. Elaborado así el poema-remacho-y mientras no cambie el actual régimen jurídico de la propiedad, ésta habría que dividirla, ya partiéndola en dos porciones iguales o diferentes, según el valor que se asigne a la insinuación o sugestión del poeta y a la aportación complementaria del lector. Si el poema triunfa y logra el premio, el autor tendrá derecho a una parte, pero no a la totalidad, ya que la otra parte, pese a todas las dificultades del reparto o distribución, habrá que dividirla entre todos los que con su ayuda hayan completado la composición premiada. He aquí, señores abogados, un buen semillero de pleitos, pues la parte de premio que corresponda al lector o lectores coadyuvantes, sería objeto de graves disputas. (...) XI PANORAMA DE NUESTRAS LETRAS. No es mi intención considerar uno por uno todos los lados que ofrece la gran figura del arte. Se necesitaría mucho tiempo y espacio. Pero quisiera detenerme a señalar uno de los pecados más graves de las letras, no sólo de hoy mismo, sino de las últimas décadas: la ignorancia, la falta o escasez de preparación intelectual. Proviene este fenómeno de la presente anarquía. No existe en tales circunstancias una valoración jerárquica, como no existen en un proceso revolucionario o en plena revolución las categorías. Todos los hombres somos entonces iguales: el ingeniero y el campesino, el albañil y el médico, el abogado y el limpiabotas. En una anarquía literaria o artística, no hay nadie que se mire en el espejo de su propia conciencia. ¿Para qué considerarse a sí mismo, cuando tan fácil es cerrar los ojos y penetrar en el mundo de las letras o de las artes, cualesquiera que sean las armas de que venimos pertrechados? Si hay un título que refrenda la aptitud profesional, nadie se atreverá a asumir una función o cometido que no le compete, pero si tal ámbito es accesible a cualquiera, preparado o no para hacer lo que sea, no faltaran los entrometidos y osados, ¡mas qué tropiezos y dislates no cometerán¡ Yo conocí a un escritor que creía que el Fausto de Goethe, estaba escrito en prosa. No conocía la traducción en verso de Valera, fragmentaria, ni la de Teodoro Llorente, respecto de la primera parte, y a un versificador que echaba el mundo sobre los hombros de Heracles, cuando es bien sabido de todos los que se hayan asomado a la Mitología que fue Atlante el que cargó no con el mundo, sino con el cielo. Y estos descuidos, torpeza, distracciones o ignorancia, reprensibles en cualquier cultivador de la palabra escrita, son verdaderamente imperdonables en los que, por otra parte, gozan de mucho renombre. Ortega y Gasset-una de mis lecturas predilectas-atribuyó a Tántalo la facultad que tenía Midas de convertir en oro cuanto tocaban sus manos (1)- En ediciones posteriores a aquella en que se cometió el lapsus-Obras de Ortega y Gasset (Madrid, 1932, pág. 864): "Como Tántalo encuentra cuanto toca permutado en oro..."- aparece corregido: Obras completas (Madrid, 1955), tomo IV; Tríptico,Colección Austral (Madrid, 1955), etc.,- y juntamente con Pérez de Ayala, a un filósofo (2) - Obras de José Ortega y Gasset (Madrid, 1932), pág. 1326- de la antigüedad la frase de Temístocles, general ateniense, y Tántalo no tuvo otra relación con el oro que el perro de este rico metal que Pandarco robó y que Rea, esposa de Saturno y madre de Júpiter, había puesto como guardián al lado de éste y de su nodriza . Zunzunegui puso en labio de Donoso Cortés, en ¡Ay... estos hijos, novela premiada por la Real Academia Española, el "Dios es grande en el Sinaí" (3)-Barcelona,1943, pág.339- de un discurso de Castelar en contestación al canónigo de Manterola en las Cortes Constituyentes de 1869 (4)- "Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve..." Diario de Sesiones..., num. 47, del lunes 12 de abril de 1869 -. Foxá afirmó en un artículo del ABC que el primer discurso en verso que se había pronunciado en el acto de ser recibido por la citada Academia, había sido el de José Zorrilla, ignorando que fray Juan de la Concepción le había precedido en tal circunstancia. Don Eduardo Aunós, en su Biografía de París, hizo nacer a Júpiter de la cabeza de Minerva , siendo Minerva la que, "armada de pies a cabeza y lanza en mano y casco puesto", nació de la cabeza de Júpiter (1)-"En realidad podemos recordar ahora y siempre que las escuelas, como las tendencias y los estilos, nunca nacen perfectos y acabados, como Júpiter de la cabeza de Minerva" (Madrid, MCMXLIV) pág. 247-. Don Eusebio García Luengo (2) – "El lobo es un lobo para el hombre" , Oposiciones e influencia, del ABC del 3 de diciembre de 1954 – tradujo el homo homini lupus del poeta latino (La Asinaria, de Plauto, acto II, escena IV), así: "el lobo es el lobo (¿y qué iba a ser si no?) para el hombre" o bien "para su semejante". Con motivo de la muerte de Gómez de la Serna, un popular diario emplea la palabra "antonomásico", por "antonomástico", que es lo correcto, pues no se dice tampoco sintáxico, sino sintáctico; elípsico, sino elíptico, etc., ni, señores periodistas, los famosos "Mármoles" no son de Talavera la Real (Badajoz), sino de Talavera la Vieja (Cáceres). Tampoco se escribe Picabea (El Premio, de Zunzunegui, Barcelona, 1961 página 269), y sí Picavea, autor de La tierra de Campos; "Uyyys" (página 609), y sí huy, del latín hui (3)- El mismo descuido se observa en las páginas 144, 296, 347, 420 y 800 de Los cipreses creen en Dios, de José maría Gironella (Barcelona, 1953)-; ni debieran limitarse las disculpas del reiterada y legítimamente galardonado novelista , dadas a la Academia respecto del uso del adjetivo terremótico (página 269), a tal voz, cuando en el resto de la narración leemos asadero (4)- Posiblemente tomada de Ortega y Gasset : Obras, págs. 137 y 161- penseroso, barcoleante, arquitecturarla, oquedosa, soplapoyez, asentidora, desganosa, codiciadera, (codiciadora), endichecidos, desabridez, endichedor, encollarándose, netitud, etc. ; extrañarse, por sorprenderse; desplazar por quitar; justeza, por exactitud; inconsútil, por extrasutil. ¡Oh, insaciable inconsútil, cuantas situaciones equívocas provocaste¡ (5)- "En noble lienzo blanco entretejiste, mi amor y tu costumbre, y ahora siento, la túnica inconsutil de tus manos." Leopoldo Panero: Escrito a cada instante (Madrid, 1949), pág.81.- Todo esto después de haberse observado, muy juiciosamente, por el padre del protagonista: A ver si acabas, por lo menos, con la mayor parte de los gerundios mal empleados que infectan la Territorial" (pág. 20). Camilo José Cela, excelente prosista y fecundo narrador hace coger el tren en Trujillo al héroe de su novela La familia de Pascual Duarte, cuando, como es bien sabido, en dicha famosa ciudad extremeña no hay ferrocarril (1)- "Al tren lo fui a alcanzar en Trujillo, dónde pedí un billete para Madrid" (La familia de Pascual Duarte, Madrid 1943, pág. 126, 2ª ed.)-. En una radiación dedicada a Dalí, el locutor dijo varias veces: "La Venus del Milo." ¿No hubiera sido más insólito aún decir: La Venus del Nilo" ? Y días después atrona, por atruena. Quizá no fuese necesario aportar un ejemplo del uso correcto de este verbo irregular de la segunda clase, pero de todas maneras allá va uno de Espronceda, tomado del Diccionario de la conjugación castellana, de Emiliano Isaza (París, 1900), página 67: De monte en monte retumbando atruena No es menos sensible informar a los lectores de periódicos, sobre la construcción de una piscina en Tenerife, al pie del Teide (3.710 metros) y a una altura de 12.230 metros. Cuando yo estudiaba Geografía el punto más alto de la Tierra era el Everest, a 8.882 metros, y el más profundo una fosa de 10.430 metros del Océano Pacífico, en la Filipinas. "Andara", leo en la página 193 de Fiestas, de Juan de Goytisolo (1958). "Andara" por anduviera También observo en determinado periódico que el señor Fulánez "pronunció un emocionado discurso". Un emotivo discurso estaría bien dicho. Los discursos no se emocionan. Puede emocionarse el que habla y el que o los que escuchan, pero no lo hablado. Y digo el que, porque me acuerdo de la cátedra de Retórica y Literatura del Colegio de Humanidades, de Cáceres, en la cual Donoso Cortés ensayaba su oratoria con un solo oyente: el alumno Gabino Tejado. Asimismo, estuvo muy poco afortunado José Ortega y Gasset al escribir feminidad por femineidad, con reiteración imperdonable (págs. 126, 369, 411, 412, 413, 641, y 135, 137, 138, 148, 158, 163, 165, 172, y 175 de Meditación del pueblo joven) ; pleno (galicismo, plein) por lleno (354) ; actitud (gal. actitude), por disposición, estado, situación, etc. (768) ; cohonestar, por conciliar (38 y 39 de Goethe visto desde dentro) ; dispépsico, por dispéptico (188) ; protestar de, por protestar contra (288); extrañado, por sorprendido (931); destaca, por se destaca (150); cualesquiera, por cualquiera (666); desapercibidos, por inadvertidos (135, 269 y 559) ; escapa a ( gal. echaper a), por se hurta a (869 y 127); desplazando, por trasladando (923); banal (galicismo, banal), por trivial (621 y 139); ocuparse de, por ocuparse en o tratar de (227, 244, 262, 268, 296, 297 y 396); abrevar, por beber (557 y 657), dintel, por umbral (645) (1)- Todas las páginas consignadas en el texto, sin citar el título, se refieren a Obras de José Ortega y Gasset (Madrid 1932), y las números 127 y 139, a Meditación del pueblo joven (Madrid, 1962).- El hecho anecdótico que Ortega atribuye a Pio Baroija, respecto de las zapatillas de Aviraneta, es un chiste o gracia, pero no la legítima justificación de un escritor en lo que atañe al lenguaje y a sus reglas. Los que escribimos estamos obligados a a conocerlo y usarlo bien, como el cirujano el instrumental con que opera, y el topógrafo el teodolito, y el maestro albañil el nivel. Admiramos el libro que contiene hondas ideas, sutiles agudezas: carga positiva y atrayente que sirve para identificar la calidad y señorío de una pèrsona, pero nos sentimos más entusiasmados aún cuando el lenguaje nos desdice del contenido. Si sentamos a la mesa a los hombres más inteligentes y sabios del mundo, nops consideraremos irremisiblemente atraidos hacia ellos por el valor de sus obras, por sus actos y su conversación, pero si al comer meten ruido con la boca o emplean el cuchillo cuando deben usar el tenedor, seguiremos admirándoles por su saber y por su inteligencia, pero lamentaremos que estén tan mal educados. Hay reglas sancionadas por una tácita aceptación universal, y el observarlas, si no se ha demostrado por alguien que son ineficaces y están "periclitadas", como habría dicho don José, supone un acercamiento a la perfección e integridad de nuestras operaciones. La inobservancia de tales normas no es un comportarse audaz e indisciplinado, que revele una auténtica jerarquía superior, sino simplemente, ignorancia. Si fuese una arbitrariedad autorizada por el valer personal de quien la comete, y que decir genuflexión, por reverencia; dispépsico, por dispéptico; acentuar ti, esto, eso y aquello, etc., no supone un sumando negativo en la valoración total del escritor, dense por no escritas las presentes observaciones. Si insistimos en señalar estos gazapos, que no destruyen la personalidad literaria de quienes los cometen, pero que la afean y restringen, la parva de infracciones se hace por demás copiosísima. Voy a determinar con alguna prolijidad las más significativas y frecuentes: Especies, por especias; albuns, por álbumes; fracs por fraques; camerino, por camarín; reasumir y reasumiendo, por resumir y resumiendo; abrogar, por arrogar; ínsulas, por ínfulas; provinente o proveniente, por proveniente; compartimento (gal., compartiment), por compartimiento; cerúleo, por céreo; estridencia (gal., stridence), por estridor; sufrir, por padecer; dentífrico, por dentífrico; cualesquiera o quienesquiera, por cualquiera o quienquiera, pues las dos primeras voces son los plurales de las segundas, y escribir, por consiguiente; cualesquiera acción, o quienesquiera que fuese, es un dislate; desapercibido, por inadvertido; consumación (galicismo consommation), por consumición o consumo; debutar (galicismo debuter), por estrenarse; protestar de, por protestar contra (protestas de fidelidad, de cariño, y protestas contra la injusticia, la ingratitud, la incorrección etc.); bisutería (galicismo bisouterie), por buhonería, joyería, orfebrería, platería, quincalla o quincallería; avalancha y revancha (galicismos. avalanche y revanche), por alud y desquite; azararse por azorarse; tener lugar (gal. avoir lieu), por celebrarse, efectuarse, verificarse, etcétera; desplazarse (gal. déplacer), por trasladarse; reductible e irreductiblre, por reducible e irreducible; factura, por hechura; debatirse (gal.se débattre), por bregar, forcejar, forcejear, agitarse, revolverse o luchar; testimoniar (gal. témoigner) por atestiguar o testificar; lupa, por lente; rail (anglicismo rail), por riel carril; banalidad (gal. banalité), por trivialidad, vulgaridad, patochada, necedad, perogrullada, niñería, etc; sendos, por grandes, fuertes, descomunales; álgido, por culminante; sugerencia, por sugestión; adjuntar, por acompañar, enviar, remitir; influenciar (americanismo), por influir; genuflexión (de genu: rodilla), por reverencia, doblar la cintura, inclinarse; aprovisionar, por abastecer, proveer, surtir; visitar Roma o Londres, por visitar a Roma o a Londres; presupuestar, por presuponer o computar; quedar, por dejar; elucubración y lucubrar (gal. elucubration y elucubrer), por lucubración y lucubrar; pifia por pifia; arrivista (gal.arriviste), por advenedizo o, en todo caso, por arribista; extrañarse, por sorprenderse; ciertísimo, buenísimo, fuertísimo, etc. por certísimo, bonísimo, fortísimo, etc.; espúreo, por espurio (más ejemplar y castizo), como sacaliña, por socaliña; homenajear, por festejar, celebrar, agasajar; inicio (latinismo intolerable: initium fidei), por comienzo, principio, iniciación ; juicio crítico (pleonasmo innecesario por el que Menéndez y Pelayo censuró a Hermosilla); formato (gal. format), por forma, tamaño de un libro; solución de continuidad (gal. solution de continuité), por división o separación razzia; (arabismo), por rafia; justeza (gal. justesse), por exactitud, precisión, acierto; obstaculizar, por obstruir, entorpecer, dificultar runrunear; constatar (galicismo ; inrrompible, por irrompible; pleno (gal. plein), por lleno; ronronear, por runrunear; constatar (galicismo constater), por demostrar, probar, averiguar, consignar, hacer constar, etc.; pretencioso (galicismo pretentieux), por afectado, pedantesco, presuntuoso; solucionar, por resolver; hangar (gal. hangar), por cobertizo, tinglado; abrevar, por beber (abrevan los animales); dislacerante, por dilacerante; overtura (ouverture), por obertura, que es lo correcto; rango (gal. rang) , por calidad, clase, condición, jerarquía; meticulosidad, por minuciosidad; envite, por empellón o empujón; placentero, por a la vista, visible, ostensible, manifiesto, etc,; escapar (gal. echaper a ...), por hurtarse a, librarse de, huir de, etc.; metereológico, por meteorológico. Y, según el juicioso entender de la Academia, será más castizo decir marbete, rotulata, rótulo o título que etiqueta; componer, que confeccionar; lo presente, lo pasado y lo futuro, cuando se omite la voz tiempo, que el presente, el pasado y el futuro; rentas públicas, que finanzas; reunión, asamblea, conventículo, etc., que meeting o mitin. Esta lista de disparates e incorrecciones sería interminable si no hubiera que someter la pluma a las exigencias de tiempo y espacio. ¡Y ese ti acentuado¡ "y ante tí, a veces, me sentí culpable", (Manuel Alcántara), "y te amo, vida, a tí, que me conduces", (Félix Grande). El poema no debe llevar mácula alguna. Por eso señalo la incorrección. Hay moradores del Pindo que le ponen a ti un acento como antena o pararrayos, sin saber, por lo visto, que ti no puede ser más que pronombre personal de segunda persona del singular, y no necesita, por consiguiente, el signo ortográfico que sirva para identificar su naturaleza. ¡Pobre de ti, de tan breve morfología y de tan deleznable significación ("Sólo los que aman saben decir ¡tú¡". ¿Y quiénes se aman? "¡Ah, el moi francés¡), cargado con esa antena o pararrayos¡ Y como quien enseña, por modesto que sea, realiza una obra de misericordia, allá va otra advertencia, con sombrero en mano y guante blanco: tampoco solo, cuando es nombre o adjetivo, y esto, eso y aquello, que no pueden ser más que pronombres demostrativos, llevan acento. ¿Y los barbarismos descomunales, de una estructura no siempre ejemplar y de una evidente inarmonía? Temblaránle las carnes, de conocerlos, al mismísimo padre Feijoó, que no fue un purista, precisamente. A manta de Dios podrían citarse. Allá van unos cuantos: revolucionar, protagonizar, inteligenciarse, ambientar, presionar, conmocionarse, actualizar, nulificar, resintenciarse, dinamizar, guarismar, engabardinarse, encapsular, cardializar, alquimiar, contorsionar, contusionar, convulsionar, inviscerado, recargamiento, catastrofal, programático, programación, relevancia, encuclillado, modestada, despectivando, endeliciadora, egoistó, estuporizados, billareaban, desanzuelándose, ajuaraba, yertez, aspavientó, pavorralea, asqueativamente, atemporalada, indisimulado, conmiseracionarse, represionar,reconvencionar, extorsionar, erosionado, opcionar, irresolutez, dardeando, desorbitado, ennochecer, despendulado, pendulear, perspectivice, atardecida, substantivación, frontalidad, minimizará, gestar, manicurada, etc. No son menos frecuentes los solecismos o construcciones gramaticales defectuosas y los plurales abusivos. "Me miró y sonreía", Antonio Prieto: Tres pisadas de hombre (Barcelona, 1955), pág. 79 "Pobre de mi obra, que ha sido todo lo extensa y original que mis escasos talentos consintieron", S. Ramón y Cajal: Recuerdos de mi vida (Madrid, 1917), t II, pág. 580. "Tenían las palabras de don Fernando la encendida elocuencia de la fe, el apasionado brío de un corazón lleno de caridades y fervores", Ricardo León: El amor de los Amores (Madrid, 1931, vol.I), pág.86. "...y la Iglesia le había dado seguridad, comodidad y campo para sus talentos"..., María Espiñeira de Monge, trad. de El abogado del diablo, de Morris Wuest (Barcelona, 1962), página 9. También un notable orador y prosista, don Emilio Cautelar, empleaba, siglo antes, los plurales abusivos. "...antes o después de lanzar al juego sus últimos dineros"... Fra Filippo Lippi (Barcelona, 1879), t. I, pág. 75. "La perspicaz y astuta Lucrecia, a pesar de los talentos que todos le reconocíamos"..., ibidem (Barcelona, 1877), t. II, pág. 219. ¡Y ese "vendaval tan inquietante para los neófitos y los consagrados, que escriben vendabal y se quedan tan orondos¡ ¡Y esa segunda persona del singular del pretérito indefinido¡ Fuiste, soñastes, dijistes. Un chico del Instituto, de tercero, quesea algo aplicado, sabe que la segunda persona del singular del pretérito indefinido no lleva s al final. ¡Ah señor hablista, es que esa s evita una sinalefa, es decir, que la última sílaba de una palabra que termine en vocal, y la primera sílaba de la voz siguiente, que empiece con ella, formen una sílaba métrica, y se evite con tal recurso o habilidad reprensible que el verso sea corto. ¡Buen poeta nos dé Dios, que tiene que valerse de estas licencias¡ También son frecuentes los laismos, y grima da tener que recordar a los demás reglas tan elementales como ésta: cuando un adjetivo califica sustantivos de distinto género, debe ir en masculino. "Simil, metáfora, idea, bellisimos". Después de contemplar este panorama literario, en que los habitadores del Pindo y los prosistas transmiten sus ideas y sentimientos con tal lastre de equivocaciones, descuidos, impropiedades de lenguaje, incorrecciones gramaticales, etc.- numeradores de un denominador común: la ignorancia-, o falta de celo, de cuidado, ¿hemos de aceptar la pretensión de tales escritores de tener un público de minorías? ¿Para qué? Si es para restringir el daño que los dislates y transgresiones antes enumerados puede hacer en los lectores, ya que al reducirse la cifra de éstos, mengua también el perjuicio, bien está. Pero si se estima que el exquisito elixir, en verso o en prosa, de dichos cultivadores de la palabra escrita, y la rica vasija que lo contiene, exigen estas minorías, habrá que considerar excusable la mentada pretensión. Basta leer las primeras páginas de un libro para que nos demos cuenta que puntos calza el autor en la esfera del lenguaje. El desvío que se siente hoy hoy respecto de os clásicos, la deficiente educación académica o autodidáctica y ese desenfado tan característico en nuestros días, de los que creen que teniendo ideas y sentimientos que comunicar a los demás, lo de menos es la forma en que se hace, son las causas del sinnúmero de propiedades, dislates, incorrecciones, etc., con que se escribe. (...) Beneméritos autores, como Salvá, Bello, Cuervo, el padre Mir, Baralt, Isaza, Balbuena, Mariano de Cavia, y don Julio Casares, han tratado atinada y luminosamente de estas cuestiones, pero sin que la dura testa de un Pío Baroja, cuya fobia gramatical fue siempre evidentísima, o de un Zunzunegui, cuyo alarde neológico deja en mantillas al de Horacio-et nova rerum nominam protulerit-, o el de Francisco Viete, hayan patentizado el impacto de tales enseñanzas. Nuestro país, como todos los pueblos meridionales, ha padecido siempre de una tremenda verborrea. De imaginación sobreexcitada necesita la válvula de escape de la palabra. El Diario de Sesiones de los tiempos parlamentarios es la historia más completa de nuestra charlatanería. Y Fray Luis de Granada, el padre Guevara, Donoso Cortés, y Cautelar, son vivos testimonios de literaria elocuencia. ¿Cómo someter este caudal léxico a una ordenación o disciplina? ¿Cómo fijar en tales mentes la regla, el canon porque se rige tanta afluencia? ¿Y grabar con buril la morfología de cada palabra en evitación de fallos y descuidos terribles por demás? Pero si es difícil el logro de estos objetivos, no hay que pensar que sea imposible. Las buenas lecturas pueden facilitar el camino. La prudente actitud de quien antes de empuñar la pluma aprende a manejarla, es otra discretísima resolución. Cierto que hay que aprender muchas cosas y que el ingenio del hombre se impacienta si se le ata corto y firme, pero ahora veréis en una rápida sucesión de paradigmas de mal decir, tomados de libros, periódicos y revistas, la copiosa parva de impropiedades e incorrecciones, y siempre que podamos la enmienda irá junto al dislate. "...ni labios que la cantes, aunque en su linfa abreven..." (beban), Gerardo Diego: Adoración al Santísimo Sacramento. (El Santo. núm. 246, abril 1963). Abreva el ganado. "Rabino Chico...ya regresaba del cauce de abrebar el ganado...", Miguel Delibes : Las ratas (Barcelona, 1962), pág. 87. Hay quienes se abrogan facultades de otro y no sería difícil encontrar a quienes arrogan tal o cual disposición. ¡Oh delirium de la letra de molde cuando lleva como única carga estos dislates u otros análogos, según veremos después¡ "¿Qué podía hacer el rey, acosado por un lado por una Asamblea que se había abrogado (arrogado) todas las funciones ejecutivas...Historia de los Girondinos, de Lamartine, trad. anónima (Madrid, 1851), t. I, pág. 54. "de cualquier manera que sea en la misma procedencia de las divinas personas, se incurre en un grave error, arrogando a la criatura un atributo que es exclusivo e incomunicable de las divinas personas" , Fr. Manuel Cuervo, O.P., Introducciones al Tratado de la Santísima Trinidad, de Santo Tomás (Biblioteca de Autores Cristianos, t. II, pág.549). "No penséis que he venido a abrogarlos, sino a darles cumplimiento" (Evangelio de San Mateo, V, 13, 19). "demanda apremiante de pensamientos para albums (álbumes) y colecciones de autógrafos...", Santiago Ramón y Cajal: Recuerdos de mi vida (Madrid, 1917), t. II, pág. 483. "...sobre las páginas crema de tantos y tantos aristocráticos álbumes", Vicente Aleixandre : Los encuentros, (Madrid, 1958), pág. 166. Aprovecho esta coyuntura que se me brinda, para decir que el plural de frac no es fracs, sino fraques. "Entre las manos se escapa-mi ropa...mira qué jaques-pantalones...¡oh qué fraques...-gran levita...bella capa", Juan Martínez Villergas: Pedro Fernández, pág. 26. "donde la estimación y el amor llegan a su grado (a su más alto grado) álgido...", Juan Zaragüeta: "Buena y mala fe"" (ABC, 29 de Abril de 1960). Algido es el frío glacial propio de determinadas enfermedades, como por ejemplo , el cólera morbo, y algidez la frialdad glacial que precede a la muerte. "Se le fue el pulso y un frío tremendo le puso en estado álgido. Encarna se asustó", Juan Antonio de Zunzunegui: La vida como es,pág.,432. -"¡Vamos Alexander¡ "El aludido (nombrado) cogió el algodón...", Luisa Forrellad: Siempre en Capilla (Barcelona, 1954), pág. 172. Aludir no es nombrar, sino referirse a una persona sin designarla, como en la transcripción precedente, por su nombre. "Filastro de Brescia no hace memoria de los discípulos de Prisciliano aunque alude claramente a gnósticos de España" Marcelino Menéndez Pelayo: Historia de los heterodoxos españoles, t. II, pág. 122. "Quién no se cansa es el niño antonomásico (antonomástico) del cuento o poema...", M. Fernández Almagro: "Libros y revistas (ABC, del 26 de Abril de 1964) "...pero que no quitan a Goldoni el glorioso y antonomástico nombre de cómico italiano...", Carlos Andrés, trad. de Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, por Juan Andrés (Madrid, MDCCLXXXVII), t. IV, pág. 289. -"Caray, tiene usted razón. No me había apercibido siquiera", Rafael Sánchez Ferlosio: El Jarama (Barcelona, 1956), página 334. No me había dado cuenta o no lo había advertido o notado, estaría bien dicho, porque apercibir no es percibir ni advertir, notar u observar una cosa, sino estar prevenido, preparado, dispuesto, respecto de algo. Apercibirse. "Alvar Hañez que estaba muy apercibido en las alturas de Medinaceli...", Ramón Menéndez Pidal: La España del Cid (Madrid MCMXXIX), tomo II, pág. 533. "Mostraba a cada instante su mentalidad de arrivista"... (arribista), Jesús Ruiz y Guillermo Marigó, trad. de Invasión, de Maxence van der Meersch (Barcelona, 1955), pág. 57. Nuestros vecinos de allende el Pirineo usan la voz arriviste para designar a la persona que medra, sin considerar si los medios empleados son correctos o no; pero en castellano, como observó muy correctamente Marianode Cavia (Limpia y fija... Madrid, 1922), deberá decirse arribista, de arribar: verbo castizo, al que cabe atribuir la misma significación que la de medrar sin reparo o escrúpulo alguno. "Con un canto en los pechos podríamos darnos porque todos los neologismos que se nos cuelan en el habla fuesen de tan clara estirpe y de patente legitimidad como este arribismo y estos arribistas, que para nada necesitan ir entre comillas ni ortografiarse a la francesa", Mariano de Cavia : Limpia y fija...págs. 19 y 20. "Alboreó así bajo mediocres auspicios, el año 1696" Duque de Maura: Vida y reinado de Carlos II, (Madrid, 1942), t. III, pág. 93. Bajo no, con. "Con cuyos prósperos auspicios", El Comendador Griego. "Había empezado su carrera dramática con no muy buenos auspicios", Larra. Hoy Ortega nos parece un filósofo-poeta; y, sin embargo, comparado con el espíritu del 98, significa una dictadura de orden, de rigor y sistematismo, una verdadera avalancha (galicismo alud) de razón pura" , Gonzalo Fernández de la Mora: Ortega y el 98 (Madrid, 1961), pág. 269. "En nuestros Pirineos, donde también se experimentan (los avalanches) – aunque con menos violencia y estragos- se llaman aludes" nota a la página 10 de Obras literarias, de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, t. V). "...de anecdotillas más o menos banales" (gal. triviales, comunes, vulgares), Juan Luis Alborg: Hora actual de la novela española (Madrid, 1958), pág. 24. "El jueves 24 de Agosto, en súbito descenso la hasta entonces caliginosa (elevada) temperatura"..., Duque de Maura: Vida y reinado de Carlos II (Madrid, 1942), t II, pág. 56. Caliginoso no quiere decir caluroso, sino denso, oscuro, nebuloso, de calígine: niebla, oscuridad, tenebrosidad. "Es caliginosa niebla o tenebrosa caliginosidad o oscuridad apartada", Bernardino de Laredo: Subida del monte Sión, pág. 171. "Los trenes llevaban todavía compartimentos (compartimientos) con portezuela cada uno y sin pasillo lateral...", M. Fernández Almagro: "Libros y revistas" (ABC, del 18 de abril de 1964). "Cada cual queda encerrado en el compartimiento estanco de su limitada perspectiva", Lilí Alvarez: "La visión evangélica de la mujer" (ABC, del 21 de Abril de 1963). "Pues, entonces, si existe la imposibilidad física de constatar (gal. demostrar, probar, comprobar, averiguar, consignar, hacer constar, etc.) la totalidad de una cosa...", Juan Pascuau: "Medio enterados" (ABC, del 16 de febrero de 1964. El hombre eufórico" representa la contrafigura (lo contrario) del tipo anterior (el "depresivo"), Dr. A. Vallejo Nájera: traducción de Tu alma y la ajena, de Richard Müller Freienfels, pág. 110. Contrafigura es lo semejante, no lo opuesto. "Fue en la vida un artista (San Francisco de Asís) que era llamado a ser artista en la muerte; y tuvo más derecho que Nerón, su contrafigura, para decir Qualis artifex pereo , pues la vida de Nerón estaba llena de actitudes premeditadas, según el caso, como la de un actor; mientras que la del hijo de Umbría tuvo una gracia natural y continua como la de un atleta", M. Manent, trad. de San Francisco de Asís de G. K. Chesterton (Barcelona, 1944), pág. 168. Dislate tan grande como éste no lo tengo señalado en mis lecturas. ¡El seráfico Francisco, de las hermanas aves, del hermano sol, del hermano lobo, la contrafigura de uno de los personajes más nefastos de la Historia universal¡ "...los elementos sensibles varíen en cualesquier (cualquier) grado, con la cualidad del estímulo..." J. González Alonso: trad. de Compendio de psicología, por Guillermo Wundt, (Madrid, s.a) pág. 61. Cualesquier es plural y grado singular. No creo que sean necesarias másexplicaciones. De todos modos allá va un ejemplo: "...y defendidos de cualesquier acontecimientos malos". Fray Luis de León: Los nombres de Cristo (Barcelona, 1885), página 51. "Estaban también las dudas y escrúpulos en que se debatía (gal., con que forcejeaba) mi alma" , José Luis Castillo Puche: El Vengador, (Barcelona, 1960), pág. 116. "Antes de pasar a debatir otras cuestiones...", Luis Vives: Tratado del alma, pág. 51. Se debate o discute esto o aquello, pero es gálico, a todas luces, debatirse, por ejemplo, en un mar de dudas y escrúpulos. "Y cuando hablaba, lo hacía en voz muy baja, como si quisiera pasar desapercibido (inadvertido), Luis Goytisolo-Gay: Las Afueras (Barcelona, 1958), pág.128. "Nunca por nuestro descuido y flojedad nos halle desapercibidos la muerte: ", Luis Vives: Introducción a la sabiduría, pág. 119. "Corría más que una señora de sociedad, desplazandose (trasladándose) de un lado a otro de Madrid...", Carmen Laforet: La mujer nueva (Barcelona, 1955), pág. 297. Desplazar quiere decir "desalojar el buque un volumen de agua al de la parte de su casco sumergida y cuyo peso es igual al peso total del buque" Diccionario de la Academia. "A todo lo largo de las paredes...se alineaban el sofá, los dos sillones y las sillas, destacando (destacándose) contra las paredes su respaldos tiesos y estrechos...", Luis Goytisolo-Gay: Las Afueras, pág.108. "Allá detrás del pinar, el sol poniente extendía una zona de fuego, sobre la cual se destacaban, semejantes a colmenas de bronce, los troncos de los pinos", Emilia Pardo Bazán: El cisne de Vilamorta, pág. 5. "...y su madre podía sentarse en el dintel (umbral) de la puerta", José María C.: trad. de El Despertar, de Marjorie Rawlings, (Barcelona, 1953), pág. 344. ¡Qué prodigiosa audacia de tal madre respecto de la ley de la gravedad¡ Dintel es la parte superior de una puerta, umbral la inferior y jambas los lados. "...para luego revolar y posarse en lo más alto del lintel (es igual que dintel) de la puerta", El Solitario: Escenas andaluzas (Madrid, 1847), página 228. Cuando leo estas cosas mi pudinbutez se alarma, pues si es una hembra la que está con los pies en el dintel, tendrá la cabeza para abajo y enseñará lo que no debe. "Para sumirse en aquellas elucubraciones (gal., lucubraciones) mentales...", Juan José Mira: En la noche no hay caminos (Barcelona, 1953), pág. 216. "...y mezclando muchas cosas que tomé de tus lucubraciones, oh Erasmo", Alfonso de Valdés : Cartas de Erasmo y otros. A. de la H. Vid, Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo t. IV, pág. 144. "para reivindicar vuestra honra, hoy día en entredicho..."(en tela de juicio), Torcuato Luca de Tena: La otra vida del capitán Contreras (Barcelona, 1954), pág.51. "No he traido a cuenta la opinión de estelexicógrafo (R.W. Chapman) para poner en tela de juicio el valor del procedimiento que él preconiza...", Julio Casares: El humorismo y otros ensayos (Madrid 1961) O.C. vol. VI, pág. 309. Entredicho significa "prohibición, mandato para no hacer o decir alguna cosa; censura eclesiástica", Diccionario de la Academia. Con tal sentido usaron esta palabra Cervantes, Tirso, Pedro de Rivadeneira, Suárez de Figueroa, fray Antonio de Guevara, Azpilcueta, etc., pero no con el de persona o cosa puesta entre dos dichos. "Poesía y chiste coinciden únicamente en una cosa: en ser sendos modos de escaparse (gal., hurtarse; huir, librarse de) a la dicción neutra, insípida",Carlos Bousoño: Teoría de la expresión poética (Madrid, 1952), pág. 292. "...con su olor de café y especies" (especias), Ana María Matute: Pequeño teatro, (Barcelona. 1954), pág. 41. "Mas di, ¿no adoras y precias-la morcilla ilustre y rica? -¡Como la traidora pica¡- Tal debe tener especias", Baltasar de Alcazar: Una cena. (Las mil mejopres poesías de la lengua castellana), (Madrid, 1935), pág. 106. "...el espúreo (espurio) epílogo representado por el catafracto...", Vicente Fatone, trad. de Estudio de la Historia, de Toynbee (Buenos Aires, 1935) t. III pág. 183. "Este vicio se encuentra-en la expresión "Uno o otro", que en sentir de esos señores críticos es la legítima, a contraposición de la que retachan de espuria" –es el autor quién subraya-, Bartolomé J. Gallardo: Cuatro palmetazos bien plantados , (Clásicos olvidados),tomo I, pág. 52. "...desde el más puro encanto de la feminidad..." (femineidad), según reiteradamente se ha dicho en páginas anteriores), Luiz Díez del Corral: El rapto de Europa (Madrid, 1954), pág. 88. "La gangosidad bucólica del oboe, la femineidad de las arpas...", Julio Casares: El humorismo y otros ensayos, página 231. "...sin incurrir en ninguna de aquellas reverencias con que había homenajeado (celebrado, festejado, agasajado) mi linaje...", Bartolomé Soler: Tamara (Barcelona, 1953), pág. 37. "No creyeron suficiente, para exteriorizar su fervor, agasajarnos con artístico diploma...", S. Ramón y Cajal: Recuerdos de mi vida (Madrid, 1917), t. III, pág. 565. "Sentíame influenciado (influido) por cuanto escuchara acerca de los médicos...", Julio Ferández-Yáñez Gimeno, trad. de El hijo de la furia, de Edison Marshall. (Barcelona, 1955), página 71. Los franceses tienen los verbos influencer e influer, pero en castellano "influenciar" es de reciente cuño, sin el aval de los buenos escritores, que emplean influir o influido en vez de "influenciar" e "influenciado". "No me dejaré influir por estas extrañas ideas que por aquí oigo", Camilo José Cela: Pabellón de reposo (Barcelona, 1952), pág. 67 "...Maestre de San Juan, Tratado elemental de Histología y Patología, influido por la doctrina haeckeliana...", Angel Ganivet: España Filosófica contemporánea, t.II, pág. 648. "Juicio crítico de El cacique, de Luis Romero" (ABC, del 28 de Abril de 1964, página 55). Ya observó Menéndez y Pelayo, como queda anotado en estas páginas y con relación al rígido e intransigente Hermosilla, que la expresión, hoy tan protegida por el Ateneo de Madrid y los periódicos, "juicio crítico" es un pleonasmo insoportable, porque no hay crítica sin juicio, ni juicio, cabría decir también, que no tenga alguna relación con la crítica. Escríbase "juicio literario", puesto que de obras literarias se trata y ningún reproche cabría hacer a tan culta casa, ni a la prensa. "El Juicio Crítico (pleonasmo intolerable en un helenista como Hermosilla...", Menéndez y Pelayo: Historia de las ideas estéticas en España (Madrid, 1904) t. VI, pág. 196. "En los organismos sensibles y delicados suelen darse estos fenómenos con admirable justeza" (gal.., precisión, exactitud), Concha de Marco: El té del psiquiatra (Cuadernos Hispanoamericanos). Septiembre, 1958, pág. 318. "Y Cayetano Luca de Tena ha puesto grandísima meticulosidad (cuidado, empeño) en el ritmo general y en la administración de la "temperatura" gradual de la comedia" , Enrique Llovet (ABC del 30 de noviembre de 1963). Meticulosidad es calidad de meticuloso, y meticuloso medroso, miedoso, pero no minucioso, detallado, escrupuloso, como se cree equivocadamente. "Entendían como a veces nos afanamos en tonterías que nada importan al fin del hombre o lo obstaculizan (entorpecen, dificultan)" Carmen Laforet : La mujer nueva, pág. 147. "No existe historia más bella, más intensa y plena (gal., llena) que la mía", Ana María Matute: Pequeño teatro (Barcelona, 1954), pág. 60. "Uno había presupuestado (presupuesto) veinte para los amiguetes...", Miguel Delibes : Diario de un emigrante (Barcelona, 1958), pág. 281. "...y no obstante haber invertido en reparaciones cincuenta mil libras (mucho más de lo presupuesto") Duque de Maura : Vida y reinado de Carlos II, t. III, pág. 184. Propugnar por, en vez de propugnar sin el por, que es lo correcto, como vamos a ver seguidamente. "...propugna (Husserl) resueltamente la necesidad de hacer también de la filosofía una ciencia de evidencias apodícticas y absolutas", Xavier Zubiri : Naturaleza. Historia. Dios (Madrid, 1951), pág. 117. "...mientras propugnan que no se da la gracia de Dios, sino conforme a nuestros méritos", P. Emiliano López, trad. De la predestinación de los Santos, de San Agustín, t. I, pág. 525. "Gorrilla propugnaba la desaparición de las fronteras..." Ledesma Miranda: La casa de la fama (Madrid, 1951), página 31. "Protestó del (contra el) empleo que se hace de la superstición...", Pedro González Blanco: trad. de Historia de la Filosofía moderna, de Höffding (Madrid, 1907), t. I, pág. 91. "O mundo inmundo...protesto contra ti, mundo, no tengas ya más parte de mi", Fray Antonio de Guevara: Menosprecio de corte y alabanza de aldea (Clásicos Castellanos, Madrid 1942, pág. 194. "Por lo demás, el resto de los países de la Europa occidental enumerados no reciben ayuda provinente (proveniente) de la ley de Asistencia Exterior...", José María Massip (ABC, 16 de febrero de 1964). "La iluminación proveniente del Cristo es universal", P. Bernardo Aperribay: Cristología mística de San Buenaventuara (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1946, t. II, página 3 y 4). "Ahora había que caminar por un sender de tierra seca y pisoteada que discurría paralelamente a los raile" (anglicismo y galicismo, rieles o carriles), Luis Goytisolo-Gay : Las Afueras, pág. 303. "Los gorriones bajaban a los rieles del tranvía...", José y Jesús de las Cuevas: Historia de una finca (Jerez, 1958), página 234. "...y en la que acaso se esconde una revancha (desquite) ", Luis Diéz del Corral: El rapto de Europa, pág. 62. "Cuvier, buscando el desquite, reaccionó contra los numerosos errores, contra las especulaciones aventuradas de estos filósofos de la naturaleza", Cristóbal Litrán: trad. de Historia de la Creación de los seresa organizados según las leyes naturales, de Ernesto Haeckel, pág. 82. "Después, ya más entonado, se dispone a afeitarse con su maquinilla eléctrica, que emite el sordo ronroneo (ruido) de su motorcillo", Darío Ferández Flórez : Alta costura (Madrid, 1954), pág. 71. Dejemos lo de alta costura. Ronronea el gato. Voz onomatopéyica. Especie de ronquido en demostración de afecto. Runrunear estaría mejor dicho si no fuese un neologismo. "ella ronronearía como una mimosa gata rubia", Zoe de Godoy: trad. de En un jardín oscuro, de Frank G. Slaughter (Barcelona, 1953), pág. 30. "Para terminar con estas enfadosas sacaliñas...", S. Ramón y Cajal: Recuerdos de mi vida (Madrid, 1901), t. I, pág. 333. Sacaliña y socaliña son dos palabras que figuran en nuestro léxico oficial, esto es, en el Diccionario de la Real Academia Española, pero es más ejemplar la segunda que la primera, debido al empleo que hacen de ella los buenos escritores, como Cervantes: Don Quijote de la mancha y Coloquio de los perros, Etébanez Calderón: Cristianos y moriscos, Ganivet: Epistolario, Menéndez y Pelayo: Historia de los heterodoxos españoles, y Darío Fernández Flórez: Lola espejo oscuro. "pero sin esas socaliñas ni plegarias, yo rogaré a mi amo...", Cernates: Don Quijote de la Mancha (Barcelona, 1930), t. II, pág. 338. "La presencia de Ignacia en la casa lo solucionaba (resolvía) todo...", Juan Antonio Espinosa: El capitán Amorrortu (Barcelona, 1952), pág. 15. Resolver es más castizo que solucionar, cuya inclusión en el Diccionario de la Academia es más reciente, como allegado, deudo o pariente por familiar, raíl, ya censurado, por riel o carril. "...una red de sugerencias (sugestiones), proyectos y proposiciones", Manuel Bosch Barret, trad. de El poeta y los lunáticos, de G.K Chesterton (Barcelona, 1959), pág 9. "No sabemos como pudieron llegar a sus oídos estas sugestiones...", Antonio Solís: Historia de la Conquista de Méjico (Buenos Aires, 1947), pág. 274. "Para que una y otra invención sean verdaderas deben de ser (deben ser) testimoniadas (atestiguadas, testificadas) con la vida", Luis Rosales:El quijanismo de Don Quijote (Cuadernos Hispanoamericanos, Septiembre 1958, pág. 274). Entre deben de ser y deben ser existe la diferencia de que la primera expresión es dubitativa y no corresponde por consiguiente al contexto, y la segunda, que es la correcta, afirmativa e imperativa. Aconsejamos la lectura del Diccionario de la conjugación castellana, de Emiliano Isaza (París, 1900), pág. 116, donde con más extensión y ejemplos adecuados se previene a los escritores contra tales desbarros. Aunque testimoniar sea un verbo transitivo admitido por la Real Academia de la Lengua y el padre Mir, como ya se advirtió en estas páginas, se mostrase inclinado a su empleo, quizás sea más castizo usar los equivalentes propuestos. "Fue entonces cuando tuvo lugar (gal., "avoir lieu", ocurrió) mi primer y fugaz encuentro con el poeta...", José Luis Cano: Málaga en Vicente Aleixandre. (Papeles de Son Armadans, noviembre-diciembre 1958, pág. 335.) "Pero cuando visité (a) América...", José Luis de Izquierdo: trad. de Charlas, de Chesterton, pág. 100. "...y me embarqué en una nave...en la cual iban algunos caballeros ingleses, que habían venido, llevados de su curiosidad de ver a España", Cervantes: Los trabajos de Persiles y Segismunda (Barcelona, s. a.), pág. 46. "Esta es la verdad que nos procura este tipo de sabiduría", Xavier Zubiri : Naturaleza. Historia. Dios, pág. 167. "de este tipo de saber que llega a las ultimidades del mundo y de la vida", Ib., pág. 167. "...el nuevo tipo de Sabio", Ib., pág. 171. "...ante este tipo de existencia...", Ib., pág. 195. "...inauguró (Sócrates) simplemente un nuevo tipo de Sofía", Ib., pág. 200. Son muchos tipos. Don Rafael María Baralt, en su Diccionario de galicismos aconseja que "para variar el discurso y no caer en vicio de amaneramiento" y dado que disponemos en nuestra lengua de muchas voces adecuadas, se sustituya tal palabra griega, en cada caso, por dechado, emblema, símbolo, representación, personificación, figura, semejanza, regla, norma, turquesa, ejemplar, original, prototipo, molde, modelo, trasunto, etc. "...el que arrancarte-se propone las armas que aquí vistes..." (viste), Augusto de Burgos: trad. de Orlando furioso, de Ludovico Ariosto (Barcelona, 1846), t. I, pág. 230). "...como en tu misma cuna te meciste¡", García Tassara: Fragmento de una invocación a la musa. (Florilegio de poesías castellanas, por Juan Valera, Madrid, 1902, vol. II, pág.344. Si tales torpezas o descuidos, que revelan una imperfecta organización literaria, respecto de factor tan importante como el lenguaje, tuviese su contrapartida, en la novela, por ejemplo, con la vigorosa, certera pintura de los caracteres, de las reacciones de cada uno ante la vida, que se les vea, oiga y huela, seres de carne y hueso, que nos salen al paso, con toda la impedimenta de sus ideas, sentimientos y sensaciones, habría que perdonar los susodichos defectos. Pero lo malo es que, juntamente con estos, la traza física y moral del personaje ningún atractivo supone para el ávido lector. Que los héroes desfilan ante nuestros ojos con andar lento y cansino. Que no hay tal hechizo estético. Y, sin embargo, como los airones negativos de un imperfectísima educación literaria o, más concretamente, de un desconocimiento del idioma y de las leyes porque se rige, álzanse en el libro, el periódico, la revista y la radio, cuyos locutores no son los menos atacados del mal, las impropiedades e incorrecciones que con santa paciencia benedictina acabamos de transcribir. A una mujer hermosa se la pueden perdonar determinadas deficiencias de su aseo; pero, si además de éstas es fea con ganas, ¿quién la aguantaría? También a un escritor de nervio cabe disculparle de sus faltas y descuidos; pero si además de éstos carece de sistema nervioso, cual el porífero, ¿cómo soportarle? El acto creador es un acto bilateral, en que el artista pone su trabajo y el que contempla o lee su atención, y ambas cosas, para que el gozo estético se produzca, han de ser lo más perfectas posible, pues cualquier fallo del uno o de la otra frustrará el hechizo. XIX LO FEO Ya hemos dicho en páginas anteriores que otra de las singularidades más específica del arte actual es lo feo. ¿Qué es lo feo? Una deformación de la naturaleza, un déficit de las cosas respecto de su plenitud estética, del nivel que han de alcanzar con relación al arquetipo ideal que nos hemos forjado de cada uno o el modelo ejemplar de éstas que se da en la realidad circundante. O bien una degeneración del sujeto o del objeto, que a causa de determinadas circunstancias físicas o morales, cuando no de ambas clases a la vez, ha descendido, respecto del límite en que la belleza se empieza a considerar realizada. El hecho de revolverse contra unas normas o reglas, que no formuladas a priori, sino provenientes de realizaciones estéticas tenidas por ejemplares, son estimadas como buenas; las transgresiones habituales de la lógica, del lenguaje y de la Gramática; el desentenderse de toda belleza elocutiva por estimar que el vigor y hechizo de la expresión procede de su misma rudeza; el espolvorear los escritos de groserías, destemplanzas tacos, más propios de un carretero que de un escritor bien educado, pues la hombría no está en las palabras, sino en los hechos; el mezclar en una composición las rimas consonante y asonante, superando de este modo la dificultad de la elaboración-pues todo poema ha sido siempre una carrera de obstáculos, de la que solo puede salir victoriosa la inspiración y la maestría-, denotan la tendencia a lo feo, que feo es conculcar principios y holgarse de lo que es fácil o de mal gusto. A la fealdad con que se proyecta el alma creadora a través del proceso elaborativo, o dicho de otro modo, de la forma, se junta lo feo del asunto, del ambiente, del carácter, de la figura, del episodio, del diálogo. Deshonestidades y aberraciones. Demasías de todo género y truculencias. (...) ...porque el arte es la consecución de la belleza y aquí no hay belleza alguna, ni por esencia, ni por la magia o milagro del arte, de embellecer e idealizar lo feo. Convertir los necrófagos en las doradas abejas de Antonio Machado, es objetivo que está fuera de las presentes posibilidades creadoras. Roña y podre suculentas para los estómagos estragados; pero no hay paladar medianamente sensible a los gustos de las cosas, que disfrute con tal bazofia literaria. (...) No quiere esto decir que sólo con guante blanco deban escribirse los poemas y las novelas. Pero detesto la mala educación, que es una forma de la soberbia social; los bajos instintos, que revelan la deficiente conformación moral y afectiva de las personas; la chabacanería, la patochada, el exabrupto; el chiste más procaz que ingenioso; la sed lasciva con sus tremendas degeneraciones; la incontinencia y el desenfado, que son las alas postizas con que el espíritu intenta echarse a volar, sin conseguirlo. (...) Pero si Campoamor y Nuñez de Arce, a pesar de lo que se dice hoy de ellos por los que escriben inconsutil por extrasutil, cerúleo y provinente y de la un tanto burlona intención de Camilo José Cela respecto del poeta asturiano, en el libro Del Miño al Bidasoa, componían mejores versos que buena parte de nuestros bardos de hoy. como diría cualquier pelafustán o chiquilicuatro recién salido del molde. A pesar de los prosaísmos de don Ramón y de la "elocuencia lírica" de Núñez de Arce, más soporto a éstos que si leo versos de esta hechura: "una nada amparada: gris intacto" Siete aes seguidas y una consonancia interna como remate. ¿Dónde tuvo sus ojos y su oído el colector antológico de estos versos? (...) "oh, ascensorista, humanista" "calefactor, benefactor, actor" ¡Horrísono estridor¡ "Si estuvieras aquí, si primavera fuera "se metaforsean: eran tierra" "rompiendo el velo del templo" "la bomba, y en andenes encadene En cambio, está muy bien rieles por railes. Pero en estos otros que siguen, me temo que dinteles – parte alta de la puerta-quiere decir umbrales ..." "ángeles guardarán con sus espadas "y fue mi corazón suavemente... "fallidas en el juego postrero?"... "(Pero un soplo interior "buscando a cambio del estoicismo"... "maniobrando con fe"... Son cortos. Se comete una diéresis en cada uno: licencia poética que denota falta de esmero en la elaboración del verso. La sinalefa, la diéresis y la sinéresis eran muy frecuentes en la poesía popular, porque autores anónimos desconocían la técnica literaria, pero tales defectos son imperdonables en un poeta actual.(1) (Nos permitimos aconsejarles lean, e incluso estudien , los Opúsculos gramaticales, de don Andrés Bello (Madrid 1890-91 tomos I y II preferentemente Artemétrica:metro en general, pausas, ritmo, acentos, cesura, yámbico endecasílabo, sáfico y adónico, y rimas consonante y asonante. Mientras no se restablezca esta legislación literaria, tan conforme con la naturaleza del verso, la poesía ofrecerá muchos puntos vulnerables a la crítica.) Tampoco tienen la medida exacta: "Es un tanteo lento y prohibido" ... "y un corazón y una calavera" ... "alacre como un joven cabrero"... "se nos ahoga en él, caída de espaldas"... "piafantes y sobresaltados" "mimbreras, juncia, menta reidora" "ir a soñar pinares con Duero"... "de la hierba y el árbol" "Nada hay que no anhele y no sonría". Es largo, pues se trata de un verso que, por formar parte de un soneto, debía ser endecasílabo: "con el ácimo de la boda en los dientes..." Los que siguen tienen una deficiente acentuación. Denotan mal oído por parte de quienes los compusieron. Nadie ignora que el endecasílabo ha de llevar el acento en la sexta sílaba o en la cuarta y octava: "de cenicienta monedas el suelo" Este endecasílabo lleva el acento en las sílabas cuarta, séptima y décima, y como aparece esporádicamente en la composición, es natural que proceda de una elaboración deficiente, más no deliberada. La circunstancia de que otros versos de la misma poesía no llevan el acento en la sexta sílaba, propios, ni en la cuarta y octava, sáficos, ni en la cuarta, séptima y décima, de gaita gallega, nos induce a pensar que tanto aquéllos como estos últimos han sido mal forjados. "de su alegría por nuestra amargura"... "Os dictaron las desesperaciones" "con lo inefable y las cosas horrendas"... Todos estos versos están escritos en prosa. No es necesario tener un buen oído para darse cuenta. "contorsionadamente perezosa"... Neologismo. Desdice de la pureza elocutiva que corresponde al lenguaje rítmico. "me desplazan, me enseñan"... Uso incorrecto del verbo desplazar (1). (véase Alcántara nums. 126 al 134, de abril a diciembre de 1959.) "Y, a veces, hojas álgidas"... ¿Qué puede ser una "hoja álgida"? La voz álgido suele emplearse, por ejemplo, en el sentido de culminante. Así se dice y escribe con frecuencia: "la polémica llegó a a su momento álgido." Frase a todas luces incorrecta, porque álgido es el frío que precede a la muerte, y algidez la frialdad que le antecede. Con estos elementos de juicio, ¿cómo llegar a la conclusión de lo que quiso significarse con "hoja álgida"? ¿Hoja fría? ¿Hoja amarilla, por cuanto en el estado preagónico es natural la amarillez del rostro?. Tales adjetivaciones equívocas son muy corrientes en la poesía actual. ¿Deliberado propósito del poeta? ¿Ignorancia del lenguaje? Alud estaría mejor. "Otra vez Roma, en el oro encendido"... "Ya es tarde: el hombre soy yo, no hay más puestos"... Si quieren ser endecasílabos, ¿dónde está o están los acentos prosódicos? Por otra parte, el segundo carece de la carga lírica y el empaque que debe llevar el último verso del soneto. "un tibio vaho humedecido"... ¿Pero es que hay vahos que no sean húmedos? (1) "En las horas vacías, por el día ¿No son cacofónicamente desagradables? (1) "Poco a poco cedía la canícula y se elevaba de los campos castigados el tonificante vaho de la tierra húmeda." Miguel Delibes: Las ratas (Barcelona, 1962), pág. 155. "...como los vahos maléficos en un agua muerta..."Obras de José Ortega y Gasset (Madrid, 1932), pág. 178) Las extravagancias, como las arenas del desierto, como las estrellas del cielo, como los elementos constitutivos de la materia, son incontables, sin que el ingenio o agudeza, el chiste, la burla, sean incentivos para nuestra sensibilidad o discurso. Si por un momento dotásemos al reloj de mente y sensorio, qué pensaría y sentiría respecto de estas excentricidades? Otra particularidad de la poesía de hoy es la reiteración con que, de un modo esporádico y al parecer no deliberado, surge el asonante en las estrofas de versos sueltos o blancos. ¿Son descuidos de la elaboración? ¿Se trata, por el contrario, de un recurso o habilidad intencionada para prender más fácilmente en la atención del lector una idea o un sentimiento? No siempre es posible deslindar ambas cosas. "Ya está la resumida arquitectura Elemental aún, jaula vacía Los grandes ojos de sus huecos tienen Vertical evidencia acongojada "pero sé que me arropa tu silencio, También es imperdonable mezclar consonantes y asonantes, como vamos a ver ahora, en un romancillo, donde, por otra parte, abundan los versos mal medidos. "En cauce de temblor Estoy en cuerpo y alma Encontrar en la mañana Hay poemas oscuros, impenetrables como la esfinge. He aquí un fragmento, de uno entre otros muchos, que podrían transcribirse. "Alguien viene contando las distancias No lo entiendo. Reconozco mi fracaso. La misma situación se me ha planteado muchas veces. Sin embargo sigo impertérrito la lectura. ¿Quién se detiene a traer a la colada otros muchos ejemplos semejantes a los aducidos y comentados? Basta ojear cualquier revista española de poesía o volumen de poemas salido de molde en estos últimos años, para que topemos con ellos. Lo extravagante y excéntrico como práctica habitual de la literatura. La falta de hilación, de continuidad lógica; el enigma y el jeroglífico como muro resistente, infranqueable a la curiosidad de los demás. Reiteración arbitraria del asonante, con lo que se mancha la nítida hechura del poema. Defectuosa acentuación prosódica. Diéresis a granel. Versos largos. Neologismos. Impropiedades del leguaje, como dintel por umbral y raíles por rieles o carriles, amén de otras muchas ya enumeradas en páginas anteriores. Irreverencias y frases de mal gusto, que no solo denotan una baja temperatura lírica, sino una deplorable educación literaria. Repeticiones fonéticas; falta de musicalidad; asonancias internas; deficientísima sintaxis que hace mucho más ininteligible la lectura; adjetivaciones equívocas, y como coronación o remate un léxico vulgar, ramplón, chabacano, bajuno y rastrero. ¡Oh manos de Malherbe, de Leopardo, de Carducci, de Chenier, de Lisle, de Cabanyes, admitidas las diferencias de valoración entre sí, pero con un denominador común: la elegancia y belleza elocutivas y lo estatutario de la estructura. La carencia, o al menos, la escasez de verdaderos rasgos geniales, les incita a esas groseras audacias léxicas que no sólo no añaden una pizca de valor a los libros, sino que los avillanan. Como las ofensas, injurias, calumnias, tercian en las disputas literarias, a falta de nobles recursos dialécticos. El hombre no renuncia nunca a esgrimir tales armas si así tiene una remota posibilidad de ser oído. Sin embargo, quien vocifera e insulta es que está poco convencido de sus propias razones, y quien espolvorea de blasfemias y tacos una narración, y lo que es más grave aún, un poema, es que carece de ricos metales que prodigar en la una y en el otro. ¡Consabido gato por liebre de nuestras letras¡ No decepciona menos lo feo en el arte. En la aurora de éste debió de ser un imperativo que provenía de la deficiente capacidad creadora del hombre. No se trataba, pues, de una inclinación o tendencia deliberada, sino de un fenómeno connatural. ¿Qué arte en su iniciación puede alcanzar la plenitud de su objeto? Ni el mismísimo Apolo, a pesar de la maestría que se le atribuye como tañedor de flauta, la tocaría mejor que cualquier solista virtuoso de hoy. El proceso del arte no difiere sustancialmente de los demás. Tiene su iniciación, más o menos llena de balbuceos, su madurez y su declinación como ismo temporal, para empezar de nuevo bajo la rúbrica de otra moda o escuela. Si observamos las manifestaciones artísticas de los primitivos de hoy, comprobaremos como la sencillez, la ingenuidad, el instinto, lo útil y lo religioso son sus principales características. Aunque algunos trabajos tiendan al embellecimiento personal, se trata de incipientes experiencias de lo bello, tentativas de escasa resonancia. Los tatuajes y los amuletos constituyen los testimonios más notables de la actividad creadora. El ojo humano está vuelto hacia la conciencia o sentido íntimo de cada uno, en vez de dirigirse hacia los animales u objetos circundantes, o algo más tarde hacia el hombre. La visión es, pues, subjetiva. Ha de pasar algún tiempo para que se objetive en un derramarse respecto de las cosas, y entonces, los caracteres específicos de éstas e incluso las singularidades menos salientes, impresionan la retina del artista. A la geometría, con sus líneas, ángulos y círculos, de confusa o equívoca significación, que no siempre son inteligibles tales intenciones, suceden los animales: el antílope, el reno, el avestruz, el bisonte, el dromedario, el buey, los peces. Las primeras actitudes o posiciones estáticas, sedentes, son sustituidas por el movimiento, la flexibilidad y la contracción muscular, con lo que el arte se hace más aéreo y sutil. Estamos en los prolegómenos de una proyección estética del espíritu. Y a medida que aparezcan las primeras civilizaciones, el arte superará lo torpe y rudimentario de sus formas expresivas, con aportaciones más inspiradas. Es decir que cada avance del hombre, cada esfuerzo progresivo de las comunidades humanas, supone también una conquista de lo bello, hasta llegar a la plenitud del arte griego y del Renacimiento. No se adoptan, pues, actitudes de retorno a lo primitivo, y todo salto atrás, si se produce, busca en las formas clásicas la satisfacción de un apetito de mejoramiento y perfección. Hasta llegar a esas cimas de lo bello, se ha andado mucho. El marfil, el hueso y la piedra brindan la posibilidad de un arte rudimentario. Con el ocre, una experiencia ornamental o decorativa, se enfrenta con el hombre. El arte se humaniza y la guerra y la paz ofrecen un buen repertorio plástico. Todas las culturas, desde la egipcia a la hebrea, sienten los mismos estímulos respecto de la prosecución de un ideal estético que giró en torno de los animales y de las cosas, y que culmina con la presencia de nuestra especie. Esto es, que en esa escala ascensional lo humano ocupa el fastigio o ápice; que la conquista suprema está representada como es lógico por el hombre y la mujer, aunque sus corporeizaciones artísticas están más lejos de la perfección. El "feismo" de tales creaciones, no proviene de una intencionalidad deliberara, sino de la torpeza propia de épocas de tanteo o iniciación. La rigidez y reposo de la figura, la obesidad, la inexpresión del rostro, al que aún no ha aflorado el espíritu con sus destellos más elocuentes, proceden de la ineptitud, pero no de la reflexión. Así cuando son coronadas estas etapas de ejecución y aparecen los maestros del cincel: Fidias, Praxiteles, Mirón, Policleto, Scopas, la belleza alcanza su plenitud. La expresión, el movimiento, la flexibilidad, la elegancia, están ya logrados. Han sido superados los pliegues severos del peplo y lo hierático y mudo de la figura. Y el oro y el marfil contribuyen a hermosear a los dioses; y el sentimiento se hace más palpable al tacto de los ojos. ¡Qué distantes estamos ya de las esculturas funerarias de la isla de Pascua, de los antílopes de los bosquimanos, de los bisontes de Altamira, de las divinidades sardas¡ Es más fácil volver al arte primitivo con sus intermitentes fulgores de belleza, que a los cánones de la escultura griega o de la renacentista. Imitar y superar los estilos de la plástica antigua, es más sencillo que reproducir y sobrepasar el Júpiter y la Minerva de Fidias, y el Moisés de Miguel Angel. El arte ha ensayado los más diversos modos de expresión. Con tentativas frustradas o torpemente logradas al principio, y con plenitudes de ejecución después. Es el proceso natural de todas las civilizaciones. Un ansia constante de renovación hacia metas más altas, y un movimiento oscilatorio de avance o retroceso, según la energética del espíritu humano. Estas consideraciones nos llevan a la conclusión de que el arte actual es una evasión del alma creadora respecto de los postulados de la belleza; un retorno a formas prescritas por superadas, pero que sirven de subterfugio a nuestra incapacidad. Si las naciones donde hoy se cultiva la pintura en sus formas exacerbadamente antitradicionales adoptasen la costumbre o práctica que tenían los griegos de situar a sus mujeres, durante la gestación, en aquellos departamentos llamados gineceos, que provistos de bellas y deleitables obras artísticas, creaban un estado espiritual de placidez y gozo estético, muy beneficioso para procrear con nítida ejemplaridad, no creemos que las pinturas de hoy, específicamente teratológicas fuesen las más adecuadas para decorar y embellecer tales habitaciones. ¡Oh, el mundo se llenaría de pequeños Quasimodos¡ (...) XXVI LOS CARACTERES El arte se nutre principalmente de los caracteres. Cuantas más hondas raíces tenga éste, mejor. Un carácter hecho a hachazos tiene asegurada continuidad en el pensamiento y en el corazón del hombre. El tipo que más nos atrae es el que carece de vaguedades e indecisiones. Línea recta que va derecha a nuestra sensibilidad, como la chispa a los pararrayos y los cuerpos al centro de gravedad. Que haya que levantar los ojos para abarcarlo bien. Cuando la mirada se escapa a través de la diafanidad de un personaje o no llega incluso a determinarlo, el arte se ha quedado a mitad de camino o ni siquiera ha arrancado a andar. En nuestras letras tenemos a Don Quijote, Sancho, Pedro Crespo y, más próximos a nosotros, a Muergo, Batiste, Angel Guerra, Marcos Villari. Estos son los que se nos meten en la retina y se incrustan en ella. Figuras de cuerpo entero; talladas a martillazos; pletóricas de humanidad, pues aun las idealizaciones nos hacen tangibles cuando no les falta el tuétano de lo real. Son seres que piensan, que respiran, que hablan, que se mueven, que nos rozan al pasar, que nos envuelven en su propia atmósfera, que nos iluminan y hasta nos ciegan con su propia luz. No se desvanecen los trazos de que están hechos; ni pierden elemento alguno de su vitalidad. Cuando andan, si parece alguna vez que se hunden, es que buscan el suelo firme, seguro, en que asentarse. No abundan, desgraciadamente. Son apariciones esporádicas, pero que como verdaderos hitos van formando la historia literaria de un pueblo. Cuando damos con ellos nos descubrimos. Hoy día, en la literatura foránea surgen más fácilmente que en la española. Nuestra novelística actual carece de nervio, de contenido, de bizarría. Pocas veces sentimos sojuzgada la atención. Como en los poemas son frecuentes los altibajos, las ondulaciones, los desvanecimientos. A menudo la narración se hace reporteril e informativa, sin entrañas, ni sangre, ni huesos, ni músculos. Las figuras, por falta del vigor del dibujo y de los colores, son confusas, desvaídas, inciertas. Si hablan, no se las oye, si cruzan no se las ve, o al menos, se las siente. La cálida respiración de la vida les falta. Dicen naderías, bagatelas, frivolidades. Sería interesante establecer un registro de ideas y conocer lo más exactamente posible el número de ellas que corresponde, no ya a los personajes secundarios, sino a los capitales. Como las reacciones psíquicas no proceden del contraste bien estudiado de los caracteres, sino de circunstancias fortuitas, apenas impresionan, ni seducen. El diálogo es palabrero, el paisaje está visto con desgana, la prosopografía de los personajes poco cuidada y la etopeya o retrato moral intrascendente. Cuando leemos parece que nos falta el suelo, la tierra firme. Pasamos de un episodio a otro sin sentir el fiero aletazo de la emoción estética, el estremecimiento de la conciencia, la contracción del músculo. Novelar es traducir en el más vivo y plástico lenguaje una acción humana que primero se proyectó en la mente del autor, pero si tal acción humana carece de empaque, de resonancia, de bríos, su trasplante de la propia conciencia a la de los demás será un esfuerzo inútil. Esta superficialidad del impacto proviene de la ausencia proviene de la ausencia de los caracteres. Por muy bien tramado que esté un asunto, si los que se encargan de desenvolverlo carecen de bizarría, porque no se les inyecta a chorro lo humano, porque no se les cargó de una ideología y de una afectividad estimables, la lectura se tornará onerosa. Fórjense, pues, figuras que no se desmoronen al primer apretón de los dedos, que aguanten impávidas su fricción con nuestro sentido crítico, que conserven la misma temperatura a lo largo de la obra, y veremos como se establece una corriente de simpatía estética entre ésta y el lector. De lo contrario, el libro se nos caerá de las manos, por la enorme diferencia que existe entre nuestra apetencia y curiosidad y los elementos que la lectura nos brinda para satisfacerlas. En resumen, nos encontramos, en la mayoría de los casos, con una novelística deficitaria. A veces el carácter consiste en no tenerlo, como en Poquita cosa, de Daudet, pero no importa. El hechizo de un libro puede estar en el reverso, no en el anverso. Una persona tímida, apocada, irresoluta, puede llenar, como en esta caso, de contenido una obra. Enfrentad al héroe de Daudet, con el Julián Sorel de Rojo y negro, de Stendhal, y observaréis que si el uno nos atrae por la arrogancia de su carácter, el otro nos seduce por su poquedad. Lo malo son esos personajes que se montan a horcajadas en nuestro espíritu, y a la menor sacudida de éste son despedidos de él. Y esta clase de héroes, desvaídos y ñoños, sin prestancia alguna, gravitan como libélulas sobre nuestra atención, sin dejar en ella impronta alguna. Mientras no nos cuidemos de mejorar la especie, en un contraste de nuestros libros de imaginación con los de fuera-Invasión, de Maxence van der Meersch, La montaña mágica, de Tomás Mann, L’etranger, de Alberto Camas-,resultaremos empequeñecidos, porque nuestra sociedad novelística está formada de tipos sin empaque ni trascendencia, contraviniendo a´si la ley de los caracteres: base o fundamente de toda emoción estética. ¿De dónde proviene este fallo? De la crítica que nos adoctrina, que encubre o pasa por alto los defectos de estructura y de forma, en vez de señalarlos y corregirlos, ya que en eso consiste, en gran parte, su magisterio. De la poca solvencia intelectual de algunos cultivadores del género, impotentes para sobrepasar los límites de lo mediocre y ramplón; y de la falta de contacto con los modelos ejemplares. Sería curioso determinar las lecturas, las preferencias literarias de nuestros novelistas. Conocer a fondo no solo donativo y consubstancial de cada uno, su propia fisonomía moral, sino lo adquirido e incorporado a su bagaje autóctono mediante el estudio y la lectura. No volvamos la espalda a los estantes de las bibliotecas. ¡Cuántos libros han caído en mis manos sin que nadie hasta entonces hubiera abierto sus páginas¡ (...) XXVII LOS PREMIOS LITERARIOS Discurramos ahora sobre cuestión tan debatida como los premios literarios. La simpatía que nos han inspirado siempre los mecenas del arte y de la ciencia, es algo que debe estar fuera de toda duda. Augusto, León X, Cosme y Lorenzo de Médicis, Luis XIV, Luis de Baviera, por no citar sino a los que primero acuden a mi memoria, ocupan un lugar preferente entre mis dilecciones. Cooperar al desarrollo del saber, estimular a los artistas y a los hombres de ciencia que se lo merezcan para facilitarles el camino, ya que sus grandes triunfos han de repercutir de modo beneficioso, según su alcance y trascendencia, en los pueblos e incluso en la totalidad del género humano, es virtud encomiable y ejemplarísima. Pero mezclar este bien común de la especie con intereses particulares y privados, es empañar el honesto ejercicio del premio o recompensa gloriosa de toda eminente actividad del espíritu. Admirable sería que tanto el arte como la ciencia sólo obtuviesen distinciones honoríficas.Que el cultivar tales quehaceres no correspondiera al logro de ninguna utilidad pecuniaria, ya que el desinterés, que norma preciadísima en la elaboración de la belleza, da un valor sin parigual al acto creador. He tenido siempre en grande estima a los autores anónimos. Cuando pienso que aún no está resuelto en manera indubitable quién es el autor de la Iliada, de Dafnis y Cloe, de La Celestina, de El lazarillo de Tormes, de La tía fingida, de La epístola moral a Fabio, del soneto "No me mueve mi Dios para quererte", etc., se me llena el alma del más hondo gozo estético. Esa falta de vínculo dominical entre una obra y quién la hizo, es el ejemplo más hermoso de desinterés que puede darse en el mundo, en este mundo donde todo es toma y daca, fiebre, que no remite nunca, de posesión. Poderoso caballero es Don Dinero. Quejábase en cierta ocasión Don Juan Valera de que Pepita Jiménez no le había producido lo necesario para comprarle un traje de noche a su esposa doña Dolores Delavat. ¡Maravillosa circunstancia si miramos la celebrada novela del ilustre egabrense, tan solo con los ojos del espíritu, sin la menor bastarda idea crematística¡ De Blasco Ibáñez se ha dicho, en cambio, que sus últimas novelas-que en nada aventajan a La Barraca y Cañas y barros-,como Los cuatro jinetes de la Apocalipsis y Mare Nostrum, estaban escritas con la misma pluma con que el autor extendía los cheques. Comparad La Pródiga, Pequeñeces, La Puchera, Fortunata y Jacinta, La Regenta, La tierra de Campos, Insolación, La comedia sentimental con No era de los nuestros, pensad en el galardón pecuniario de ésta y tendréis que llegar por fuerza a la conclusión de que hay distinciones honorífico-económicas que no añaden nada al mérito de una obra, pobre intrínsicamente. El Estado, las Corporaciones provinciales y municipales, los círculos de recreo, los Ateneos, las asociaciones, la radio, la prensa, los particulares, los editores y hasta los cafés, instituyen premios de cuantía bastante elevada, algunos de ellos, para estimular y recompensar monetariamente a poetas y novelistas, cuentistas, autores dramáticos, ensayistas, críticos y periodistas. Jamás hubo tanta liberalidad como ahora; se preocupó la sociedad del ingenio creador; y por la cuenta que les tiene a las editoriales instituidoras de premios, se aireó tan inusitadamnente su concesión. ¡Qué contraste con los tiempos pasados¡ España ha sido siempre un país sobrio. Aquí no ha habido ni grandes mecenas, ni Heliogábalos, Trimalciones y Pantagrueles. El domine Cabra y el hidalgo de la picaresca, que guardaba en una alacena un hueso casi desprovisto de carne, pero que de vez en cuando chupaba con fruición, y ya en los dominios de la ascética, Santa Teresa de Jesús que, como San Francisco de Asís, se alimentaba de raíces de árboles, y San Pedro de Alcántara, que se pasaba hasta trece días sin comer, testifican nuestro comedimiento gastronómico. Pueblo tan recoleto, tan morigerado y sobrio había de ser poco generoso con los artistas. Así el librero Francisco de Robles paga a Cervantes 1.600 reales y 24 ejemplares por sus Novelas; don José Zorrilla tenía asignados 1.500 reales al mes por escribir para el teatro del Príncipe; Larra percibía 1.500 por el derecho de la empresa a poner las obras del mismo, y 1.300 Bretón de los Herreros por las representaciones de un mes de A Madrid me vuelvo. Gustavo Adolfo Bécquer recibe del editor Gaspar tres duros por el artículo Las hojas secas. El actor Isidoro Márquez, unas décadas antes, 60 reales por día; la actriz María Maqueda, 26, y el comediante José Guzmán, 10. El Artista (papel vitela, 12 páginas) se vende a 10 reales; No me olvides, cuadernillo que salía los domingos, a cuatro en Madrid y a cinco en provincias; El Cínife que aparecía los martes, jueves y sábados, 11 cuartos, y la Crónica científica y literaria, seis. ¡Qué tacañería¡ ¡Qué sordidez¡ Tennyson, según cuenta Hipólito Taine en sus Notas sobre Inglaterra, cobraba 125.000 francos anuales, y Thackeray, 4.000 en veinticuatro horas por dos lecturas, una en Brigthon y otra en Londres, y 2.000 libras esterlinas al año, además de 10 libras por página como colaborador de una revista inglesa. Shadwell percibía 130 por una sola representación de El caballero de Alsacia. (...) Más de una vez se defraudó a los lectores con tales adjudicaciones. No correspondía la espectacularidad de que generalmente se rodea a la concesión a los méritos de la obra premiada. Si los que las leen no son más que someros ojeadores de páginas, sin sentido crítico alguno, que buscan ávidos el diálogo, las exclamaciones, las preguntas, los puntos suspensivos, el final; que se saltan párrafos enteros porque prefieren el grano a la paja, aunque de ambas cosas hayan de menester, de grano y de paja, como el héroe de cierta anécdota o chascarrillo gracioso, pase; pero si el lector no carece de fina perspicacia y de buen gusto y se detiene a considerar las cosas: el argumento, los caracteres, las descripciones, el estilo, el lenguaje, la técnica literaria; y pesa y mide, y subraya y anota; y no solo le pone las los puntos a las ies, sino a las jotas y a las ues, si es necesario, ¡ah¡, entonces el libro acaba por caérsenos de las manos. ¿A quién echarle la culpa? ¿A la abundancia de premios? ¿Al imperativo de adjudicarlo por estar prescrito que no puede quedar desierto? ¿A la incompetencia o parcialidad del jurado? ¿A la intervención, en las deliberaciones, en las deliberaciones previas, de los editores o representantes suyos, que sugieran la conveniencia de elegir obras de fácil venta, aunque haya que posponer verdaderos méritos literarios, pero menos apetecidos del público, del lector vulgar y contentadizo? ¿A que los miembros calificadores deben ser críticos, mas no novelistas, pues los casos de Valera y Clarín, por ejemplo, de excelentes novelistas y de no menos relevantes juzgadores, no son frecuentes? ¿Al compadrazgo de las tertulias o cenáculos literarios, que enturbian el agua en lugar de quitarle toda impureza o contaminación? ¿A la falta de sanos y firmes criterios estéticos por parte de los que resuelven el concurso? ¿A la desgana psicológica que se apodera habitualmente de toda práctica reiterada, a granel, pues todo premio de auténtico valor y trascendencia debe ser lo excepcional y único? Ahí quedan cuantas interrogantes se nos ocurren: Que el lector medite y decida. Pero lo que a mi juicio está fuera de duda, es lo improcedente del pavoroso espectáculo publicitario. La falta de ecuación entre los méritos de la obra laureada y la enorme resonancia del premio concedido. En contadas ocasiones, por no decir en ninguna, se establece una perfecta equivalencia entre una cosa y otra. La realidad se encarga, poco después de cancelar el amplio crédito abierto al autor galardonado. Las personalidades de la política, de la literatura y del arte; el elemento femenino, ataviado con sus mejores galas; la prensa y la radio; la circunstancia de que las laboriosas deliberaciones del jurado trasciendan a los reunidos o a los oyentes que siguen desde lejos las incidencias del fallo; la súbita aparición del autor premiado, que hubo de abandonar urgentemente la intimidad del propio hogar para enfrentarse con la fama y todo el aparato que la rodea, constituyen un espectáculo sin igual, insólito, desproporcionado. Aquí comienza ya a dibujarse la hábil, batuta del director de esta grande orquesta de elementos tan heterogéneos. Todos se han tragado el anzuelo; hasta el propio autor elegido, que más tarde o más temprano habrá de luchar- ¡Oh, heroico esfuerzo frustrado¡- con la adversa fortuna. Que nadie lo dude. ¡Otros, ogros, muchos ogros son los que nos hacen falta en la crítica, en la prensa, en la radio¡ Nuevos Clarines bien pertrechados, que juzguen con certera visión la realidad estética. Que penetren como Lince y gobiernen como Tifis. Que descorran velos y conduzcan seguros la nave. Dotados de templadas armas dialécticas; con el bagaje necesario de sabias lecturas, y que acaben llamando al pan, pan y al vino, vino. Pocos escritores de hoy, solicitados de todo lo coetáneo, por mediocre que sea, y sin tiempo, ni ganas para volver los ojos a lo pasado, habrán abierto libro alguno de Arteaga, de Juan Andrés, de Eximeno, que sin ser valores señeros de la literatura, por pertenecer a una época-siglo XVIII- de menos brillantez literaria, tampoco carecen de méritos suficientes que promuevan a la lectura y consideración ulterior. De frecuentar estos textos; de ojearlos siquiera, movidos de esa fiebre de curiosidad que tanto nos conviene padecer, habrían dado en las páginas que Juan Andrés dedicó a estudiar el origen, progresos y estado en aquellos días de toda la literatura, con el pasaje atinente a la severidad con que los griegos sancionaban a los autores temerarios, que horros de méritos y autoridad irrumpían en los certámenes. No me resisto a la tentación de reproducir las palabras de Juan Andrés, no obstante lo largo del párrafo, pero es que la cita no tiene desperdicio alguno, en estos días en que tanto se prodigan premios y honores. "Quando la Grecia no hubiera hecho más que proporcionar a los sublimes ingenios un teatro donde pudiesen hacer ostentación de su superioridad, habría dado un grande estímulo para cultivar las buenas letras; pero los sabios Griegos tomaron también otras medidas a fin de hacer aquellos juegos más útiles (1) al adelantamiento de las buenas artes, que deseaban promover. Al principio para despertar los animos todavía adormecidos, propusieron premio de trípodes, de copas de oro (1) Se ha respetado la acentuación y ortografía del texto y otros semejantes, muy propios para excitar y satisfacer los deseos de los concurrentes; pero haciéndose cada día más cultas las costumbres de la nación, la gloria de quedar vencedor constituía el premio, y simples coronas de olivo, pino, laurel y otras materias despreciables movieron la noble emulación de los Griegos, más que los preciosos dones de ricos metales, y despues para que las coronas se repartiesen entre los más dignos, y decidirse solo el merito de las obras presentadas en aquellas juntas, y no las secretas negociaciones, la voz del pueblo ni las parcialidades, se escogían de todas las tribus, jueces inteligentes y censores, imparciales que, baxo juramento, adjudicasen el prémio a quién les pareciese que más le merecía. La afición del pueblo a los espectáculos, el respeto a los jueces superiores sentados para proferir la esperada sentencia, el deseo de la corona, el anhelo de la gloria, todo servía de estimulo para que los escritores no desmayasen en la carrera de sus composiciones, ni jamás dexasen de la mano la lima para reducirlas a mayor perfección. Pero a mas de esto los jueces, según puede inferirse de un pasaje de Luciano (Adv indoct), no solo tenían facultad para coronar a los autores de mayor mérito, sino que podian tambien castigar con penas de azotes a aquellos temerarios que se atrevían a entrar en tan respetable concurso sin los precisos requisitos. Providencia a la verdad muy util para el adelantamiento de las buenas artes, puesto que muchas veces vemos que callan los doctos, por no poder sufrir las voces de los ignorantes que les acompañan, y que los canoros cisnes quieran mas bien enmudecer, que ver confundido su canto con el graznido de las cornejas. Sé muy bien que a pesar de todas estas precauciones, se veían alguna vez preferidos los Filemones a los Menandros, y honrados con la corona los que más justamente hubieran merecidos el castigo. Pero los defectos de Algunos particulares en la adjudicación de los premios, no pueden perjudicar a la prudencia del establecimiento nacional y el deseo del prémio, el respeto a los jueces y el anhelo de obtener favorable sentencia ha estimulado más a los ingenios superiores a perficionar sus trabajos, que les ha retraido de hacerlo el temor de una injusta sentencia" (1). ¡Cuántos azotes habría que dar hoy, aunque no fueran más que nominativos para no causar mal físico alguno, no a los osados concurrentes, que sin "los precisos requisitos" optan al lauro, sino a más de uno de los premiados, cuyas obras no merecen tal galardón! (...) (1) Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (Madrid,MDCCLXXXIV), t. I, págs. 62-65 |