Prólogo de José Canal
Pedro Romero Mendoza no era un poeta, en el sentido convencional de la palabra.
A muchos parece que, en efecto, el poeta ha de ser un hombre desordenado, espontáneo, inconstante, voluble y perezoso.Se cuenta que a uno famoso le preguntaron:
¿Y usted por qué es poeta?- y que él respondió
Pues por vago.Romero Mendoza era todo lo contrario: lector impenitente, concienzudo y sagaz; estudioso conocedor del lenguaje; crítico y exigente para con los demás y para consigo mismo; asiduo, ordenado y perseverante; cuidadoso, pulcro y riguroso en lo personal y en su quehacer literario.
Todo ello le formó como el escritor sencillo, fácil y ameno que cultivó con acierto y maestría la novela, la crítica, el ensayo... y la poesía.
¿Entonces...?
Es muy sencillo. Primero, porque a cualquiera se le alcanza que ese concepto del poeta es tópico y de ninguna manera condicionante; y, segundo, porque todos, de algún modo, solemos contradecirnos más o menos íntimamente y somos el que los demás ven y el que a muchos queda oculto e inédito; y Pedro Romero Mendoza no tenía por qué ser la excepción.
Recuerdo su máquina de escribir, que era un verdadero desastre; sus borradores escritos en cualquier papel; su asiento de trabajo- entre silla y hamaca-diseñado por él mismo y con un tablero adicional que le permitía escribir en una postura de aparente indolencia y su despreocupación por muchas cosas de esas que para la mayoría de las gentes tienen importancia y significan mucho.
Quizá de esta otra manera de ser nacieron sus versos, también casi ocultos y desconocidos para muchos de sus lectores. Que yo sepa, solo en la revista "ALCANTARA", que dirigió tantos años, se publicaron y siempre como a escondidas y de relleno, porque su autor no se preciaba de ellos o por simple pudor, puesto que era más tímido y sencillo de lo que se pueda creer.
Es ahora su viuda, la delicada y exquisita poetisa, Eladia Montesino, la que los da a la imprenta en este libro, que tengo el placer de presentar a los lectores y que se abre, precisamente, con un conmovedor poema que la misma, como tierna premonición, escribió amorosamente, en vida de su esposo.
Esta que aquí se da, no es toda la obra poética de Pedro Romero Mendoza pero si una variada muestra, como una selección antológica, de la vena con que las musas asistieron a nuestro amigo.
La parte más importante es una poesía íntima, lírica y de acento romántico, sin duda consecuencia de su admiración por los grande poetas Heine, Byron, Leopardi, Espronceda y Bécquer-recordemos que su notabilísima obra, "Siete ensayos sobre el Romanticismo español", obtuvo el premio "Conde de Cartagena", de la Real Academia-
El primero de estos poemas, que titula "Poesía sin nombre", es una suave pero amarguísima queja contra la incomprensión de que muchas veces fue objeto. Vale como poesía auténtica pero es mucho más valiosa como testimonio humano, aunque los más hondos acentos sólo sean del todo percibidos en su plena intensidad por los que más de cerca le conocimos y hubimos la suerte de llegar hasta la recóndita almendra de su íntima naturaleza.
Luego, toda esta primera parte se desarrolla girando sobre la misma temática: lo efímero de las cosas de este mundo, el amor herido, la tentación al suicidio, los desengaños, el escepticismo...
En lo formal, es fiel así mismo y a sus gustos y conocimientos preceptivos y del lenguaje. El vocabulario es rico, castizo, cuidado: imágenes y metáforas casi del todo ausentes o tan moderadas y por acaso que apenas se perciben; el tono, a veces solemne, es, otras muchas, ligero y hasta burlón y aparentemente festivo, por más que esconda o patentice al final la lírica amargura de su casi constante pesimismo:
Una moneda tengo entre los dedos;
la tiro a cara o cruz
y espero.
¡Existen en la vida tantas cosas
que resolver así, por este medio!
Y llegará algún día en que no tenga
moneda que guardar en el chaleco
y habrá que confiar la solución
a otros azares que me cuesten menos.
Son frecuentes las composiciones que se cierran con un reflexivo y melancólico
epifonema muy a lo Bécquer:
"Morir es tornar a vivir definitivamente"
"¡Ay, quien tuviera de cristal el alma!"
"Que
la muerte, por mucho que la aparte,
la tengo siempre al lado"
Y, a lo Bécquer, hay una regular serie de "rimas", que el autor titula "Acordes líricos" y que por mucho que acusen la indudable influencia del sevillano, adquieren identidad propia porque, en realidad, son como verdaderas síntesis de toda su poemática; casi notas al margen para desarrollar más ampliamente pero tan afortunadas, en ocasiones, como para detener la pluma con la inimitable advertencia juanramoniana:
Todo
bien escondido
nos promete algún gozo.
Empujé con la mano
la puerta, tembloroso,
y la estancia vacía
apareció a mis ojos.
¡Un arcano vencido
pero un sueño roto!
El soneto es la estrofa eterna y, para mí, la piedra de toque del poeta que, si lo es de verdad, no hallará en él obstáculo alguno que le trabe ni impida encerrar en tan precioso estuche la poesía más inspirada y rica de contenido; antes al contrario, el soneto le premiará con insospechadas fragancias en feliz vencimiento de sus estrechas exigencias. Lo que suele suceder es que esa victoria está reservada para los escogidos y aquí, como en tantas otras empresas humanas, se cumple también la frase evangélica.
Pues aquí encontrará el lector unos cuantos sonetos de Romero Mendoza que dirán si el poeta fue o no capaz de superarlos con inspiración y maestría bastantes y hasta sobradas. Veamos éste, que titula "Soneto del toro", elegido poco menos que a bulto:
Allí,
bajo la encina, estaba el toro:
negro, brillante; cornamenta fina,
acharolado hocico y diamantina
la ancha mirada y el bramar sonoro.
Silbaron unos pájaros a coro
en la calma de esta hora matutina
y mostró ya la luz una cansina
irritabilidad de meteoro.
Un fuerte resoplido me despierta
de la contemplación, y con presura
he vuelto grupas y quedado alerta.
Cuando el toro se arranca como un rayo
¡qué bríos, qué coraje, qué bravura!
las chispas dejo en pos de mi caballo.
La fuerza descriptiva del escritor que fue Pedro Romero Mendoza queda patente en el largo y conmovedor poema de "La Cuca", romancillo patético que es común agua fuerte solanesco, estremecedor y alucinante.
Romero Mendoza era, no hay duda, romántico en sus gustos poéticos y clásico en sus severidades formales. Ponía sobre su cabeza la Gramática, la Lógica y la Preceptiva; aborrecía el galicismo y el chabacano decir; el solecismo le encocoraba. Pero estaba al día de toda corriente literaria. Su lectura incesante no excluía nada ni leía nada de ligero, lo que no quiere decir que lo hiciera sin prejuicios.
Seguramente por esto último y por no dar su brazo a torcer-que todos tenemos nuestra alma en nuestro "almario"-se mofaba del libertinaje y hermetismo de los poetas más modernos, con razón o sin ella, aunque yo sé que, de verdad, no se le ocultaban los talentos de los realmente buenos y sabía encontrar la belleza donde verdaderamente la había, por más que, en última instancia, arguyera con algún ejemplo magnífico de sus líricos preferidos.
Su pueril intransigencia le llevo a escribir algunos poemas en los que satirizaba estos nuevos modos poéticos, que reunió bajo el título de "Poesías con disparates" y en los que empieza burlándose con mucha donosura y su poquito de acíbar de estas maneras de versificar-lo que no es nuevo puesto que igual lo hicieron en todos los tiempos nuestros más claros ingenios ante las nuevas corrientes literarias de su época-para acabar componiendo poemas enteros al moderno aire, que a veces empiezan como con una sonrisa escéptica y, poco a poco, arrastrados inconscientemente por la propia inspiración, alcanzan logros realmente espléndidos:
"Conozco
vuestra voz de lejanía
como oscuro regazo
donde van a mirarse las almas solitarias de las cosas"
"Como
el muslo turgente
de los istmos
donde los océanos deponen su coraje
y los continentes proclaman el latir solitario de los pueblos"
Tampoco es nuevo este fenómeno que pudo hacer, y en parte hizo, de Romero Mendoza un poeta tan actual como el que más, de no haber andado por medio su contumaz lealtad a las tendencias y principios de que se nutrieron su formación y gustos literarios.
De algún modo lo vio nuestro poeta y con esa inefable intuición de los elegidos lo dejó escrito en un verso que merece el bronce de lo perdurable, por decirlo a su manera:
"Poesía es todo verso que cumple su destino"
ELEGIA
A Pedro
Todas,
todas las tardes con tu libro en la mano
me esperas en el banco del alegre paseo,
donde gritan los niños, hablan bajo los novios
y solos y en silencio toman el sol los viejos.
¿Dónde
está nuestra infancia, patrimonio florido,
nube color de rosa porque el sol la ilumina,
y nuestra juventud de bellas ilusiones?
¡Oh dulces, adoradas ilusiones perdidas¡
Todo
pasa y no vuelve, y nosotros seguimos
nuestra ruta en el mundo camino de lo eterno.
¡Cuantas veces al tiempo le decimos: "¡Espera!"
y el tiempo insobornable nos responde: "¡No puedo!"
De
nuestro largo viaje, ya en su postrer jornada,
unidos como siempre, bien pronto hemos de entrar.
Nuestros hijos crecieron: "Los niños ya son hombres"
te digo, y se sonríe mi orgullo maternal.
Con
tu libro en la mano, como todas las tardes,
espérame en el banco del florido paseo,
donde gritan los niños, hablan bajo los novios
y solos y en silencio toman el sol los viejos.
¡Qué
pena da pensar que ha de llegar el día,
ese día, terrible tan cierto y tan temido,
que inútilmente esperes que yo acuda a tu lado,
o que salga y me encuentre sólo el banco vacío!.
ELEGIA
SEGUNDA
A Pedro, Agosto de 1969
Esta
tarde otra vez, como todas las tardes,
he llegada hasta el banco del alegre paseo,
pero tú ya no estabas, te fuiste para siempre
y tan sólo he encontrado nuestro banco desierto.
La vida, al parecer, seguía igual que entonces,
ni un signo de dolor que marcara tu ausencia,
sólo mi corazón rebosaba amargura,
invadiéndome el alma una mortal tristeza.
Los niños, en sus juegos, se persiguen y gritan,
dando la sensación de pájaros en vuelo;
la pareja de novios, en su banco sentados,
repiten, en voz baja, sus múltiples requiebros;
y, hasta aquél viejecito tan triste y pensativo
silencioso, en su banco, devanaba recuerdos.
El sol iluminaba las flores cómo siempre,
y, yo, como una réplica del solitario viejo,
al no encontrarte ya, lector impenitente,
me senté en nuestro banco y he llorado en silencio.
Eladia Montesino
(Esposa del autor)
POESIAS
Pedro Romero Mendoza
POESIA
SIN NOMBRE
Dicen
que soy muy raro
que me gustan las cosas más extrañas
y que voy por el mundo
sin tener de la vida idea exacta,
con sombras en los ojos
y en el alma;
que soy de las pasiones
y de la ira diana
y salgo mal parado
en todas las batallas.
¡Señor, me da una pena
que digan los demás tales palabras!
Que
"no se hizo la luz para mis ojos"
y por eso no veo las cosas claras,
que por mucho que piense
y que por mucho que haga
¡ay¡ iré dando tumbos por la vida
sin saber nada de nada,
y tan solo el dolor y la tristeza
hondas raíces echarán en mi alma,
como del mar en sus ocultos senos
clava el navío el áncora.
¡Señor, me da una pena
que digan los demás tales palabras!
Que
aunque sonría a todos
y me prodigue en mil alegres chanzas
no sé que hay escondido
allá tras el umbral de mis entrañas
que les atemoriza
y sobresalta.
Que la envidia y los celos
y la desconfianza,
y la ambición sedienta, irreprimible,
a la que nada basta,
pues no hay en todo el mundo
agua con que calmarla,
bien pronto en mis acciones
se delatan.
¡Señor, me da una pena
que digan los demás tales palabras!
Que
soy vanidoso y fatuo
y estas dos lívidas llamas
que el corazón consumen a porfía
nunca, jamás se apagan.
Que a nadie me someto
reyezuelo en mi casa;
que en vez de recibirla
doy la pauta,
y un mundo así
no marcha
porque todos debemos someternos
al que manda.
Que el soplo de la duda
ha apagado las brasas
que encendiera la Fe
en el casto rincón de nuestras almas,
y que a nadie le es dado convivir
con hombres de esta laya.
¡Señor, me da una pena
que digan los demás tales palabras!
Que
soy como desierto sin orillas
en el que no se ve ni una retama
y que todo está oscuro
dentro de mi ánima.
Que el agudo estilete de la burla
en mi mano se halla
pronto a saltar sobre la pobre víctima
y a herirla con la punta fulgurante en las entrañas,
allí donde más duela
y donde más daño haga.
Que soy un peregrino de la vida
sin hogar y sin patria,
que he bebido en la fuente de los libros
sólo ideas malas;
los hijos apenas si me quieren,
la esposa apenas si derrama
el óleo de su afecto
en la lumbre mortecina de mis ansias
y en el ancho terruño
no hay nadie que me tienda la mano deseada,
ni que por mí levante
la bandera ideal de la esperanza.
¡Señor, me da una pena
que digan los demás tales palabras!
Dejadme
que solloce,
sollozo que me sube a la garganta,
dulce y callado...
¡Ay, quién tuviera de cristal el alma!
HE SOÑADO...
He soñado que tú sólo vivías
del aire y de la luz en que te envuelves.
¡Qué sueño más extraño¡, me decías,
y me mirabas con tus ojos verdes.
Y es que un sueño mi vida siempre ha sido,
un sueño que comienza y nunca acaba;
un ver o un desear lo que no tienes
¡Oh dulce sueño mío¡
que no acerté a decir con las palabras.
ME GUSTAN TUS OJOS NEGROS
Me gustan tus ojos negros;
dos pozos, pero sin agua
por lo secos y profundos,
que nunca les vi las lágrimas.
Quien
no llora, o es dichoso
o tiene insensible el alma.
Tú sabrás si eres feliz
o nada te importa nada.
POEMA DEL HIJO AUSENTE
¡Cuántas veces soñé que eran tus pasos
que a lo largo sonaban del camino;
pero nunca llegaste, que así fue
de torvo y despiadado mi destino!
Y
en tal callada espera se han pasado
los años más propicios de mi vida.
Soñé con tu regreso inútilmente
desde el día infeliz de tu partida.
Voy
siendo viejo ya y necesito
la ayuda de tu brazo vigoroso.
Si alguna vez me oyeras, hijo ausente,
acude a mi llamada presuroso.
Es
triste la vejez ¡quién no lo sabe!
la soledad me espanta ¿es mi destino?
Tú puedes desmentirlo, hijo del alma.
Esperándote estoy en el camino.
CONSEJO
Si al recorrer del mundo los caminos
sientes desfallecer tu corazón
y una inquietud tremenda te acongoja,
detente y piensa en Dios.
Si
el infortunio, sádico, marchita
en tu pecho la flor de la ilusión
y un infierno la vida te parece,
detente y piensa en Dios.
Si
una mujer te engaña, astuta y pérfida,
tras de haberte jurado eterno amor
y te sientes morir de rabia y pena,
detente y piensa en Dios.
Si
la calumnia su asquerosa baba
te arroja al rostro y tu acendrado honor
con ligereza impúdica mancilla,
detente y piensa en Dios.
Reveses y amarguras me lanzaron
a la sima sin fondo del dolor,
mas puse en Dios mi pensamiento limpio
y mi penar cesó.
SOLO TENIENDOTE A TI
Cuánto diera por cegar
de la Belleza en su luz.
¡No hay otro manantial
donde saciar mi inquietud!
Cuánto
diera por sentir
en mi pecho una pasión,
que no quisiera morir
sin saber que es el Amor.
Cuánto
diera por tener
un barco que gobernar,
para dirigirme en él
al puerto de la Verdad.
Sólo
teniéndote a Ti,
¡Oh mi dulcísimo Dios¡
Tendría dentro de mí
Verdad, Belleza y Amor.
LA MUERTE
El cendal de la niebla me envolvía
como sutil sudario;
que la muerte, por mucho que la espante,
la tengo siempre al lado.
Dichosos los que viven
lejos de este espantajo,
llena de luz la mente
y el corazón en alto.
Yo vivo porque vivo,
mas sin saber lo que hago,
como un sueño o una sombra;
sumido en el arcano
de un mundo sin cordura
por el azar guiado.
¡Qué grande es mi tristeza!
¡Que enorme mi quebranto!
La muerte no se asusta
por mi ademán airado
e impasible prepara
el golpe de su mano.
De tal poder cautivo,
tan solo de él esclavo
y a la espera tremenda
de su terrible fallo.
No es otro mi destino
cual el ajenjo amargo.
El dolor y la angustia
en mi pecho clavados
y la dicha, si llega,
más breve que un relámpago.
He aquí la triste historia
de un ser desventurado.
El cendal de la niebla me envolvía
como sutil sudario,
que la muerte, por mucho que la espante,
la tengo siempre al lado.
IDILIO ROTO
Entre tules de oro viejo
cayó la tarde otoñal.
Jamás me gustaste tanto
como aquél día, jamás.
En el barbecho la alondra
y en el cerezo un pardal
tejían el dulce hechizo
de su musicalidad.
Me besaste y me dijiste:
"Tuya soy y mío serás"
Transcurrieron varios años
y reñimos. ¡Menos mal!
Sé que tienes doce chicos.
¡Ay! si me llego a casar.
EL PRIMER BESO
Susurraste una queja en mis oídos;
la tarde declinaba dulcemente;
aurirrosada luz en el poniente
y arrullos de las aves en los nidos.
"¡Si me quisieras como yo te quiero!"
con dolorido acento me dijiste,
y a cambio de tu queja recibiste
un beso de mis labios: el primero.
¡Qué dulce y fugitivo nuestro gozo!
Con blanda y suave mano me apartaste
como doncella en su pudor herida.
Tus labios exhalaron un sollozo,
pero en el fondo de mi ser dejaste
la lumbre de tu carne, derretida.
MI MOZA EXTREMEÑA
Me gustan tus ojos negros
y de tu boca, la grana,
y la luz que resplandece
en la expresión de tu cara.
Me
gustan tus dientes blancos,
con la blancura del nácar,
y el pelo endrino y brillante,
brillante como la alpaca.
Me
gustan tus labios finos,
que como dos fresas sangran
y gota a gota destilan
beso a beso su fragancia.
Me
gusta la ingravidez
de tus sutiles pestañas,
y el hechizo de tus manos,
de miel y rosas mezcladas.
Me
gustan las dos palomas,
tan gordezuelas y blancas
que escondes bajo el corpiño
de tu vestido de lana.
Me
gusta tu faldamenta,
las almadreñas que calzas
y el collar de malaquita
que cuelga de tu garganta.
Me
gusta tu jubón negro
y tus áureas arracadas,
tu pañuelo de colores
y tu cruz de filigrana.
¡Cuántas
veces la he besado
bajo la noche estrellada,
porque al besarla creía
que a ti también te besaba!
Me
gustan los anchos hombros,
que la firmeza proclaman
de todo cuanto hay en ti
de femenina arrogancia.
Me
gusta tu airoso talle,
y tu cintura delgada,
que tiene la contextura,
por lo esbelta, de las cañas.
Me
gustan tus pies pequeños,
que si atraviesas descalza
los prados de fresca hierba
¡ay! se te llenan de escarcha.
Me
gustas cuando sonríes,
cuando lloras, cuando cantas,
porque tu voz melodiosa
suena a campana de plata.
Me
gusta tu tez morena,
que el ígneo sol bronceara
mientras del orto al ocaso
vas tras el hato de cabras,
o si a la orilla del río
a lavar la ropa bajas,
que ciega con su blancura
cuando se seca en las zarzas.
¡Oh que admirable es la euritmia
de tu cuerpo: regio alcázar
que el Artífice supremo
construyó para tu alma!
EL OTRO AMOR
¿A dónde va el velero
de vela blanca?...
Va camino del Cabo
de la Esperanza.
¡Ay, timonel, no te fíes
del agua mansa
que en la mar son frecuentes
las acechanzas!
¿A
dónde va el velero
de vela blanca,
rasgando la tersura
del mar en calma,
en la noche serena,
bajo la plata
que vierten las estrellas
sobre las aguas?...
¿A
dónde va el velero
de vela blanca?...
No es el amor humano
el que le arrastra
por la lisa llanura
de agua salada,
otro amor más excelso
le roba el alma.
¿A
dónde va el velero
de vela blanca?...
Va camino del Cabo
de la Esperanza.
NI UNA HUMILDE RETAMA
Hay
almas desoladas
como páramo inmenso,
pozos de amargas aguas
y de negruras llenos.
La
vida las arrastra
por sus torvos senderos
y las quema en la brasa
de todos los deseos.
¡Ni
una humilde retama
florece en tales yermos!
Si
alguna vez pasara
mi corazón por ellos
he sentido una bárbara
amargura por dentro.
EL OTRO
INSTANTE
Cada instante que pasa en este infierno,
qué largo me parece.
No existe aquí pasado ni futuro:
todo es presente.
La vida tiene zarpa de leopardo
hoy, y mañana, y siempre.
¡Oh tremenda verdad
cómo me dueles¡
Mas llegará otro instante,
cuando menos se piense,
otro instante fugaz y rectilíneo
el de la muerte,
en que todo concluya
irremediablemente.
Hay verdades muy tristes
que nos dejan inertes,
sin latir de la sangre
y la nada en la mente;
relámpagos que brillan y nos ciegan
e imprimen en el alma la idea de la muerte,
de esa idea tan casta
y tan solemne,
que todos los mortales
han de tener presente.
No
olvidemos jamás en las horas alegres:
los que conocen
el mundo saturnal de los deleites
en las horas amargas
en que el dolor nos hiere
si a nuestro ser se enroscan
de infortunio sádico las sierpes,
esta verdad desnuda
como espada de luz resplandeciente,
como grito de fe
rodando por el éter:
¡Morir
es tornar a vivir definitivamente!
AMANECER
En el claro fulgor de la mañana
eran sus ojos dos aguamarinas,
¡qué castas suavidades matutinas
primor y hechizo de la luz temprana¡
Abierta
por descuido la ventana
miré sus desnudeces peregrinas:
¡oh arquetipo ideal por lo divinas!
¡oh tangible visión por lo cercana!
Trigales
encendidos los cabellos
por la rosada espalda se despeñan
como apretados haces de destellos;
los
labios son un nido de placeres:
¡qué bien la ciencia del amor enseñan!
¡Sublime amanecer de amaneceres!
SONETO CON VARIANTES
No hay dolor que frustre todo vivir pagano
y la falsa alegría que nos brinde el camino
o el placer engañoso, con zarpa de felino
que impávido soporta el corazón humano.
¡Oh
dolor, yo te canto y te tiendo la mano
y te subo al pavés del adverso destino,
pues eres un destello del Calvario divino
o el símbolo y enseña de impenetrable arcano.
Todos
huyen de ti, mas yo tanto te quiero
que me abrazo a tu cruz y bendigo tu nombre
a la espera, impasible, del suspiro postrero
sin
que me atemorice tu impiedad ni me asombre,
y por tan alto estilo seré tu prisionero.
¡Oh esclavitud tremenda! ¡Oh miseria del hombre!
RETORNO
Forjado en el dolor y la amargura,
como viejo navío en mar airada,
busco la dulce paz de la ensenada
que me aparte de toda desventura.
Deja,
Señor, que vea la hermosura
por tu poder mirífico creada,
que no me sangre el alma atormentada
ni sienta del dolor la mordedura.
Tanto
he sufrido ya, tanto he penado,
que en mi impiedad dudé de tu clemencia,
pero tal pensamiento endemoniado
ha
hecho trizas la paz de mi conciencia.
Por eso vuelvo a Ti, y arrodillado
imploro humildemente tu indulgencia.
AL BORDE DEL CAMINO
Caminero,
¡quién fuera como tú!
Envidio de tu espíritu el sosiego.
Del camino a la orilla;
en la mano la azada y la esportilla,
sin dolor, ni impaciencia, ni contento,
un día y otro la vida ves pasar.
¡Ay, para ti no existe el ideal!
Caminero,
tu casa enjalbegada
a tiempo supo hacerte prisionero.
Tienes hijos, mujer, perdiz y perro.
¿Qué más quieres tener?
¡Y por si fuera poco tienes fe
cuando pones los ojos en el cielo!
MI MUJER
Y YO
No le demos más vueltas,
pues la vida es así.
De la duda, la sombra,
las huellas de sufrir,
la angustia, la amargura,
la tristeza sin fin.
Un
rayo de luz basta
para hacerme feliz.
¿Es sincera? ¡Quién sabe!
posiblemente, sí.
ACORDES LÍRICOS
I
Mi vida es árbol desnudo
que azotan todos los vientos.
¡Aunque sueñe primaveras
soy un cadáver por dentro!
II
¡Ay, qué miedo me da de las palabras!
No hay nada comparable
al augusto silencio de dos almas!
III
¿Te acuerdas, Luz?...
"¿Cómo será el infierno? ",
me preguntaste un día,
y yo que por ti tanto he sufrido en esta vida
de súbito te dije: " ¡Como tú! "
IV
En la mente, un clavo ardiendo
taladrándola.
Una rueda de molino
sobre el alma.
Para saber de una vida,
¿no te basta?
V
Todas las tardes al morir el día con firme voz me digo:
¡Aun se eleva mi mástil
sobre el lóbrego mar embravecido!
VI
¿Qué será la tristeza?
No lo sabría explicar;
tan sólo sé que tengo
unas ganas tremendas de llorar.
VII
Intenté coger el viento
y se me fue de las manos.
El ideal es un sueño
y no pude aprisionarlo.
¡Ay imposibles tremendos
cómo me habéis derrotado!
VIII
Un día susurraron a mi oído:
Hay lágrimas recónditas
que encienden nuestras almas,
pero que nunca asoman;
y ésas...son las peores,
las que jamás se lloran.
De tales lágrimas de fuego, créeme,
mi corazón rebosa.
¡Quién pudiera llorarlas
sin testigos, a solas!
IX
No, no ahuyentad de mi alma los pesares;
la ausencia de dolor me mataría,
es el pan candeal de los trigales
de que se nutre mi melancolía.
X
De todos los hechizos de este mundo
el más bello es soñar.
Cuando estáis a mi lado tan despiertos
¡qué tristeza me da!
XI
Cuando el tren se partía
a la Estación llegué.
-Señor, no se detenga
si va a montar en él-
gritóme con presura
un mozo en el andén.
Si supieras -me dije-
que una y mil veces se me fue
de la Estación ingente de la vida
el tren con que soñé.
XII
Hay tanta luz en tus ojos
que se incendia tu mirada.
¡Ay, quién pudiera quemarse
lentamente en esa llama!
XIII
Cuando llegué a la puerta
me estremecí de pronto.
Todo bien escondido
nos promete algún gozo.
Empujé
con la mano
la puerta, tembloroso,
y la estancia vacía
apareció a mis ojos.
¡Un
arcano vencido,
pero un ensueño roto!
XIV
Poesía es todo verso que cumple con su destino.
¡Hay tantos que se quedan a mitad de camino!
XV
No hay tormento mayor
que ver pasar de lejos el Amor.
-Oh, hay otro tormento más terrible:
sentirse encadenado a un imposible.
XVI
¡Cómo envidio del ave voladora
su febril trafagar en el espacio!
¡Quién pudiera del todo superarla
y tocar los luceros con la mano!
(Y un vulgar Aristarco que leía
el acorde anterior,
con gestecillo irónico:
¡Te quemarás los dedos! -exclamó)
XVII
La muerte acogedora
siempre tiene su reloj en hora.
¡Quién pudiera atrasarlo!
porque es lo cierto
que nadie se holgará de ser el muerto.
XVIII
¡Qué viejo el corazón!
¡Cómo falla al andar!
¡Un día no lejano
todo se acabará!
XIX
La luz iba dejando su misterioso hechizo
sobre todas las cosas que muestran su presencia.
¿Habrá un rayo sutil que rasgue en lo profundo
el íntimo secreto de toda oculta esencia?
XX
Por mucho que cambiéis y me queráis
nunca podré olvidar
el número de veces infinito
que me hicisteis llorar.
Llenaremos más tarde nuestras copas
con el vino mejor
y moverse veremos en el fondo
los posos del dolor.
XXI
Por mucho que me adentro en mi pasado
sólo veo las huellas del pecado.
Dadme, Señor, la dulce paz que ansío
y apartadme de todo desvarío.
No aspira a más mi pobre corazón.
Por todo lo que fui: ¡perdón, perdón!
YO ME SIENTO FELIZ
PORQUE ME ESPERAN
¡Cuántas veces he andado este camino,
que oculta entre carrascas su blancura,
prendida mi atención en la lectura
de algún libro famoso o peregrino!.
Cuando
la tarde cae, un tono fino
tiñe de suavidades la espesura
y halaga mis sentidos la frescura
que trasciende del aire campesino.
El
misterio y la paz de pronto imperan
y entre las sombras sus secretos urden,
yo me siento feliz porque me esperan
sin
que la envidia ni el pesar me turben,
otros gozos cual este gozo cierto:
el del camino con un libro abierto.
¡OH FELIZ CORAZON QUE YA
NO LLORAS!
Cuando contemplo la nevada cumbre
teñida de oro al declinar el día
y funde el sol allá en la lejanía
el ascua mortecina de su lumbre,
disípase
el dolor, la pesadumbre
que aprisionada el alma me tenía
y truécase de pronto en alegría
de las penas la amarga muchedumbre.
Apartado
del mundo y sin pesares
que turben el sosiego de estas horas,
voy contando los bellos luminares
que
inician su temblor en las alturas.
¡Oh feliz corazón que ya no lloras
dolores, ni tristezas, ni amarguras!
SONETO DEL CRISTO
Era un Cristo de faz ensangrentada,
con los ojos hundidos, apagados,
los hombros y la espalda flagelados
y de reseca piel amoratada.
Un
lirio en la mejilla acartonada,
huesudos y violáceos los costados;
las manos y los pies claveteados
y la torva figura iluminada.
Era
un Cristo patético, imponente,
de estremecida y fosca catadura
que se ahincaba en el alma eternamente.
No
vi nunca otro Cristo parecido,
de tan honda y extraña contextura.
¡Un grito de dolor no interrumpido!
SUTILEZAS
Estrellita del cielo
dulce y serena,
como chispa que brilla
en las tinieblas,
¡Vente conmigo
que hay también en mi alma
otro infinito!
Panalillo
de miel,
de Himeto envidia,
en mi pecho te guardo
como reliquia,
¡La más golosa del amor imposible
que mi alma llora!
Airecillo
suave,
céfiro blando,
que estremeces las hojas
de los acantos,
¡Entra en mi alma
y aviva con tu aliento
de Amor, la llama!
Gusanillo de luz
que entre la hierba
eres luz desprendida
de alguna estrella,
¡Tórnate al cielo
a fundirte en la lumbre
de los luceros!
SUS MANOS
Breves, suaves, de hoyuelos deliciosos
donde esconder los besos de mis ojos.
Traslúcida
la piel y nacarada,
hecha de rosa, nardo, leche y ámbar.
¡Oh
los arcos triunfales de las uñas
y de las yemas la sabrosa pulpa!
Eurítmicos
los dedos y afilados,
con la agudeza hiriente de los dardos.
Manos
para bordar y hacer bolillos
en un "scherzo" apasionado y vivo.
De
alado y dulce movimiento, ingrávidas,
el aire llenan de sutil fragancia.
¡Con
qué amoroso celo me prodigan
la ternura sin fin de sus caricias!
Si el abanico es de ellas prisionero,
remeda el blando suspirar del céfiro.
En
la oración dos lirios temblorosos,
con la blancura lívida del orto.
De
la casa, las flores y los pájaros
se estremecen de gusto a su contacto.
EL ZONCHE
¡Cuántas veces miré tus verdes aguas,
del gozo y del dolor tan promisorias!,
mas no tuve el impulso decisivo
con que dar fin a mis amargas horas.
¿Valor
o cobardía? ¡Quién lo sabe!
que una y otra vez el corazón azotan
el ansia soberana de vivir,
de la muerte la paz liberadora.
Y
en esta feroz lucha inusitada
mi vida se consume gota a gota.
A UN PAJARO
De poseer tus alas volaría
hacia los altos cielos,
donde, nadie lo ignora,
el Bien y la verdad tienen su asiento.
Que en este aciago mundo en que vivimos
toda bella ilusión no es más que un sueño.
Aspirar a la dicha y no lograrla
sería un modo de perder el tiempo.
De aquí que en tal dilema se me ocurra
evadirme del mundo y sus tormentos.
Dame tus alas, pués,
y verás como asciendo
por el camino azul del infinito
en busca de lo eterno.
CAMINOS
Temblando estoy a la orilla.
Caminos, caminos blancos,
que la soledad os hizo
y no vais a ningún lado.
¡Quién
pudiera recorreros
sin prisas y sin desmayos
como el que sabe, seguro
que la vida es un calvario!
¿Por
qué acelerar la marcha
siendo el final tan amargo?
Temblando estoy a la orilla
sin que me atreva a pisaros.
¡Engañosa
solución;
aventura sin hallazgo!
¡Ay, que humo y llama tan solo
ofrecéis a nuestro paso!
La
luz os envuelve mística
como en ideal sudario
del oro cobrizo que inunda
a raudales el espacio.
Sois
sombras de los deseos
que cual cruelísimo látigo
restallan en nuestra mente
y estremecen nuestras manos.
Espectros
de turbias ansias,
de sueños jamás gozados
que nos llenan de inquietud
del más atroz sobresalto.
Caminos
¡Ay! silenciosos
sin recodos, ni altibajos,
hechos de nada, y la nada
no es nada, como es exacto.
Temblando
estoy a la orilla,
caminos, caminos blancos...
Que agudo puñal claváis
en mi pecho al contemplaros.
INSOMNIO
Oigo los ladridos lejanos de un perro.
Deben ser las cuatro y aun sigo despierto.
Y pasan las horas sin que acuda el sueño;
pues por mucho que haga, los ojos abiertos,
sumido en las sombras del hosco aposento.
Me aprieto los párpados. ¡Inútil esfuerzo!
¡Oh, largas vigilias! ¡Oh, dulce tormento!
Encima del alma, la losa del tiempo.
NECESITO TU VOZ ¡OH BIEN AMADO!
Cuántas veces caí y qué amargura
se clavó como un dardo en mis entrañas,
pero subí de nuevo a las montañas
donde brillan las nieves de tu albura.
Y
allí sacié mi sed en tu agua pura
y huyeron de mi mente las marañas,
¡Oh torpe frenesí, ciencias extrañas
que nos llenáis de sombras y pavura!
No
me dejes, Señor, al mundo atado
y cese de una vez mi sufrimiento;
sólo tengo un afán: ir a tu lado;
mas
no bastan mis luchas, ni mi aliento;
necesito tu voz ¡oh bien Amado!
que dé fin al llamarme, a mi tormento.
EL AMADO
En pos de su inefable señorío,
de místico embeleso prisionero,
camino por el monte y la espesura,
que nadie me dispute ser primero
en dar con su hermosura.
Decid,
dulces brisas
de flores perfumadas,
¿sentisteis del Amado
sobre la blanda yerba las pisadas?
¡Oh río deleitoso,
en mórbidos meandros ondulado
y espejo de tus márgenes floridas,
en el puro caudal resplandeciente
de tus aguas dormidas!
pues es tu andar tan corto y leve el viento
que apenas se percibe el movimiento,
su carne lacerada,
de inulta grey hollada
e imagen viva del dolor humano,
¿no intentó mitigar su fuego en vano?
Con
suavidad camina
por el templado monte y la ribera
y todo se ilumina
de su luz placentera:
su desceñida túnica de lino,
las hierbas del camino,
el virginal aljófar de los prados,
el soto, la cañada,
de mirto y de verdor engalanada.
¡Oh
cercados amenos,
risueños valles de delicias llenos!
El viento rumoroso,
del Sur hálito ardiente,
que mil olores roba al bosque umbroso,
al paso del Amado,
con impulso callado
las hojas de los árboles menea,
mientras la luz febea,
cual oro por su mano derramado
con su fulgor la viste y hermosea.
Decidme
, labrantines y pastores,
¿no visteis al Amor de los Amores?
¿No
bajó de la cumbre a la pradera
llevando tras de Sí la primavera
y prendido en la fimbria primorosa
de su túnica alada
el albo lirio y la purpúrea rosa?
¿De mortal palidez la faz cubierta
y en el rojo costado
profunda llaga de rubí encendida
como cáliz sagrado
de generosa sangre bien colmado?
Yo le vi desclavarse del madero
que en símbolo de Fe se transfigura
sobre el rústico altar del santuario;
atravesar el pórtico severo
celando con la ropa del Calvario
la casta desnudez de su hermosura,
y al lívido claror del nuevo día,
cuando aún la noche con la luz porfía,
desaparecer del campo en la bravura.
Decidme,
ruiseñores,
¿no visteis al Amor de los Amores?
El viento vagoroso
de trinos de las aves asordado,
se huelga cadencioso
sobre el río, en el bosque y el collado;
la linfa cristalina,
se ciñe a la colina
cual esplendente cíngulo de plata,
y en jubiloso cántico sonoro
la alondra se desata;
y halagado el sentido
de aqueste acorde canto
e innúmera belleza
que del Criador proclaman la grandeza,
huyendo van del alma los pesares,
pues no hay dolor ni llanto
que sobrevivan a tan dulce encanto.
¡Oh
valles deliciosos
de enracimados frutos olorosos
y rústicas colmenas
de miel sus celdas llenas!
¡Oh entretejida hiedra trepadora
que presta su frescor y lozanía
al viejo tronco de la selva umbría,
y no aprendida música sonora
del ave que pipía
en cuanto luce su arrebol la aurora!
¡Oh semioculto cauce! ¡Rayo ardiente:
tan solo al borde llega
y templado su ardor en la corriente
al éter torna y en su mar navega!
Si le visteis pasar a vuestro lado,
el alma atribulada,
de agudos dardos mil atravesada,
decidme presuroso por do ha ido,
que de su luz herido
y al dulce yugo atado
del célico poder de su ternura,
como buscan las aves blando nido
o la ensenada el barco en su derrota,
así mi corazón busca al Amado:
¡puerto feliz de mi barquilla rota!
POESIAS CON DISPARATES
POEMA DE LA MUERTE
...Y llegará la noche negra y profunda
como llegan los ríos a la mar
y las veredas a las cumbres
y la luz a tus ojos, Isabel.
Y enmudecerá la sangre en nuestras venas
como enmudece el agua del río en sus meandros
y la del mar en sus caletas y ensenadas,
porque se le ha acabado la cuerda al corazón.
Y se acartonará nuestra piel violácea
sobre los músculos y los huesos...
¡oh sarmientos y reseca corteza de árbol sin savia!
Isabel,
¿de dónde vienen las sombras?
¿de las rotas crestas de las montañas
o de los angostos valles y abajaderos?
(La rubia moneda del sol ha desaparecido en la hucha
del horizonte)
van entrando con paso leve en nuestro corazón
y todo lo tiñen de tristeza, Isabel;
suben las sombras a los ojos
en los que ya no hay luz,
tiznan con patético hollín los hondos rincones de
nuestra conciencia...
¡Oh cirios de amarillenta luz temblorosa
y mármoles fríos
con vanidosos letreros fúnebres
y cipreses
de movediza sombra, cuando el viento empuja las
duras y apretadas ramas!
Antes de la prueba del espejo
(las hormigas de la muerte suben por las venas,
golpean con sus patitas el tambor del corazón
y penetran en el cerebro, como una selva sin luz)
hay un sombrío crepúsculo en nuestro pensamiento y
en nuestra sensibilidad
¡Confusos y vagos recuerdos!
La primera apasionada actitud,
el primer beso a hurtadillas en las tinieblas del pasillo,
suspensos o matrículas...
(Don Cástulo, Don Juan, Don Marcelino
con sus manías, y sus debilidades, y sus chistes
tan poco pedagógicos, Isabel)
Se ha desvanecido en nuestra mente el último
aldabonazo.
Cruje la médula en un esfuerzo inútil,
los gusanos de la muerte invaden nuestro cuerpo:
todo tiembla en torno,
la luz, el aire, las sombras de las casas...
Isabel
la muerte canta a la vida su primera estrofa;
versos de pie quebrado
asma lírica, escalofriante,
sin acento, sin ritmo, sin medida,
como un hipo profundo y ancestral...
Hueso y suspiro,
tierra y lágrima.
Es un incongruente desvanecerse de las cosas en la
nada,
llamamiento cósmico
atracción sideral y sinfonía al rojo.
Fiebre.
El último vaho de nuestro ser,
como una maraña de latidos y fallos
un frío terrible, cósmico también;
como una vaharada gélida de todos los mares del Norte
Dentro del corazón está nuestro propio cadáver.
Isabel, Isabel, Isabel.
POEMA
Yo quisiera deciros una palabra
cristal o luz, rosa o zafiro
mientras la ola insumisa,
blanca y turbia
se descoje al leve pie del misterio...
No me repliquéis.
Conozco vuestra voz de lejanía
como oscuro regazo
donde va a mirarse el alma solitaria de las cosas.
Callad. Soy yo el que habla
el que os dice quedamente
la íntima sinfonía de mi corazón.
Toda la música está aquí
ala del trémulo silencio de la soledad
ánfora vacía
que aun conserva el tibio perfume de la vid y la miel
rumor, suspiro o queja
espectro luminoso de las cumbres
y viejo lenguaje de las umbrías y hontanares ocultos.
Sólo la mano sabe hundirse en la nada
y agitarla entre sollozos y bisbiseos.
Callad. No turbéis esta paz maravillosa...
Enmudece el viento, el agua y la luz
que tiene ahora en sus labios el entre dicho de la noche.
Buscaros afanosamente
romped el tul y penetrad,
como una flecha iluminada,
en los abismos
donde el dulce pez irisado del misterio
tiene, entre corales, su guarida.
Yo
quisiera deciros una palabra
cristal o luz, rosa o zafiro.